Nos dirigíamos por la autopista con la ayuda de mi anticuario Ford cuatro puertas, con intenciones de llegar a una majestuosa ciudad, que contaba con un extenso mar y con hermosos hoteles cuatro estrellas.
Viajábamos de noche y yo conducía. Mis dos inquietos hijos iban riñendo como perros y gatos en los asientos traseros, por causa de un juguete. Por otro lado mi querida y radiante esposa, hacía notar su presencia en el asiento del acompañante.
Mientras conducía por aquella carretera, hubo algo que llamó mi completa atención.
Jamás había visto unos cielos tan turbios, como los de aquella noche. Sin dudas, la noche es tenebrosa en muchas ocasiones, pero en esta ocasión hacía notar su diferencia a leguas. Parecía que sombras etéreas revoloteaban en los cielos, como bestias despreciables provenientes del mismo tártaro.
Con la vejiga ya por estallar a causa de unos refrescos, que por cierto estaban realmente refrescantes y deliciosos. Tuve que detenerme a un costado de la carretera, para poder orinar.
Una vez que apagué el motor del auto, me puse en trámite de abrir la puerta. Pero mi esposa me dijo algo muy extraño antes de que salga del automóvil. Algo que le traía asustada e inquietante.
-Denis, ten cuidado. Y no te tardes.
-Despreocúpate, mi amor-le dije, aliviando su ser.
Y gesticuló, demostrando su preocupación notablemente. Aquella carretera estaba avizorada por extensos bosques de pinos, que inundaban en fauna salvaje. Mi esposa, tenía una especie de fobia a los animales y más a los noctámbulos. Y yo, por otro lado, era todo un aventurero a la hora de encontrarme con animales indómitos y esotéricos.
-Dicen… que estos bosques son peligrosos-me dijo.
-Lo sé, pero tengo que orinar ¡Mujer!-exclamé.
Dejando el parloteo con mi cónyuge que demostraba su preocupación en un grado elevado, enfilé lo bastante lejos del automóvil para poder hacer mi necesidad con privacidad.
Caminé un trayecto considerable y encontré el árbol perfecto, (parecía un can escogiendo su lugar preferido).
Para no entrar en detalles lujosos, una vez que terminé, decidí volver al coche que estaba a unos diez pasos de mi ubicación. Realmente me había alejado lo suficiente, como para ser devorado incompasivamente por alguna criatura de los caudales sombríos.
Pero cuando estaba a punto de comenzar a movilizarme con mi cuerpo falto de ensanches, escuché un chirrido desordenado que provenía de unos arbustos cercanos a mi posición.
Sin pensar mucho en la situación y por una curiosidad muy propia de los humanos decidí, investigar de quién o de qué provenían tales sonidos.
En un movimiento brusco con mi brazo para correr los débiles arbustos, logré ver quién era el dueño de los sonidos tan vagos y a la vez tan vivos. Al parecer y, por lo visto de mis ojos que nunca me fallaban, el causante de los sonidos era un niño. Pero, si lo miraba detenidamente lograba darme cuenta que parecía ser una niña; por su vestido floreado y su sombrerito rosa.
Esta situación se tornaba un tanto extraña, ya que este ser tenía rostro de varón y vestimenta de mujer. Si hubiese sido más grande de edad, me hubiese atrevido a decir que era un travesti. Pero que no quepa duda alguna, que aquella persona no era para nada tal etiquetación.
Lo más apropiado que se le ocurrió a mi mente fue, lanzar unas palabras para romper aquel silencio deprimente, en los bosques cubiertos por telones de oscuridad infinitesimal.
-Hola-le dije, con un tono de voz lo bastante dulce como para tratar a un niño.
Pero este niño, no tenía ninguna intención de contestar.
-¿Te has perdido?-le pregunté.
Seguía sin contestar. Y lo extraño de la situación era, que aquel niño no demostraba signo alguno de pavor y tampoco demostraba prestar mucha atención a lo que yo parlaba.
-¿Me vas a contestar?
Cuando le dije esto tomó unas fuerzas descomunales y se acercó hacia mí. Una vez que estaba a tan sólo un cuerpo de mi persona. Sucedió lo más macabro que había presenciado en toda mi hermosa vida.
La cabeza de aquel ser que demostraba una ternura indiscutible o simplemente un mal augurio, estalló tiñendo todo mi torso y rostro, con una mezcla de sesos, sangre y mucosidad. Pero cuando ésta estalló inmediatamente fue reemplazada por otra cabeza más avejentada y simiesca emergiendo de sus entrañas y arrojando sangre hacía los aires, algo que hurtó mi alma de un solo tirón.
Al presenciar esto decidí, movilizar mis piernas antideportivas para correr como nunca; lo más apropiado a la situación. Yo, no era del tipo de persona que aspiraba a ser el héroe de los dioses de Valhala. Y exagerando aquella situación, puedo tener el atrevimiento de decir que dejé atrás a mi propia alma, tras haber iniciado aquella carrera para librarme de tal atrocidad.
Pero cuando tan sólo emprendí unos siete pasos, unos tentáculos viscosos color negro me atraparon del torso y me arrastraron hasta las entrañas del bosque oscuro, lúgubre y tenebroso. En aquel ínterin perdí todo tipo de noción de la situación. Y cuando desperté, estaba invadido por rostros de unas criaturas a las que jamás hubiese querido ver.
Al parecer eran seres con cuerpos de niños, ataviados con vestidos como los de las muñecas de porcelana y con unos rostros ancianos, tan arrugados como las pasas de uva. Pero no era eso lo que inquietaba mi quietud, sino que estas criaturas repulsivas abrían sus enormes bocas inmundas, repletas de colmillos haciendo notar la escases de dientes comunes como los que Dios nos había concedido. Bocas que por cierto, se alejaban mucho de las bocas humanas tomando formas realmente aterradoras. Estas bocas estaban divididas en cuatro pedazos formando una “x” y se retraían una y otra vez, chorreando un líquido transparente con olor acre.
En aquel momento pasaban muchas sensaciones por mi ser, pero la que más hacía notar su presencia era la del miedo. En un intento desesperado por librarme de aquellos demonios de los caudales nocturnos, lancé golpes con mis puños hacia todas las direcciones posibles y a la vez pataleaba sin control alguno. Mientras que los diablillos intentaban morderme, algo que les había costado mucho, ya que les estaba dando una feroz batalla. Pero uno de ellos, hizo salir una cuchilla oculta en su muñeca derecha, que desgarraba su propia carne para liberarse y me cortó en la sección torácica. Jamás en mi vida había sentido tal dolor, un dolor que parecía que quemaba mi propia alma.
Ya sin fuerza, tras pelear como todo un gladiador hasta la muerte, sólo me rendí y dejé que aquellos bichejos hicieran su trabajo de verdugo.
Pero cuando el engendro con la cuchilla saltó hacia mi rostro de imprevisto, todo se tornó brumoso congestionándose mi zona ocular. Y en cuestión de segundos desperté al lado del arbusto donde había encontrado al primer demonio de las sombras danzantes. Esta vez había rostros que me asechaban pero no sofocaban mi respirar, ya que eran los de mis amados seres. Mi familia estaba preocupada por no tener conocimiento de qué es lo que me había ocurrido. Y mi fiel esposa, me preguntó algo que ya era presagiado.
-¿Qué fue lo que sucedió? ¿Por qué estás tirado? ¡Te lo dije, este bosque es peligroso!
-Nn-nn-ada, nn-oo lo sss-é-le contesté, poniéndome en la piel de un tartamudo por el shock de sensaciones repulsivas.
-Muy bien… te cargaré con la ayuda de los niños y te llevaremos al automóvil-me dijo, tan divina como siempre.
Después de todo lo vivido, dormí como un cerdo en el trayecto hacia la ciudad. Pero cuando desperté, lo más insólito ocurrió, ya que le pregunté a mi concubina algo de lo que estaba muy seguro.
-¿Ya llegamos? ¿No?
-Denis, recién vamos por mitad de camino. Ahora nos adentraremos por la carretera que nos dará el radiante paisaje natural, de los bosques de pinos que demuestran su esplendor a leguas-Me contestó, en un tono irónico. Mientras mis dos pequeños, se liaban a empujones en los asientos traseros por un juguete.
-¿Qué?-exclamé-¿Pero por qué estás manejando tú?
-¿No lo recuerdas? Me dijisteis que tenías un sueño arrasador y, me pedisteis que yo manejara hasta nuestro paradero final.
Sin dudas, todo lo vivido había sido un sueño, gracias al glorioso creador de los cielos, todo había sido una maldita pesadilla. Además mientras viajábamos era de día. Un radiante día con el sol resplandeciente y los cielos divinos, que demostraban la viveza del mundo colosal.
El calor era abrumador y, decidí abrir la ventanilla para sentir la suave briza de la carretera. Pero aún seguía con calor y decidí quitarme la remera. Y cuando lo hice, sin ningún tipo de aviso mi mujer, dio un grito de asombro.
-¡Ah!
-¿Qué?-le pregunté atónito.
-¡Mira tu pecho Denis!-me dijo, con un pavor eterno.
Y cuando miré mi pecho inundado en vello, pude ver aquella cicatriz en la sección torácica.
Todo lo que había ocurrido en aquella noche, de la cual eran dueños aquellos engendros con rostros ancianos y cuerpos de niños, no había sido ningún tipo de engaño, ilusión o pesadilla. Todo había sido tan real que aún, conservaba aquel corte del cual nunca más olvidaré en toda mi vida.
“Nuestras pesadillas más remotas, no pueden volverse reales porque ya son una realidad”
D.F
Los hijos del bosque por Damian Fryderup se encuentra bajo una Licencia Creative Commons Atribución-SinDerivadas 3.0 Unported.
Basada en una obra en almascondenadas-df.blogspot.com.
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