jueves, 17 de abril de 2014

El ciervo descuartizado


    Viajábamos de noche, por la carretera principal hacia nuestros hogares después de fallidas horas de cacería en los bosques. Mi tío y yo éramos prácticamente unos carroñeros a la hora de buscar algo de carne para llevar a nuestros hogares. Lamentablemente aquel día fue uno de los peores de nuestra vida; en casi todos los sentidos. Presentíamos que algo andaba mal, la noche nos dictaba en letras místicas que nada bueno acontecería en nuestras próximas horas. 

    Llevábamos casi tres horas de viaje por las bastas carreteras de "Olans Fils ", un sitio del país en donde podías matar lo que fuese y ningún guardabosques te detendría por ello. Muchos decían que este sitio era zona liberada para los cazadores furtivos, pero yo siempre creí que sólo se las había visto con el olvido de los burócratas del poder. A la mayoría de los poderosos no les importaba mucho la naturaleza, sino lo que podían sacar provecho de ella. 

   El viaje se estaba tornando pesado y lo único que deseábamos era llegar rápido a nuestros hogares, pero a la vez queríamos algo de carne. Todo indicaba que nada de esto sucedería. Hasta que por obras de la noche macabra vimos un camino alternativo al costado de la ruta. En la entrada del camino había un cartel vetusto de metal, casi todo oxidado y con orificios de balas en su cuerpo. El contenido original del cartel estaba extinto, pero había escrito algo con una especie de tinta blanca, algo que decía lo siguiente:

"El que se adentre por aquí ahorrará tiempo de viaje, pero lo pagará con tiempo en vida"

  Con mi tío nos quedamos atónitos por el contenido del cartel, puesto que era algo extraño para estar escrito allí. Pero sólo seguimos nuestro poco instinto cordial y como decía que ahorraríamos tiempo de viaje, no dudamos en desviarnos por allí. A medida que nos adentrábamos más y más por este camino, el bosque se iba cerrando cada vez más hacia el sendero, era como si los árboles quisiesen consumir el camino. Este sitio era de lo más extraño, y por intuición sabíamos que algo sucedería sin darnos cuenta.

    Mi tío y yo estábamos furiosos por no haber podido matar ni un sólo animal, y teníamos en nuestras mentes reventar la cabeza de algún bicho que se nos cruzase por este camino. Pero parecía ser que los dioses se habían aunado para jugarnos una broma de mal gusto, para así dejarnos sin un puto animal al que matar. Aquella noche era tan vacía que casi ni aves nocturnas se veían rozando el cielo. Los árboles secos y aledaños al sendero crujían con el viento y las estrellas estaban casi desnudas, de no ser por las nubes que las cubrían. La luna casi extinta en el firmamento, a penas mostraba algo de su cuerpo, la noche era tétrica y más oscura que de lo común.
   Pero cuando todo parecía ir de mal en peor para un dueto de cazadores furtivos, de repente se nos cruzó un animal ciclópeo. Mi tío alcanzó a frenar cuando ya teníamos la cabeza reventada del condenado en el parabrisas. El vehículo se destrozó, y por razones que desconocíamos, lo único que recibimos del impacto fue un golpe en nuestras cabezas. La escena era grotesca, peor que cuando le volábamos los sesos a los bichos que matábamos. Lo que habíamos atropellado era un ciervo enorme. Pero estaba casi irreconocible. Tenía su cabeza desprendida del cuerpo, el cual había quedado con un tajo enorme en el estómago, de allí emergían las tripas del animal y la sangre no paraba de chorrearle por el tajo. Aquella noche era fría, pero en este bosque lo era más aún, parecía ser que las temperaturas descendían a medida que nos adentrábamos al lugar. El vapor que emergía del cuerpo del ciervo era tremendo, parecía que se estaba hirviendo el mismo con sus propias vísceras. Su cabeza estaba incrustada con los cuernos partidos en el parabrisas y el capot del auto.
    Después de ver el estado del animal, -decidimos hacer lo mejor con mi tío-. Bajamos del auto,- castigados- un poco atontados por el golpe que nos habíamos causado en el accidente. Una vez abajo  desenfundamos nuestros cuchillos para desollar, y comenzamos a despellejar al animal para luego descuartizarlo y así poder llevarlo en trozos a nuestros hogares, sólo para no llegar con las manos vacías.
   Una vez que terminamos de guardar al animal descuartizado en el baúl del auto, seguimos viaje como pudimos, después del tremendo impacto que habíamos sufrido en la carretera.
    El viento soplaba más fuerte cuando enfilamos y  parecía ser que el aire se congelaba con el frío penetrante del exterior. Poco a poco se nos colaba el gélido aire por el parabrisas destrozado a causa del animal enorme.
    A base de un fuerte licor y algunos cigarrillos, pudimos engañar a nuestros cuerpos para no sentir tanto frío y así continuar el viaje.

   Después de otras horas salimos del atajo y nos aunamos a la carretera (al parecer lo del cartel era cierto, habíamos ahorrado mucho tiempo), estábamos a punto de llegar al pueblo, pero aún era de noche. Parecía ser que los demonios del averno se habían complotado para que la noche no se esfumase jamás.
   Mientras viajábamos por la carretera pudimos avistar a los lejos unas luces; fuera de lo común. Para nuestra condenada suerte era un extraño control policial-y digo extraño- dado que nunca se hacían controles cercanos al pueblo. Pero en fin, teníamos que reducir la velocidad para ser detenidos por un seguro oficial obeso e inoperante que nos cobraría una multa por tener el frente destrozado y un parabrisas roto.
    Una vez que llegamos al control, habían dos oficiales que nos hicieron señas para que disminuyéramos la velocidad, para finalmente detenernos. Cuando estábamos cara a cara con los policías, nos preguntaron sobre el estado del parabrisas y el frente del auto, no tuvimos más opción que contarles la verdad. Los dos oficiales se sorprendieron, pero a la vez no pudieron hacer nada puesto que esto no era un delito. Lo único que nos pidieron fue, revisar el baúl. Le dimos la llave a los policías y cuando fueron hasta la parte trasera del vehículo y revisaron el baúl se sorprendieron e impresionaron tanto que uno de los oficiales casi se cayó de culo al piso. El otro se tomó el estómago y vomitó. Mi tío y yo pensábamos entre nosotros,-malditos blandos de estómago, después van a los mercados y se comen toda la carne pero cuando ven un animal muerto se impresionan-. Pero parecía que la impresión de los oficiales era muy fuerte ya que uno de ellos nos gritó.

-¡Alto!-exclamó.

    Mi tío y yo nos miramos cuajados.

-¡Bajen del auto y manos sobre la cabeza!

    Esto no era un chiste, nos detenían por un puto ciervo descuartizado, las ironías de la vida.

-¡Malditos hijos de puta!-gritó el otro policía.

    Sin dudas no comprendíamos qué mierda sucedía y yo intenté saberlo.

-¿Qué sucede oficial?-le pregunté.

    El policía que nos apuntaba me miró con asco y me dijo.

-¿Qué sucede?-replicó.

Yo sólo lo miré gesticulando duda.

  -Ven aquí hijo de puta, para recordarte esto por siempre. Y para que sepas que pronto serás la puta de todos en la cárcel cuando te arreste. 

    Me acerqué hasta el baúl, mientras mi tío estaba siendo arrestado y llevado al móvil policial. Y cuando vi lo que había dentro de él se me revolvió el estómago como al mismo oficial y comencé a sollozar, sin entender qué mierda era lo que mis ojos estaban viendo.
   El baúl estaba repleto de restos de niños, era como un puto infierno. Habían extremidades de criaturas de al menos dos o tres años de vida. Y todo un charco de sangre acompañaba los restos de los inocentes. Mi tío no pudo ver esto, pero él y yo estábamos seguros que lo que habíamos atropellado en el camino era un ciervo enorme y no un par de niños. Ya nada podíamos hacer para volver el tiempo atrás y ahora sólo nos esperaba una larga condena en prisión por haber cometido el gran error de haber descuartizado  aquel ciervo que atropellamos.

    Mi tío murió a los meses por hemorragias, luego de ser violado varias veces en prisión y de ser reventado a golpes. Mi destino fue otro, se me consideró peligroso y en estado de locura. Y me trasladaron a un psiquiátrico penitencial, allí no me fue tan mal y conocí a  un anciano que cantaba una canción sobre unos niños que por la noche se convertían en ciervos, para poder correr por los bosques místicos y tapados de oscuridad. Quizá esa fantasía que lo convertía en demente al anciano, era la explicación de que un simple cuento o ilusión mental podría llegar a ser lo más real del mundo. Pero eso sólo se lo dejaría a mi destino, y la única canción que transitaría por mi mente por el resto de mi vida sería la de, -el ciervo descuartizado-.
Licencia Creative Commons
El ciervo descuartizado por Damián Fryderup se distribuye bajo una Licencia Creative Commons Atribución-CompartirIgual 4.0 Internacional.
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