En los cielos oscuros ante la visión humana.
En los regazos del señor de la bruma.
Se encontraban los dos padres de la atracción mundana.
Dos cuerpos astrales que despedían terror y dejaban que la imaginación racional actúe.
“Los dos en el cielo”, le decían las personas del planeta mortal.
Los dos circulares.
Los dos esféricos.
Los dos dioses de los abismos eternos que cubrían la tierra.
Tales eran los pensamientos de la gente, que llegaban a sus propias conclusiones.
Conclusiones sin noción y reacias a lo trivial de un mundo banal.
Ríos de incógnita emergían en el mundo.
Las preguntas eternas del gentío eran realmente y notoriamente considerables.
Nadie quitaba su vista hacia los dos cuerpos de la discordia.
Nadie quería ser indiferente ante tal disgusto del cosmos.
Nadie hubiese deseado ser ciego en aquellos momentos.
Nadie sabía nada, todos querían conocer algo.
Pero toda atracción esplendorosa tenía su lado oscuro.
Y estos dos cuerpos universales postrados en el cielo oscuro no harían excepción de él.
Cuando todos estaban al borde de la locura, los cuerpos del cosmos hicieron su labor.
Una ráfaga de luz eterna cubrió todo el mundo, como si un dios hubiese cubierto a su hijo con un manto ciclópeo.
Ya no existía la intriga en el mundo.
Ya no existía el dolor.
Ya no existía la maldad ni el bien.
Ya no existía la materia física real.
Lo único que existía en el mundo de los mortales era, los ecos eternos de lamentos de la locura exacta de un mundo demente.
Planevether por Damian Fryderup se encuentra bajo una Licencia Creative Commons Atribución-SinDerivadas 3.0 Unported.
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