Como era costumbre familiar
todos los domingos, íbamos a pasar el día en los campos del tío Greg. Estos campos demostraban a leguas
su esplendor y dejaban conforme a cualquier integrante de la familia al
visitarlos.
Pero en lo personal lo que más me atraía de
aquellos paramos imponentes era una pequeña laguna mohosa, y plagada de peces
que se encontraba por las cercanías del caserón en el que nos reuníamos aledaña
a un bosque. Nunca dejaba de pensar en la laguna cada vez que iba donde mi tío.
Era tan cautivadora que muchas veces llegaba a causarme pavor por querer algo
tan deteriorado y plagado de vida. Lo que siempre me había preguntado era, -¿por qué
había tantos peces?- el sitio era reducido y el alimento escaseaba,
pero aun así este sitio albergaba muchos seres con aletas y olores fuertes ante
el olfato.
Después de una deleitante comida entre
familiares, con mucho calor y camaradería enfilé hacia la laguna que tanto ansiaba ver.
Percatándome de que nadie me siguiese hasta
mi objetivo, logré llegar minuciosamente. Y me contagié con la hermosura de
aquella laguna, como si hubiese contraído una enfermedad. Cada vez que veía aquella laguna me sentía
como un verdadero chiquillo. Su olor era a pescado y las algas poblaban de
manera indiscriminada aquel lugar. No era un sitio paradisiaco pero para mí era
como el mismo cielo, cualquier persona que me hubiese visto pensaría que estaba
loco por apreciar una laguna, -que más
que laguna- parecía un estanque inundado de peces horribles. El hedor a
pescado era nauseabundo pero mi sentido del olfato me negaba esta realidad, por
otro lado los peces eran extraños y de muchos colores. La mayoría de ellos con
similitud a las pirañas, pero mi sentido de la vista no quería pensar un
segundo en ello. Era como si todos mis sentidos se distorsionaran al avistar
aquella laguna. Me sentía rejuvenecido al descansar en una roca cercana a la
laguna marchita. Experimentaba una especie de transe al visitar aquel lugar y siempre
era lo mismo. Hasta que llegó un nuevo domingo de comida familiar y algo había
cambiado por completo.
El nuevo domingo que nos juntamos en
familia fue diferente en todo aspecto, desde el momento que llegué a los campos
de tío Greg sentí algo extraño en el aire, sentía como si hubiesen arrancado
miles de árboles de la zona, lo único que me mantenía con optimismo era que en
unas pocas horas podría reunirme con mi amada laguna.
Terminamos la trivial comida de siempre y
me retiré de la mesa con educación, -ya
no podía perder tiempo- tenía que llegar presurosamente hasta la laguna. En
tan sólo unos minutos llegué hasta mi paraíso y me topé con la imagen más
desgarradora que presencié en toda mi vida. Había residuos de todo tipo de
venenos y herbicidas, y al parecer algunos de estos compuestos tóxicos habían
sido derramados en la laguna y en la maleza de alrededor. La mayoría de los
peces estaban muertos y un manchón enorme color negro se encontraba en el
centro de la laguna, sin olvidar el olor acre que despedían los venenos. En ese
momento me derrumbé y caí de rodillas al suelo contaminado, varias lágrimas
formaron caminos por mis mejillas y una opresión en mi pecho imposibilitaba mi
respirar. Ya no quería nada en el mundo, el maldito que había causado tanto
dolor en mí había destruido mis sueños e imaginaciones sobre aquel lugar. Un
sitio de descanso para mi alma, un sitio para olvidar los problemas, todo se
había ido por el barranco.
La tristeza gobernaba mi mente en aquellos
momentos hasta que oí una angelical voz. Más bien era una melodía hermosa, que
provenía desde las profundidades de la laguna. Por momentos llegué a pensar que
me estaba volviendo loco, pero el sonido engatusador incrementaba y mientras
más lo hacía, más me acercaba hasta él. Cuando llegué hasta la fuente del
sonido me detuve y miré de dónde provenía exactamente. Era de la orilla de la
laguna, de una mancha enorme color verde oscuro. Me arrodillé y acerqué mi rostro
para mirar con claridad a través del agua cuando sin previo aviso una mano
pegajosa y repleta de algas me tomó con fuerzas indómitas. La mano me arrastró
hasta las entrañas de la laguna, sumergiéndome en las profundidades. En un
momento de desesperación, intenté sacar fuerzas escondidas, pero era en vano
porque no lograba vencer a aquella mano de poder innatural.
Después de pelear férreamente siendo reacio
a la debilidad, -me rendí-,
entregándome a aquella cosa, ser, bestia, criatura o lo que realmente fuese.
Este engendro de las profundidades, se dio
cuenta de mi rendición y siguió llevándome hacia su paradero. Por otro lado,
mis pulmones no resistieron más y me desmallé, para adentrarme en el mundo del
sueño o de la muerte.
Sin noción alguna del tiempo desperté en un
lugar lo bastante antinatural como para preocuparse. Sin embargo era adecuado
como para poder usar mis pulmones y respirar aquel aire inundado por hedor a
pescado.
El lugar era casi como cualquier
habitación, pero su decoración marítima le daba un toque anormal. Estrellas de
mar colgadas en las paredes, muebles realizados a base de perlas, cuadros con
retratos de humanoides que parecían ser mutantes o algo parecido, dado que sus
rostros eran como el de los peces y sus cuerpos como el de los humanos. Pero nada de eso me preocupó más que una
especie de sierra que colgaba de la pared y que estaba teñida de sangre seca y
mucosidad verde.
Sin comprender la situación aguardé un momento y de repente
desde un orificio en el techo de aquel lugar, llegó el dueño de la casa. En
aquella habitación no había ningún tipo de puerta, sólo el orificio del techo
por el cual había ingresado el extraño del que nada sabía aún. Este hombre con
rasgos de pez y cuerpo humano, era realmente horrible. Su boca era enorme
similar a la de un africano, su piel tenía escamas y sus orejas eran
remplazadas por pequeñas aletas. El tono de piel era negro con tintes verdosos,
sus labios eran color bermellón. Su cuerpo era robusto con tintes de obeso y a
penas vestía unos harapos que tapaban un poco sus partes nobles. Y lo más
impactante eran sus ojos negros y penetrantes. Este ser repugnante salido de un
cuento de “H.P Lovecraft” no paraba
de mirarme desde que había ingresado y parlaba en una extraña lengua. Aquella
criatura intentaba decirme algo, pero lo único que mi mente entendía y
procesaba era como lanzaba salida a destajos por su enorme boca putrefacta. No
sabía qué hacer y decidí quedarme quieto y esperar a lo peor. El engendro
siguió mirándome fijamente por unos segundos hasta que se acercó y me dio un
golpe tan severo que me tumbó al suelo. Por momentos despertaba y podía ver
fragmentos de una posible transformación. Me hallaba en una camilla similar a
la de un hospital y frente a mí estaba el hombre pez. Podía oír el ruido de
sierras y sentía como cortaba mis extremidades. Me desmallaba y volvía en sí de
forma rutinaria. Hasta que por fin desperté por completo. Esta vez me hallaba
en una cama normal, -pero con ese maldito
aspecto marítimo-. Me levanté y traté de coordinar mis piernas, pero sabía
que algo andaba mal. Estaba vivo-sí-
pero eso no quitaba que algo no fuese del todo bien. Caminando, casi
arrastrando mis piernas, recorrí toda la casa del horror. Intenté pedir ayuda pero
no podía hablar, casi no manejaba partes de mi cuerpo. Era como si recién
hubiese salido de un coma y mi cuerpo estuviese atrofiado. Pero todo cambió hasta
que encontré algo similar a un espejo colgado en la pared. Esto era como un
retrato de agua, que reflejaba cualquier cosa que se plantase frente a él. Quizá
hubiese sido mejor no haber encontrado aquella cosa que rebelaba la realidad de
cualquier ser vivo, puesto que allí pude ver mi reflejo y en lo que me había
convertido aquel maldito hombre pez. Ahora era similar a él, con la boca
enorme, ojos negros e imponentes, piel oscura con tintes verdosos y aletas en
vez de orejas. Nunca había conocido algo tan horrible hasta el día que me había
mirado por aquel intento de espejo, después de ser transformado por el
humanoide de aquel recinto.
Desde ese día no puedo hablar ni una sola
palabra por carecer de cuerdas vocales, y jamás volví a ver a la criatura que me había convertido en el engendro que
soy. Seguramente este maldito estaba esperando el día que un idiota lo liberase
para dejarle su condena y retirarse de aquella mierda de laguna. Ahora siempre
recordaré, lo que me decía el tío Greg,-Racobax,
no vayas nunca a la laguna pasando el bosque, puesto que allí se le canta a la
bestia y pocos han vuelto sanos y salvo después de haberla conocido-. Sólo
pensaba que eran palabrerías de él, pero lo cierto es que no sólo se le canta a
la bestia en aquella laguna, también se pasan las maldiciones de generación en
generación.
Este obra está bajo una Licencia Creative Commons Atribución 3.0 Unported.
No hay comentarios.:
Publicar un comentario