Recuerdo bien las
historias horripilantes que contaban los ancianos del pueblo, pero jamás pensé
que fuesen reales. Todo cambió cuando quedé varado en aquel desierto después de
hacer algo que no debía haber hecho.
Cuando me dirigía por la ruta nacional
directo hacia “Olans Fils”, nunca
imaginé que me toparía con la peor de las escenas. Un terrible accidente había
captado la atención de varias personas en la carretera. Una mujer había volcado
su auto por esquivar a un hombre que se había quedado dormido-algo que ocurría a menudo en aquella ruta-,
la mujer por obra de los dioses compasivos había sobrevivido, pero el pobre
tipo que se introdujo en los mundos mortuorios, dado que no había quedado en
buenas condiciones. Los peritos estaban sacándolo con cucharas prácticamente,
restos de carne estaban dispersos por el pavimento, un pie asomaba desde la
masa de fierros que había sido en un pasado un coche. Al parecer el tipo chocó
de frente contra una enorme roca que estaba en la banquina de la ruta que
conducía a Olans. Este sitio era desértico y estaba repleto de rocas enormes
que ocasionaban constantes muertes a personas que solían chocar contra ellas
por causas similares a las del tipo reventado. Mi cabeza podía procesar bien
las imágenes desagradables y morbosas, eso no me impresionaba, -en la guerra había visto cosas peores-.
Pero dicen que mientras más viejo, más sensible es el corazón y por alguna
razón esa noche sentí nauseas al ver al pobre hombre que parecía carne picada
lista para ir al mercado. Es que este tipo no tenía forma de nada, ni una bomba
podría haber despedazado de tal manera a una persona-su sangre es un recuerdo notable en mi mente-. Aquella carretera
era un mar rojo repleto de viscosidad y sesos que aquel condenado.
Aquella horrible escena me hizo pensar en lo
peor y no quise seguir viajando, por eso decidí pasar la noche en el primer nido
de ratas que encontrase. Seguí mi camino después de la escena horrible,
mientras que más personas se asomaban a ver el espectáculo de carne molida y
metal compactado que había quedado en la ruta.
Después de una hora de viaje y aún no podía
encontrar ningún lugar para pasar la noche, era como si el destino no quisiese
verme en un sitio de mala muerte. No tenía más alternativa que seguir viajando
hasta encontrar algún sitio o hasta que el sol me diese su cordial saludo
cuando se arrimase en el horizonte. Todo marchaba extrañamente bien y hasta me
había olvidado del accidente, pero de pronto sentí que mi auto se ladeaba hacia
un lado. Pensé en frenar para ver si había pinchado un neumático, y mi destino
coincidía con este pensamiento. La maldita rueda había tenido una cita con un
enorme trozo de metal que se encontraba en la carretera (un posible resto de otro accidente). Creo que aquel puto día fue el
más despreciable de todos-lo escupo en la cara a ese maldito día-. Muchos
pensarán que soy un completo idiota por no llevar rueda de auxilio,-¿pero acaso los humanos no estamos hechos
para equivocarnos?-. Ese día tenía todas las letras puestas para que lo
peor aconteciese en mi vida. Me encontraba en medio de una ruta plagada de nada
y escoltada por un enorme desierto que albergaba vida apta para él y no para un
humano insipiente como lo era yo. -¿Qué era lo que podía hacer más que insultar
al vacío del lugar?-, no tenía nada como para poder defenderme de aquel
problema. Y como si fuese poco ya nadie pasaba por la carretera a esas horas.
Lo único que me quedaba como opción era caminar hasta la siguiente parada, pero
allí es donde mi cerebro formulaba preguntas, ¿A cuánto está el próximo
paradero? ¿Por qué mierda eres tan imbécil? ¿Acaso tienes mierda en vez de
cerebro por no traer una simple rueda de auxilio? No iba a discutir con mi
amigo, él tenía razón, yo me había ganado el concurso al idiota de la
carretera.
Decidí hacer lo incorrecto y caminé y caminé
por la banquina de la enorme ruta. A pesar de que la noche gobernaba por allí,
la vida nocturna podía llegar a ser muy escalofriante. El descenso de la
temperatura del desierto era terrible y se escuchaban los chillidos de millones
de insectos-quizá peligrosos, quizá no
tanto-, también de serpientes y uno que otro carnívoro aullaba a la luz de
la luna. La oscuridad no era un problema, dado que la luna llena teñía todo el
firmamento con su poderosa luz. Podía ver a la perfección la nada del desierto
y eso fue lo que ayudó a mi ruptura emocional.
Mientras caminaba, miraba hacia los costados y tras mi espalda para
estar alerta de cualquier peligro de la naturaleza. Y en un momento cuando miré
hacia mi derecha pude notar algo extraño en el horizonte. Era algo que no
encajaba con el ecosistema de aquel lugar. Era un enorme y marchito árbol, que
se encontraba situado en medio del desierto. Sé que nunca tendría que haber ido
hacia aquella anomalía del cosmos, pero no pude contenerme y me dirigí hasta el
titánico árbol. Este organismo era enorme, casi del tamaño de un edificio, algo
realmente tétrico. Para nada era una maravilla, puesto que aquel árbol
irradiaba malos augurios,-en realidad todo aquel entorno lo hacía-. Caminé unos
minutos y ya casi estaba cerca de aquella abominación ciclópea, cuando de
repente escuché ruidos que jamás había escuchado. Eran pertenecientes a seres
con vida, pero de lo más extraños. Eran sonidos guturales y gemidos extraños,
como si se tratasen de animales que jamás existieron en la tierra. Decidí
esconderme detrás de una roca (por si
acaso). Y desde allí vislumbré de qué trataba toda esa extraña escena en el
desierto. El árbol parecía estar muerto pero para nada era así, este engendro
chorreaba algo similar a la sabia, pero de color rojo y parecía contraerse como
si fuese de carne. Nunca había visto nada similar, aquel árbol no estaba
compuesto por madera, estaba compuesto por restos humanos. -¿Qué mierda era lo que pasaba, creo que jamás
lo sabré?-. Pero para empeorar las cosas bajo este árbol había gente que
agonizaba y que estaba enterrada en la tierra del áspero desierto. Sólo hasta
la mitad, y parecía ser que el árbol les extraía la sangre con sus raíces.
Todas las víctimas de este engendro gemían, pero no hablaban ni una palabra y
eso se debía a que una masa viscosa y de color verde brillante se encontraba en
las bocas de todas las personas. La situación era desagradable, peor que el
accidente en la carretera.
Por mucho que lo pensase no podía comprender
qué era lo que sucedía. Jamás en mi vida había visto algo tan horripilante,-¿un
árbol que chupaba la sangre de la gente con sus raíces?- que posibilidades de
cordura quedaría para mí después de haber visto aquello.
Seguí viendo atónito toda la macabra escena,
cuando sin previo aviso desde el cielo emergieron unas criaturas quiméricas que
jamás hubiese concebido mi mente. Llegué a pensar que tanto caminar por el
desierto había arrebatado mi cordura, pero no era así, todo era real. El árbol,
los agonizantes y las criaturas de pesadillas que acababan de aparecer desde el
cielo. Aquellos engendros no tenían alas, volaban por medio de quién sabe qué
parte anatómica inexistente para un humano. Eran alrededor de diez y de un
tamaño enorme, no como el del árbol pero sí de proporciones gigantes. Quizá de
la forma de cinco hombres o quizá más, lo cierto era que tenían tres cabezas
horrendas y diferentes. Inscripciones talladas en la carne,-como oraciones
inconclusas y del todo ilegible-, y sus cuerpos eran de forma circular-sí-, de forma circular, esférica como si
fuesen enormes bolas con tres cabezas plagadas de inscripciones en la carne y
que volaban de alguna forma extraña. Estas criaturas se comunicaban entre ellas
y parecía que flotaban mientras más se acercaban al árbol.
Pero aún no terminaba toda la función
macabra, una vez que el árbol vampírico se sació con la sangre de sus víctimas
la tierra comenzó a temblar y desde ella emergieron enormes raíces dentadas con
bocas circulares y parecidas a las de las lampreas. Estas bocas se aunaron de
las criaturas circulares. Cada uno de estos engendros tenía en el centro de su
cuerpo esférico un orificio que se habría para dejar que las raíces dentadas se
introduzcan dentro de ellos. Una vez que la fusión de carne corrompida
terminase, las criaturas voladoras comenzaron a marchar hacia el cielo. Lentamente
se elevaron llevándose al enorme árbol inmundo-que tenía la costumbre de las sanguijuelas-. No sabía qué mierda
pensar de todo lo que estaba presenciando y muchas veces pensaba en la pobre
gente que fue presa de aquella aberración del universo. Poco a poco se alejaron
del lugar llevándose al árbol y gimiendo a la luz de la luna. Lo único que
había quedado en aquel lugar eran los cuerpos secos y consumidos de las
personas asesinadas. Una imagen horrible, todos ellos con rostros cadavéricos y
consumidos, todos ellos sin sangre, secos como si su alma también hubiese sido
chupada.
Nada podía hacer más que retirarme de aquel
sitio y seguir vagando por el desierto. Caminé de vuelva hasta la carretera,
acompañado de miles de pensamientos voraces que lo único que me decían eran
insultos, por no haber tenido una simple rueda de auxilio. Mi mente fue
arrebata por un simple error humano, por quedar varado en aquel lugar infernal.
Pero no podía hacer otra cosa que seguir caminando.
Pasó el menos una hora y mi noche mejoró un
poco, puesto que un enorme camión frenó para alzarme. Mis padres siempre me
dijeron que no confíe en un extraño pero no titubé un instante en romper esa
enseñanza. El hombre del camión era
regordete y con bigotes, tenía un enorme gorro de lana inadecuado para la época
y algo de él me decía que podría llegar a ser una posible amenaza, pero no
tenía alternativa. Nos saludamos cordialmente y me dijo que el pararía en la
próxima estación. Nada era mejor que eso, no podría negarme a esa ayuda que el
destino me estaba propiciando. Después de intercambiar algunas palabras no
recuerdo más de la situación puesto que me dormía, aquella noche había sido
agotadora para mi mente.
Cuando desperté al otro día, algo marchaba
bien pero a la vez era extraño. Me encontraba en un lugar cómodo, me hallaba en
una cama de un pequeño hotel. No lograba entender qué era lo qué había
sucedido. Pensé de pronto que el camionero me había robado, pero no me faltaba
nada y lo más importante mi ano estaba intacto. Pero… ¿por qué me hallaba allí?, un gran misterio como la verdadera
historia que me envolvió. Cuando salí del hotel fui a hablar con el encargado y
le pregunté varias cosas. Y de todo lo que hablamos algo arrebató por completo
mis límites mentales de lo normal a lo anormal. El joven encargado me contó
sobre una historia de la zona, sobre un viejo camionero que se encarga de secuestrar
gente a la cual escondía en su contenedor. Luego las llevaba hasta un árbol, y
nadie volvía a saber de ellas. Cuando me contó esto supe que yo era un
afortunado de la vida y supe que los dioses me favorecían. Nunca olvidaré la
noche en la que fui testigo de un ciclo interminable en el cual un hombre
alimentaba a entidades extraterrestres para quién sabe qué fin. Y nunca estaré
tan agradecido con ese camionero, que al finalizar con su trabajo me alzó y me
dejó en el hotel no dejando rastros de él, pero dejándome como advertencia que
la próxima vez podría ser yo el desafortunado si pasase nuevamente por aquel
sitio. Todos los del círculo sabían que yo había sido uno de los pocos que pudo
ver un espectáculo inimaginable y maligno. Las secuelas jamás se han ido de mi
mente, siempre suelo tener horribles sueños en los que se aparecen aquellas
criaturas circulares que son llamadas como, -“Los hijos de Jigrah”-. Siempre sueño lo mismo y siempre tengo la
esperanza de que algún día los supremos vengan por mí como me lo dicen sus
hijos en mis sueños. Sé que ellos querían que viese todo aquel espectáculo y sé
que seré el próximo para una tarea importantísima. Y jamás olvidaré aquel ser
vampírico, aquel engendro del cosmos. Nunca dejaré de recordar -al árbol de los agonizantes-.
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