Cuando puse el revolver en mi puta cabeza pensé en gatillar, pero
al final me di cuenta que era un cobarde y que no podía hacerlo. Quizá-también-lo que me impidió hacerlo fue el
saber que mamá estaba pasando un momento crítico en su vida y que nos había
convocado a todos sus hijos para una reunión final. Eso era lo único que tenía
en mente, llegar a Paramorth,-mi ciudad natal, el lugar donde me había criado-.
Me dirigía con mi viejo automóvil por la carretera cruzando los límites de la
ciudad para marchar directo a mi sitio natal. Manejé por horas y sin darme
cuenta me había quedado sin whisky y cigarrillos, algo trágico en mi vida.
Estas drogas me salvaban de muchas cosas, no del suicidio, pero sí de la
constante depresión que gobernaba mi puta vida.
La noche ya imperaba en
toda la zona y podía ver cómo me avizoraban miles de árboles muertos en la
carretera principal hacia Paramorth. Muchos camioneros de la zona aledaña
contaban historias extrañas sobre la ruta, como la famosa historia del perro
negro que se cruzaba y luego el que lo veía tenía un terrible accidente. Pero
pesé a mis delirios mentales no creía en esas mierdas que contaba la gente de
mierda. Lo único que presentía de aquella ominosa noche era que algo raro iba a
ocurrir, el viento soplaba de manera extraña y las sombras de los arboles
parecían cobrar vida y escurrirse por todo el suelo agrio de aquel lugar. Lo
extraño de todo eran los putos árboles-aún
lo sigo repitiendo- era como si estuviesen muertos en vida y resentidos con
la humanidad. Mientras conducía, tenía la ventanilla abierta y podía escuchar
como chillaban las ramas de los condenados árboles avejentados y marchitos. En
aquella noche la luna nunca se había asomado y sólo algunas estrellas se podían
notar en el firmamento teñido de nubarrones extraños.
Ya había marchado varios
kilómetros y el indicador de combustible me avisaba que debía parar. Lo único
que tenía a pocos metros era un paraje llamado “525” un nombre común y sin
rodeos. Era algo en lo que no vacilaría por un segundo, tenía que parar en
aquel sitio para cargar combustible y marcharme pronto; no podía perder tiempo.
Cuando llegué al
paradero me topé con una extraña situación que llamó mi atención, sólo algunas
luces iluminaban la estación y tres ancianos horribles se encontraban sentados
en la entrada del lugar. Las bombas de combustible estaban con candados, por lo
tanto no tenía más alternativa que socializar con aquellos viejos inmundos.
Estacioné en la zona de aparcamiento y bajé del coche, me dirigí hasta donde
los ancianos y dos de ellos se habían retirado, decidí pedirle que me cargase
combustible para poder seguir mi viaje.
-Hola señor-le dije.
Tardó unos segundos en
contestar, era como si le costase hasta hablar por su extremada vejez.
-Hola, joven-me contestó,
amablemente.
-Necesitaría algo de
combustible, por favor…
-Lo siento, pero no va a
poder ser.
-¿Qué? ¿No me diga que no
queda combustible?
-Nada, se nos acabó hoy
por la mañana. Y los proveedores no vendrán hasta mañana por la mañana.
Me tomé la cabeza y sentí
tantas ganas de matarme que casi uso el revolver que llevaba en el auto. Todo
estaba marchando mal, ahora me tendría que quedar en aquella mierda de lugar,
para pasar la puta noche.
-Yo le aconsejaría que
pase la noche aquí-me dijo el viejo.
Lo miré detenidamente y
cada vez me daba más asco. No era un anciano común como lo era mamá. Este viejo
tenía toda su cara plagada de pecas y algunas verrugas, su nariz era enorme
similar a la de los duendes. Tenía dentadura, pero casi toda era de color
negro, cada vez que hablaba emanaba podredumbre desde su boca. Sus ojos eran
celestes-quizá lo único normal- y su
boca era tan enorme que parecía ser una mezcla entre un ario con un negro
africano. Sus rasgos eran deplorables similares a los de un chimpancé, tenía un
sombrero antiguo y destrozado. Vestía un pantalón gastado y lleno de aceite de
autos, tenía lentes enormes y cuadrados que resaltaban sus ojos y una enorme
cicatriz en su pómulo izquierdo sobresalía de su rostro. Y lo más asqueroso era
que este viejo tenía una horrible panza que lo delataba con el resto de su
cuerpo, dado que era extremadamente flaco pero sólo esa zona formaba una
protuberancia. Después de calificarlo a simple vista como deplorable
físicamente, decidí contestarle.
-Tiene razón.
Me miró unos segundos y comenzó a pensar detenidamente sobre algo
que sólo él sabía. Luego me habló nuevamente.
-Si quiere puede pasar la
noche aquí. Pero no es recomendable.
-¿El lugar es
peligroso?-le pregunté.
-Sí.
-Bien… ¿Qué me recomienda?
Cuando me iba a contestar
sonó el teléfono de la estación y el viejo cateto se levantó de la silla de
forma rápida, algo notable y extraño para una persona de su edad. Esto fue el
primer indicio de una noche extraña. Parecía un joven de quince años, frenético
y sin ningún inconveniente al levantarse de aquella silla podrida. Cualquier
persona tan avejentada estaría tomándose la espalda después de levantarse de
una silla de forma rápida, pero este viejo no aplicó ninguna queja.
Después de unos minutos
el viejo volvió desde el interior de la estación y sin que le preguntara nada, me
recomendó un hospedaje cercano.
-Joven. Le recomiendo que
pase la noche en un hotel pequeño de por aquí.
-Está bien-le dije- ¿Pero
dónde estoy?
-Se encuentra en la “Parada 525”. Pero exactamente estamos en
las cercanías de “Daramhon”.
Esto se tornaba más
extraño que aquel anciano, Daramhon era un pueblo de leñadores,-que según mis conocimientos-había
desaparecido hace años. La última vez que había escuchado sobre este sitio fue
cuando era pequeño. Pero el viejo parecía no mentir, además por qué no confiar
en un anciano casi a punto de morir.
-Muy bien, sólo deme la
dirección del hotel y ya mismo me retiro.
-Es fácil de llegar. Sólo
gire a la derecha del cartel que dice: “Bienvenidos
a Daramhon” el mismo que se halla en la entrada de la parada.
No comprendía que mierda
sucedía, dado que cuando llegué a la parada no había ningún cartel, pero según
el anciano tenía que usar como referente dicho cartel para llegar hasta el
hotel.
-Pero señor… Cuando llegué
hasta esta parada no había ningún cartel.
El viejo dibujó una
macabra sonrisa en su rostro y me dijo.
-No bromeé conmigo señor “Dante”. A él no le gustan las bromas.
Cuando dijo mi nombre el
miedo gobernó mi situación.
-¿Cómo dijo?-le pregunté
con pavor.
-Que debe girar a la
derecha.
El viejo sin dudas estaba
jugando conmigo. Pero qué vileza podía contener este anciano para decir
aquellas palabras ominosas.
-Usted dijo mi nombre.
-Señor no juegue conmigo
soy sólo un anciano.
-¡Yo lo escuché!-exclamé.
-Por favor, señor… no me
haga daño sólo quiero ayudarlo.
-Tú dijisteis mi nombre
¿Cómo mierda sabes mi nombre?
-Le voy a pedir que se
marche. Ya estoy viejo para estas idioteces.
-Eso es exactamente lo que
haré.
Me retiré furioso y con
miedo de aquella estación, mientras el viejo se introducía en ella riéndose por
debajo de sus manos. Algo extraño y oculto escondía este sitio y lo único en lo
que pensaba era en dormir para poder irme por la mañana.
El viejo tenía razón,
había un cartel pero yo estaba seguro que cuando había llegado al paradero no
estaba. Aún no sabía que escondía aquel sitio pero presagiaba que la noche lo
delataría y que al fin descubriría que pasaba por aquellos lugares.
El hotel no fue difícil
de encontrar, pero más que un hotel parecía un nido de ratas. Creo que a esas
alturas no me quedaba alternativa y no podía pedir nada mejor que aquella
porquería. Este sitio de hospedaje estaba cercano al bosque, centenares de
árboles lo rodeaban y a las afueras había varias hachas desafiladas y pequeños
arboles recién cortados. Era cierto que este pueblo era conocido por ser un
lugar de leñadores. Lo extraño era que aún no había visto a esos hombres
robustos y cargados de fuerza que se encargan de cortar árboles más grandes que
un automóvil. Las únicas personas que había visto eran ancianos, el viejo que
sabía mi nombre y los otros dos que parecía que habían huido al verme en un
principio de mi llegada.
Estaba en el umbral de la
puerta del hotel, con mis bolsos en cada mano para pasar la noche y toqué tres
veces al timbre. En segundos me atendió un anciano de color negro. Este viejo
estaba lleno de pecas como el anciano de la estación, tenía una nariz ancha como
de boxeador, sus labios eran gruesos y sus brazos casi le llegaban hasta el
piso. Tenía postura encorvada, piernas débiles y cortas. Sus ojos eran negros
como la misma noche y su vestimenta era mucho mejor que la del viejo que sabía
mi nombre. Sin que yo le hablara, me dirigió la palabra.
-Hola, joven.
-Hola.
-¿Desea pasar la noche?
-Claro.
-La noche son sólo diez
monedas.
El precio era un regalo, lo único bueno de la noche.
-Me parece correcto. Ya mismo le pago.
-Bien joven. Le aseguro que el servicio no lo defraudará.
Le pagué al instante con cambio, para no recibir nada de aquel
esperpento y en un acto seguido me condujo de inmediato a mi habitación.
-Pase por aquí joven.
En aquel momento esperaba
ver algún muchacho, puesto que por lo general los empleados que llevan los
bolsos en los hoteles son gente joven, deben serlo por la fuerza que deben
ejercer. Pero nada cambiaba en aquel hotel, dado que el que recibió mis bolsos
era otro anciano similar al anterior sólo que de piel blanca. En ocasiones
pensé vivir en aquel sitio, ya que todos los ancianos de allí eran gente llena
de vigor, quizá la tierra les daba vitalidad. El viejo que llevó mis bolsos
parecía tener más fuerza que yo, y su cuerpo demostraba lo contrario.
Deje pasar eso de los ancianos y me acomodé en mi habitación que
se encontraba en el segundo piso al fondo del pasillo. Para ser un nido de
ratas el sitio era grande y acogedor, por lo menos no había cucarachas. Lo
único malo era una hediondez que provenía del baño. Quise dormir pero no pude,
por aquel hedor. Me dispuse a ver que producía tales tufos, y cuando me levanté
de la cama y miré en el baño, encontré el escusado repleto de gusanos amarillos
y de mierda por todo el lugar. Sabía que algo malo iba a tener aquel sitio de
mala muerte. -¿Qué podía hacer más que
cerrar la puerta y dormir?- Ni loco limpiaría toda la mierda del sitio, lo
mejor era pasar la noche y despedirme para siempre de aquel lugar por la
mañana.
Cuando estaba a punto de
cerrar los ojos escuché unos murmullos en las afueras del hotel. Mi ventana
daba justo a un patio trasero, en el cual depositaban leña. Me levanté de la
cama para escuchar de qué hablaban las personas de las afueras. Una vez que
estaba cerca de la ventana espié por ella. Pude ver otros ancianos -nada nuevo- y noté como berreaban entre
ellos y a la vez cortaban enormes troncos. Algo que seguía siendo de los más
extraño-¿cómo podía ser que dos débiles
viejos pudiesen hacer un trabajo tan pesado?- Los dos ancianos no parecían
sufrir al cortar la madera, era como si fuesen fornidos leñadores de leyenda.
La vitalidad de aquellas personas causaba miedo en mí, cada vez me acercaba más
al desenlace de algo aterrador. Al principio pensé que la gente de la zona era
vigorosa, pero después me di cuenta que todo marchaba mal. Los dos ancianos
hablaban entre ellos, pero en un idioma que jamás había escuchado. Más que
palabras parecían dialectos de trogloditas, era como si dos perros estuviesen
peleando por un hueso. Traté de no delatar mi posición desde la ventana para
seguir espiando a los dos viejos vehementes. Todo marchaba bien cuando comencé
a oír voces en el pasillo, esta vez podía escuchar claramente el idioma normal.
Había cambiado mi posición de la ventana por la posición de la puerta que daba
hacia el pasillo. Y escuché a dos viejos que recitaban cosas extrañas y
ominosas para mi mente. Podía oír como uno de ellos le decía al otro que todo
estaba preparado y que pronto el señor “Uhbbe”
tenga su bocado. No sabía qué mierda era el significado de la conversación y
jamás había escuchado de un nombre así, lo que pasaba allí no era algo normal y
no dudé un instante para darme cuenta que todo estaba empeorando. Para no
llamar la atención volví hasta la cama y me tapé presurosamente, para simular
que estaba dormido. En cuestión de segundos entró el anciano que me había
alquilado la habitación, me miró unos segundos y bajó corriendo. Esto era lo
único que necesitaba mi mente para darme la orden de correr. Me destapé lo más
rápido que pude y abrí la ventana que
daba al patio. Me escabullí por ella y cuando volteé para ver al interior de
hotel una horda de ancianos con palos y cuchillos estaba en mi habitación.
Berreaban entre ellos y discutían, pero todo cambió cuando me vieron por la
ventana, no titubee y me tiré del segundo piso al patio del hotel, para mi
desgracia caí sobre un tronco y me rompí la pierna-que maldita desgracia-, tantas veces había pensado en quitarme la
vida y ahora estaba luchando por ella, la puta ironía gobernaba mi situación.
Muchas cosas vagaban por mi mente, pero pensaba-¿Cómo podía ser que estos ancianos fuesen tan despiadados? ¿Qué fuerza
cósmica los gobernaba? ¿Quién era el tal Uhbbe?-. Todo tenía que ser una
puta pesadilla, nada más que eso –pensaba-
pero todo era tan real como mi pierna rota.
Quedando tirado en aquel
patio los ancianos poderosos no tardarían en despedazarme, el gélido aire del
bosque acariciaba mi rostro, dándome consuelo de mi posible cercanía
a la muerte. Las voces de los viejos se escuchaban cada vez más cerca y
en sólo segundos, decenas de ancianos surgieron del bosque marchito y del
hotel. La mayoría de ellos no hablaba nuestro idioma, sólo berreaban entre sí y
se miraban los unos con los otros. No podía creer lo que estaba viendo en esos
momentos, un ejército de viejos sedientos de mi sangre, un bosque marchito que
parecía estar plagado de maldad y un frío arrasador que me servía de consuelo.
Sólo aguardé mi segura muerte por manos de aquellos viejos que no eran de este
planeta o que estaban corrompidos por fuerzas mayores. Pero cuando pensé que
todo estaba perdido, todo se fue aún más por la borda. Desde las entrañas del
bosque salieron más ancianos comandados por uno, muy peculiar, que portaba un
amuleto enorme con la forma de un gusano. Este viejo ancestral les habló a
todos en su idioma y los festejos y chiflidos se oyeron a leguas. Lo único que
podía entender era que mi captura había generado alegría entres los ancianos.
El viejo del amuleto vestía como cualquier anciano normal, pero la diferencia
estaba en su cuerpo. Desde las mangas de su camisa brotaban infinidades de
gusanos amarillos y a punto de estallar como los que habían en el baño del
hotel. Y no sólo de sus mangas, sino de todo su cuerpo, este viejo era como un
engendro que producía constantemente aquellas cosas repulsivas.
De pronto dos ancianos se
acercaron hasta mi ubicación y me tomaron de las extremidades. Cuando me
alzaron un tercero me pegó con un palo en la cabeza y no recuerdo nada más de
aquella situación.
No tenía idea cuánto
había transcurrido, pero seguro que mucho tiempo. Cuando desperté me encontraba
rodeado de ancianos desnudos, algo realmente asqueroso. La mayoría de estos
engendros estaban llenos de gusanos por todos sus cuerpos. Además había
antorchas clavadas en el piso del lugar en el que me encontraba. Este sitio era
en las entrañas del bosque y cercano al lugar había una enorme entrada a una
cueva. No se podía ver nada para adentro de la cueva, dado que la luz
escaseaba. Yo por otro lado, estaba atado a un poste enorme y rodeado por los
ancianos horrendos, que más que humanos parecían fallidas creaciones de algún
dios arcaico. Mientras todos los viejos bailaban desnudos alrededor mío, el
viejo del amuleto tenía un libro esotérico del cual escupía conjuros
aterrorizantes. Era presagiado mi fúnebre destino, sabía que nada iba a
terminar bien para mí. Lo único que podía hacer era resignarme y presenciar mi
propio sacrificio. Mientras más invocaciones vomitaba aquel anciano, más gusanos
salían de su cuerpo, además el cielo comenzó a mutar de manera extraordinaria.
Se formaron nubes jamás vistas y un tifón de energía generó un enorme portal
proveniente del cielo para que caiga sobre la entrada de la cueva, un destelló
ciclópeo vasto para crear tal anomalía del universo. Sabía que estaba a punto
de morir, pero por otro lado estaba excitado por presenciar aquellos ritos
ancestrales. Ningún humano jamás hubiese imaginado tal espectáculo macabro, me
sentí parte de la obra y quería morir para seguir conociendo más de todo
aquello. Seguí mirando el juego de la muerte y del portal emergió un
encapuchado que no parecía ser humano. Los ancianos se acercaron hasta él y le
quitaron la capucha, mi sorpresa fue enorme dado que lo que vi puede llegar a
costarle la cordura a cualquier ser humano. Este ataviado era un gusano
horrible, gigante y amarillo, que portaba manos que provenían de tendones
podridos que estaban insertados en su cuerpo. Con aquellas extremidades tenía
en su poder un bastón rarísimo y un libro que poder. Aquella abominación del cosmos hablaba el
mismo idioma barbárico que los ancianos. Y por razones que desconozco, parecía
ser que estaba enfurecido con sus acólitos. Mientras este engendro les hablaba
todos se arrodillaban y suplicaban.
Mi suerte había cambiado
un poco y la cuerda que me atrapaba comenzó a aflojarse y aproveché la
oportunidad de escapar. Mi presencia ya no era requerida en aquel sitio del
infierno, pero mi maldición sería por eones. Huí como pude-con mi pierna rota- por aquel espeso y marchito bosque mientras
miraba a mis espaldas como el cielo se enfurecía con aquel lugar maldito. Troté
de forma insólita casi con una pierna y cuando quise darme cuenta tenía a todos
los ancianos siguiéndome nuevamente, esta vez desenfrenados con una furia
atroz. Quizá el miedo me ayudó, o quizá aquella bestia de los portales
desconocidos me quiso con vida. Lo único que sabía era que debía escapar de los
ancianos sedientos de sangre. Era irónico como un simple descuido les podía
costar caro y más irónico era como yo trataba de salvar mi vida. Fueron tantas
las veces que pensé en el suicidio, que ya no lo recuerdo.
Logré llegar al automóvil
pero recordé que no tenía combustible, lo único que podía hacer era pensar
rápido. Lo primero que pasó por mi mente fue esconderme y fue lo único que pude
hacer. Había varios troncos enormes que me sirvieron de maravilla, al menos
algo bueno había conseguido. Me acurruqué entre los troncos, arriesgándome a
morir aplastado por los mismos, pero cuál era la diferencia -de todas maneras ya estaba muerto-. Al
parecer eran fuertes, pero la mente se les había deteriorado, no pudieron
encontrarme y pasaron de largo, siguiendo por el bosque para cazar a quién sabe
qué persona imaginaria. Mi cabeza estaba por explotar por tanta locura en una
noche y me desmayé.
Al otro día desperté casi
congelado por el frío que me azotó. Con las pocas fuerzas que me quedaban me
dirigí como pude hasta la estación a buscar combustible. Lo extraño era que
ningún anciano se encontraba por la zona. Sólo habían miles de gusanos por
todos lados, agonizando. No me detuve a pensar qué era aquel espectáculo de
insectos. Sólo robé la nafta y me dirigí al auto para cargarlo. En un santiamén
tenía combustible nuevamente.
Dejé todo atrás, no me
percate de las maletas ni de nada, sólo encendí el motor y enfilé a la
carretera. Aceleré a fondo y cuando
estaba a punto de conectarme con la ruta choqué a un anciano desquiciado, que
emergió sin previo aviso. Lo único que quedó en la chapa del auto fueron
gusanos y sangre. Por razones que nunca me perdonaré, bajé para ver al viejo y
este me habló, agonizante al borde de la muerte.
-Lo arruinasteis…
El condenado escupía
sangre con gusanos y el viejo era el dueño de la estación, el maldito anciano
que sabía mi nombre y que estaba jugando conmigo desde un principio.
-Vete a la mierda…
-El señor Uhbbe,
enfureció. Y tú lo arruinasteis…
-¿De qué me hablas viejo
inmundo?-le pregunté con violencia.
-Él es un regente de los
mundos distantes. Sólo él podía darnos la vida eterna.
-No entiendo de qué
hablas. Pero lo único que sé es que te vas a morir.
-Tu comprensión jamás lo
entenderá. Nuestro señor, es un supremo. Y los supremos se conforman con
sangre…
Cuando el viejo dijo su
última palabra explotó tiñéndome de sangre y gusanos, los cuales se esparcieron
por todo el suelo. Mi locura me estaba consumiendo, tenía que huir de allí lo
más rápido posible. Ya nada era seguro en aquel sitio. Me subí nuevamente al
coche y salí raudo de aquel lugar infernal.
Pude escapar de mi
posible muerte, ahora más que nunca aprecio mi vida. Pese a que estoy internado
en el hospital psiquiátrico, no dejo de pensar en mi familia y en lo valioso
que es la vida. Jamás podré reactivarme después de lo vivido aquella noche. Le
tengo miedo a la gente, estoy recluido. Una terrible fobia a los gusanos
corrompe mi mente. No hay día que no recuerde el nombre de “Uhbbe”. Pero hay algo a lo que siempre
temeré, un miedo ridículo, algo que nadie imaginaría, algo que no cabe en la
mente de un humano -el temor a los
ancianos-. Desde aquella noche, al día siguiente que partí llegué a mi casa
y vi a mi madre, me recordó tanto a los malditos que me querían matar, que no
dudé un instante y la maté. Mis hermanos me golpearon hasta dejarme escupiendo
sangre y luego me denunciaron. Las autoridades me declararon en estado de
locura.
Ahora que me encuentro
recluido de la sociedad en el hospital Lewinsthon.
Nunca he dejado de repetir el nombre del
gusano enorme, el maldito “Uhbbe”.
Creo que mi alma nunca se aliviará más que con la misma muerte, después de
pensar día a día en lo que le hice a mi propia madre. Quizá hubiese sido mejor
el suicido y eso podría haberme liberado de haber conocido mi fallido destino y
peor aún, a -“La gente de Daramhon”-.
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