sábado, 3 de agosto de 2013

Los hijos de Jigrah


    Recuerdo bien las historias horripilantes que contaban los ancianos del pueblo, pero jamás pensé que fuesen reales. Todo cambió cuando quedé varado en aquel desierto después de hacer algo que no debía haber hecho.
    Cuando me dirigía por la ruta nacional directo hacia “Olans Fils”, nunca imaginé que me toparía con la peor de las escenas. Un terrible accidente había captado la atención de varias personas en la carretera. Una mujer había volcado su auto por esquivar a un hombre que se había quedado dormido-algo que ocurría a menudo en aquella ruta-, la mujer por obra de los dioses compasivos había sobrevivido, pero el pobre tipo que se introdujo en los mundos mortuorios, dado que no había quedado en buenas condiciones. Los peritos estaban sacándolo con cucharas prácticamente, restos de carne estaban dispersos por el pavimento, un pie asomaba desde la masa de fierros que había sido en un pasado un coche. Al parecer el tipo chocó de frente contra una enorme roca que estaba en la banquina de la ruta que conducía a Olans. Este sitio era desértico y estaba repleto de rocas enormes que ocasionaban constantes muertes a personas que solían chocar contra ellas por causas similares a las del tipo reventado. Mi cabeza podía procesar bien las imágenes desagradables y morbosas, eso no me impresionaba, -en la guerra había visto cosas peores-. Pero dicen que mientras más viejo, más sensible es el corazón y por alguna razón esa noche sentí nauseas al ver al pobre hombre que parecía carne picada lista para ir al mercado. Es que este tipo no tenía forma de nada, ni una bomba podría haber despedazado de tal manera a una persona-su sangre es un recuerdo notable en mi mente-. Aquella carretera era un mar rojo repleto de viscosidad y sesos que aquel condenado.
   Aquella horrible escena me hizo pensar en lo peor y no quise seguir viajando, por eso decidí pasar la noche en el primer nido de ratas que encontrase. Seguí mi camino después de la escena horrible, mientras que más personas se asomaban a ver el espectáculo de carne molida y metal compactado que había quedado en la ruta.
   Después de una hora de viaje y aún no podía encontrar ningún lugar para pasar la noche, era como si el destino no quisiese verme en un sitio de mala muerte. No tenía más alternativa que seguir viajando hasta encontrar algún sitio o hasta que el sol me diese su cordial saludo cuando se arrimase en el horizonte. Todo marchaba extrañamente bien y hasta me había olvidado del accidente, pero de pronto sentí que mi auto se ladeaba hacia un lado. Pensé en frenar para ver si había pinchado un neumático, y mi destino coincidía con este pensamiento. La maldita rueda había tenido una cita con un enorme trozo de metal que se encontraba en la carretera (un posible resto de otro accidente). Creo que aquel puto día fue el más despreciable de todos-lo escupo en la cara a ese maldito día-. Muchos pensarán que soy un completo idiota por no llevar rueda de auxilio,-¿pero acaso los humanos no estamos hechos para equivocarnos?-. Ese día tenía todas las letras puestas para que lo peor aconteciese en mi vida. Me encontraba en medio de una ruta plagada de nada y escoltada por un enorme desierto que albergaba vida apta para él y no para un humano insipiente como lo era yo. -¿Qué era lo que podía hacer más que insultar al vacío del lugar?-, no tenía nada como para poder defenderme de aquel problema. Y como si fuese poco ya nadie pasaba por la carretera a esas horas. Lo único que me quedaba como opción era caminar hasta la siguiente parada, pero allí es donde mi cerebro formulaba preguntas, ¿A cuánto está el próximo paradero? ¿Por qué mierda eres tan imbécil? ¿Acaso tienes mierda en vez de cerebro por no traer una simple rueda de auxilio? No iba a discutir con mi amigo, él tenía razón, yo me había ganado el concurso al idiota de la carretera.
   Decidí hacer lo incorrecto y caminé y caminé por la banquina de la enorme ruta. A pesar de que la noche gobernaba por allí, la vida nocturna podía llegar a ser muy escalofriante. El descenso de la temperatura del desierto era terrible y se escuchaban los chillidos de millones de insectos-quizá peligrosos, quizá no tanto-, también de serpientes y uno que otro carnívoro aullaba a la luz de la luna. La oscuridad no era un problema, dado que la luna llena teñía todo el firmamento con su poderosa luz. Podía ver a la perfección la nada del desierto y eso fue lo que ayudó a mi ruptura emocional.  Mientras caminaba, miraba hacia los costados y tras mi espalda para estar alerta de cualquier peligro de la naturaleza. Y en un momento cuando miré hacia mi derecha pude notar algo extraño en el horizonte. Era algo que no encajaba con el ecosistema de aquel lugar. Era un enorme y marchito árbol, que se encontraba situado en medio del desierto. Sé que nunca tendría que haber ido hacia aquella anomalía del cosmos, pero no pude contenerme y me dirigí hasta el titánico árbol. Este organismo era enorme, casi del tamaño de un edificio, algo realmente tétrico. Para nada era una maravilla, puesto que aquel árbol irradiaba malos augurios,-en realidad todo aquel entorno lo hacía-. Caminé unos minutos y ya casi estaba cerca de aquella abominación ciclópea, cuando de repente escuché ruidos que jamás había escuchado. Eran pertenecientes a seres con vida, pero de lo más extraños. Eran sonidos guturales y gemidos extraños, como si se tratasen de animales que jamás existieron en la tierra. Decidí esconderme detrás de una roca (por si acaso). Y desde allí vislumbré de qué trataba toda esa extraña escena en el desierto. El árbol parecía estar muerto pero para nada era así, este engendro chorreaba algo similar a la sabia, pero de color rojo y parecía contraerse como si fuese de carne. Nunca había visto nada similar, aquel árbol no estaba compuesto por madera, estaba compuesto por restos humanos. -¿Qué mierda era lo que pasaba, creo que jamás lo sabré?-. Pero para empeorar las cosas bajo este árbol había gente que agonizaba y que estaba enterrada en la tierra del áspero desierto. Sólo hasta la mitad, y parecía ser que el árbol les extraía la sangre con sus raíces. Todas las víctimas de este engendro gemían, pero no hablaban ni una palabra y eso se debía a que una masa viscosa y de color verde brillante se encontraba en las bocas de todas las personas. La situación era desagradable, peor que el accidente en la carretera.
   Por mucho que lo pensase no podía comprender qué era lo que sucedía. Jamás en mi vida había visto algo tan horripilante,-¿un árbol que chupaba la sangre de la gente con sus raíces?- que posibilidades de cordura quedaría para mí después de haber visto aquello.
   Seguí viendo atónito toda la macabra escena, cuando sin previo aviso desde el cielo emergieron unas criaturas quiméricas que jamás hubiese concebido mi mente. Llegué a pensar que tanto caminar por el desierto había arrebatado mi cordura, pero no era así, todo era real. El árbol, los agonizantes y las criaturas de pesadillas que acababan de aparecer desde el cielo. Aquellos engendros no tenían alas, volaban por medio de quién sabe qué parte anatómica inexistente para un humano. Eran alrededor de diez y de un tamaño enorme, no como el del árbol pero sí de proporciones gigantes. Quizá de la forma de cinco hombres o quizá más, lo cierto era que tenían tres cabezas horrendas y diferentes. Inscripciones talladas en la carne,-como oraciones inconclusas y del todo ilegible-, y sus cuerpos eran de forma circular--, de forma circular, esférica como si fuesen enormes bolas con tres cabezas plagadas de inscripciones en la carne y que volaban de alguna forma extraña. Estas criaturas se comunicaban entre ellas y parecía que flotaban mientras más se acercaban al árbol.
   Pero aún no terminaba toda la función macabra, una vez que el árbol vampírico se sació con la sangre de sus víctimas la tierra comenzó a temblar y desde ella emergieron enormes raíces dentadas con bocas circulares y parecidas a las de las lampreas. Estas bocas se aunaron de las criaturas circulares. Cada uno de estos engendros tenía en el centro de su cuerpo esférico un orificio que se habría para dejar que las raíces dentadas se introduzcan dentro de ellos. Una vez que la fusión de carne corrompida terminase, las criaturas voladoras comenzaron a marchar hacia el cielo. Lentamente se elevaron llevándose al enorme árbol inmundo-que tenía la costumbre de las sanguijuelas-. No sabía qué mierda pensar de todo lo que estaba presenciando y muchas veces pensaba en la pobre gente que fue presa de aquella aberración del universo. Poco a poco se alejaron del lugar llevándose al árbol y gimiendo a la luz de la luna. Lo único que había quedado en aquel lugar eran los cuerpos secos y consumidos de las personas asesinadas. Una imagen horrible, todos ellos con rostros cadavéricos y consumidos, todos ellos sin sangre, secos como si su alma también hubiese sido chupada.
   Nada podía hacer más que retirarme de aquel sitio y seguir vagando por el desierto. Caminé de vuelva hasta la carretera, acompañado de miles de pensamientos voraces que lo único que me decían eran insultos, por no haber tenido una simple rueda de auxilio. Mi mente fue arrebata por un simple error humano, por quedar varado en aquel lugar infernal. Pero no podía hacer otra cosa que seguir caminando.
  Pasó el menos una hora y mi noche mejoró un poco, puesto que un enorme camión frenó para alzarme. Mis padres siempre me dijeron que no confíe en un extraño pero no titubé un instante en romper esa enseñanza.  El hombre del camión era regordete y con bigotes, tenía un enorme gorro de lana inadecuado para la época y algo de él me decía que podría llegar a ser una posible amenaza, pero no tenía alternativa. Nos saludamos cordialmente y me dijo que el pararía en la próxima estación. Nada era mejor que eso, no podría negarme a esa ayuda que el destino me estaba propiciando. Después de intercambiar algunas palabras no recuerdo más de la situación puesto que me dormía, aquella noche había sido agotadora para mi mente.

   Cuando desperté al otro día, algo marchaba bien pero a la vez era extraño. Me encontraba en un lugar cómodo, me hallaba en una cama de un pequeño hotel. No lograba entender qué era lo qué había sucedido. Pensé de pronto que el camionero me había robado, pero no me faltaba nada y lo más importante mi ano estaba intacto. Pero… ¿por qué me hallaba allí?, un gran misterio como la verdadera historia que me envolvió. Cuando salí del hotel fui a hablar con el encargado y le pregunté varias cosas. Y de todo lo que hablamos algo arrebató por completo mis límites mentales de lo normal a lo anormal. El joven encargado me contó sobre una historia de la zona, sobre un viejo camionero que se encarga de secuestrar gente a la cual escondía en su contenedor. Luego las llevaba hasta un árbol, y nadie volvía a saber de ellas. Cuando me contó esto supe que yo era un afortunado de la vida y supe que los dioses me favorecían. Nunca olvidaré la noche en la que fui testigo de un ciclo interminable en el cual un hombre alimentaba a entidades extraterrestres para quién sabe qué fin. Y nunca estaré tan agradecido con ese camionero, que al finalizar con su trabajo me alzó y me dejó en el hotel no dejando rastros de él, pero dejándome como advertencia que la próxima vez podría ser yo el desafortunado si pasase nuevamente por aquel sitio. Todos los del círculo sabían que yo había sido uno de los pocos que pudo ver un espectáculo inimaginable y maligno. Las secuelas jamás se han ido de mi mente, siempre suelo tener horribles sueños en los que se aparecen aquellas criaturas circulares que son llamadas como, -“Los hijos de Jigrah”-. Siempre sueño lo mismo y siempre tengo la esperanza de que algún día los supremos vengan por mí como me lo dicen sus hijos en mis sueños. Sé que ellos querían que viese todo aquel espectáculo y sé que seré el próximo para una tarea importantísima. Y jamás olvidaré aquel ser vampírico, aquel engendro del cosmos. Nunca dejaré de recordar -al árbol de los agonizantes-.

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