Me transferían a la
sección de máxima seguridad, para aislarme de todo mortal existente, –por causa de mis atroces asesinatos–
tanto como en las afueras, como en la cárcel.
Una vez que me mostraron mi nueva celda y
que me apalearon, los guardias se retiraron dejándome en ese maldito hoyo sin
salida y casi sin aire. El poco aire que se escabullía entre las rejas era
sofocante, –a veces– deseaba que no
hubiese ni un poco de oxígeno para poder irme de éste maldito mundo; un mundo
donde no podía controlar mis indómitas ganas de cometer homicidios.
–Calculo–,
que pasaron unas dos horas–sólo calculo–
cuando por obras de los señores del averno
surgió desde las sombras, una criatura que usaba todas sus mañas para ocultar
su rostro.
Lo primero que hice fue mirar con mucho
temor al ser foráneo. Y esta sombra truculenta, me devolvió el favor mirándome
estupefacta, con sus ojos blancos y casi a punto de salírsele de sus cuencas. Efectuó
sus primeras y aliviadoras palabras.
– ¿Qué es lo que deseas? –me preguntó, con
voz ronca.
– “¿Qué
es lo que deseo?” –repliqué, en tono irónico.
–Sólo
pide tres deseos… con gusto los concederé.
– ¿A cambio de qué? –le pregunté.
–Siempre me hacen la misma pregunta insulsa.
A cambio de nada…
– ¡No
te creo! –le dije, con firmeza.
–Pues entonces me voy…
– ¡No, espera! –lo detuve, sabiendo que si
lo dejaba ir nunca tendría oportunidad de escapar de aquel agujero.
–Entonces, pide tus deseos…
Me dispuse a pedir mis tan valiosos deseos.
Y después de pensar detenidamente se los dije, los tres a la misma vez con
mucho ímpetu.
–Deseo… ¡Que me saques de aquí!
–Muy bien…
–Deseo… ¡Estar repleto de oro!
–Muy bien…
–Deseo… ¡Evitar los asesinatos!
Después de pedir estos tres irreversibles
deseos sólo aguardé con mucha paciencia a que llegaran.
–Jamás, me habían pedido… deseos tan
fáciles–me dijo, la sombra aberrante.
En tan sólo cuestión de segundos, toda mi
vida se vino por la borda. Nublándose la vista y perdiendo la conciencia, caí
tumbado al suelo como si una bala hubiese atravesado mi cerebro. Y cuando
desperté, sin entender nada de esta turbia situación, noté algo tan extraño,
como enfermizo.
Primero, me encontraba fuera de la cárcel
en una isla paradisíaca, habitada por una especie de nativos salvajes, con sus
cuerpos pintados en un tono rojizo y con rostros deformados, casi parecidos a los de un
cerdo. Segundo, estaba tapado hasta el cuello, con monedas de oro puro que resplandecían
su color dorado hacia todas las direcciones.
Y tercero, cuando los nativos me vieron
detenidamente horrendos e hipnotizados, se dispusieron a sacarme de la montaña de oro con
paciencia. Una vez que lo lograron, pude darme cuenta que mi cuerpo carecía de
brazos y piernas.
Ahora, me encuentro con estos paisanos
inmundos, los cuales piensan que soy una especie de enviado o profeta. Ellos beben de mi sangre, todos los
días de luna llena como parte de un rito sagrado.
Y aguardan a que el dios de vida, muerte y
resurrección “Bloodish” los venga a
salvar de sus miserias constantes.
–Yo– por otro lado, sigo maldiciendo al
hijo de puta que concedió mis deseos. Pero seguramente él realizó su trabajo a
la perfección – o más bien– a su
antojo.
El dueño de los deseos por Damian Fryderup se encuentra bajo una Licencia Creative Commons Atribución-NoComercial-SinDerivadas 3.0 Unported.
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MAS QUE MIEDO RISA ME HA DADO
ResponderBorrarAl menos una emoción sentisteis... En realidad este relato no es de terror, sino de suspenso y toca un tema que es la conciencia y trata sobre algo que siempre nos ha condenado a los humanos el pensamiento antes del impulso. Saludos!!
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