viernes, 5 de abril de 2013

El último mojado



 

    Como era costumbre familiar todos los domingos, íbamos a pasar el día en los campos del tío Greg. Estos campos demostraban a leguas su esplendor y dejaban conforme a cualquier integrante de la familia al visitarlos.
    Pero en lo personal lo que más me atraía de aquellos paramos imponentes era una pequeña laguna mohosa, y plagada de peces que se encontraba por las cercanías del caserón en el que nos reuníamos aledaña a un bosque. Nunca dejaba de pensar en la laguna cada vez que iba donde mi tío. Era tan cautivadora que muchas veces llegaba a causarme pavor por querer algo tan deteriorado y plagado de vida. Lo que siempre me había preguntado era, -¿por qué  había tantos peces?- el sitio era reducido y el alimento escaseaba, pero aun así este sitio albergaba muchos seres con aletas y olores fuertes ante el olfato.

    Después de una deleitante comida entre familiares, con mucho calor y camaradería enfilé  hacia la laguna que tanto ansiaba ver.
    Percatándome de que nadie me siguiese hasta mi objetivo, logré llegar minuciosamente. Y me contagié con la hermosura de aquella laguna, como si hubiese contraído una enfermedad.  Cada vez que veía aquella laguna me sentía como un verdadero chiquillo. Su olor era a pescado y las algas poblaban de manera indiscriminada aquel lugar. No era un sitio paradisiaco pero para mí era como el mismo cielo, cualquier persona que me hubiese visto pensaría que estaba loco por apreciar una laguna, -que más que laguna- parecía un estanque inundado de peces horribles. El hedor a pescado era nauseabundo pero mi sentido del olfato me negaba esta realidad, por otro lado los peces eran extraños y de muchos colores. La mayoría de ellos con similitud a las pirañas, pero mi sentido de la vista no quería pensar un segundo en ello. Era como si todos mis sentidos se distorsionaran al avistar aquella laguna. Me sentía rejuvenecido al descansar en una roca cercana a la laguna marchita. Experimentaba una especie de transe al visitar aquel lugar y siempre era lo mismo. Hasta que llegó un nuevo domingo de comida familiar y algo había cambiado por completo.

    El nuevo domingo que nos juntamos en familia fue diferente en todo aspecto, desde el momento que llegué a los campos de tío Greg sentí algo extraño en el aire, sentía como si hubiesen arrancado miles de árboles de la zona, lo único que me mantenía con optimismo era que en unas pocas horas podría reunirme con mi amada laguna.
    Terminamos la trivial comida de siempre y me retiré de la mesa con educación, -ya no podía perder tiempo- tenía que llegar presurosamente hasta la laguna. En tan sólo unos minutos llegué hasta mi paraíso y me topé con la imagen más desgarradora que presencié en toda mi vida. Había residuos de todo tipo de venenos y herbicidas, y al parecer algunos de estos compuestos tóxicos habían sido derramados en la laguna y en la maleza de alrededor. La mayoría de los peces estaban muertos y un manchón enorme color negro se encontraba en el centro de la laguna, sin olvidar el olor acre que despedían los venenos. En ese momento me derrumbé y caí de rodillas al suelo contaminado, varias lágrimas formaron caminos por mis mejillas y una opresión en mi pecho imposibilitaba mi respirar. Ya no quería nada en el mundo, el maldito que había causado tanto dolor en mí había destruido mis sueños e imaginaciones sobre aquel lugar. Un sitio de descanso para mi alma, un sitio para olvidar los problemas, todo se había ido por el barranco.
   La tristeza gobernaba mi mente en aquellos momentos hasta que oí una angelical voz. Más bien era una melodía hermosa, que provenía desde las profundidades de la laguna. Por momentos llegué a pensar que me estaba volviendo loco, pero el sonido engatusador incrementaba y mientras más lo hacía, más me acercaba hasta él. Cuando llegué hasta la fuente del sonido me detuve y miré de dónde provenía exactamente. Era de la orilla de la laguna, de una mancha enorme color verde oscuro. Me arrodillé y acerqué mi rostro para mirar con claridad a través del agua cuando sin previo aviso una mano pegajosa y repleta de algas me tomó con fuerzas indómitas. La mano me arrastró hasta las entrañas de la laguna, sumergiéndome en las profundidades. En un momento de desesperación, intenté sacar fuerzas escondidas, pero era en vano porque no lograba vencer a aquella mano de poder innatural.
    Después de pelear férreamente siendo reacio a la debilidad, -me rendí-, entregándome a aquella cosa, ser, bestia, criatura o lo que realmente fuese.
    Este engendro de las profundidades, se dio cuenta de mi rendición y siguió llevándome hacia su paradero. Por otro lado, mis pulmones no resistieron más y me desmallé, para adentrarme en el mundo del sueño o de la muerte.
    Sin noción alguna del tiempo desperté en un lugar lo bastante antinatural como para preocuparse. Sin embargo era adecuado como para poder usar mis pulmones y respirar aquel aire inundado por hedor a pescado.
     El lugar era casi como cualquier habitación, pero su decoración marítima le daba un toque anormal. Estrellas de mar colgadas en las paredes, muebles realizados a base de perlas, cuadros con retratos de humanoides que parecían ser mutantes o algo parecido, dado que sus rostros eran como el de los peces y sus cuerpos como el de los humanos.  Pero nada de eso me preocupó más que una especie de sierra que colgaba de la pared y que estaba teñida de sangre seca y mucosidad verde.

    Sin comprender  la situación aguardé un momento y de repente desde un orificio en el techo de aquel lugar, llegó el dueño de la casa. En aquella habitación no había ningún tipo de puerta, sólo el orificio del techo por el cual había ingresado el extraño del que nada sabía aún. Este hombre con rasgos de pez y cuerpo humano, era realmente horrible. Su boca era enorme similar a la de un africano, su piel tenía escamas y sus orejas eran remplazadas por pequeñas aletas. El tono de piel era negro con tintes verdosos, sus labios eran color bermellón. Su cuerpo era robusto con tintes de obeso y a penas vestía unos harapos que tapaban un poco sus partes nobles. Y lo más impactante eran sus ojos negros y penetrantes. Este ser repugnante salido de un cuento de “H.P Lovecraft” no paraba de mirarme desde que había ingresado y parlaba en una extraña lengua. Aquella criatura intentaba decirme algo, pero lo único que mi mente entendía y procesaba era como lanzaba salida a destajos por su enorme boca putrefacta. No sabía qué hacer y decidí quedarme quieto y esperar a lo peor. El engendro siguió mirándome fijamente por unos segundos hasta que se acercó y me dio un golpe tan severo que me tumbó al suelo. Por momentos despertaba y podía ver fragmentos de una posible transformación. Me hallaba en una camilla similar a la de un hospital y frente a mí estaba el hombre pez. Podía oír el ruido de sierras y sentía como cortaba mis extremidades. Me desmallaba y volvía en sí de forma rutinaria. Hasta que por fin desperté por completo. Esta vez me hallaba en una cama normal, -pero con ese maldito aspecto marítimo-. Me levanté y traté de coordinar mis piernas, pero sabía que algo andaba mal. Estaba vivo-- pero eso no quitaba que algo no fuese del todo bien. Caminando, casi arrastrando mis piernas, recorrí toda la casa del horror. Intenté pedir ayuda pero no podía hablar, casi no manejaba partes de mi cuerpo. Era como si recién hubiese salido de un coma y mi cuerpo estuviese atrofiado. Pero todo cambió hasta que encontré algo similar a un espejo colgado en la pared. Esto era como un retrato de agua, que reflejaba cualquier cosa que se plantase frente a él. Quizá hubiese sido mejor no haber encontrado aquella cosa que rebelaba la realidad de cualquier ser vivo, puesto que allí pude ver mi reflejo y en lo que me había convertido aquel maldito hombre pez. Ahora era similar a él, con la boca enorme, ojos negros e imponentes, piel oscura con tintes verdosos y aletas en vez de orejas. Nunca había conocido algo tan horrible hasta el día que me había mirado por aquel intento de espejo, después de ser transformado por el humanoide de aquel recinto.

   Desde ese día no puedo hablar ni una sola palabra por carecer de cuerdas vocales, y jamás volví a ver a la criatura  que me había convertido en el engendro que soy. Seguramente este maldito estaba esperando el día que un idiota lo liberase para dejarle su condena y retirarse de aquella mierda de laguna. Ahora siempre recordaré, lo que me decía el tío Greg,-Racobax, no vayas nunca a la laguna pasando el bosque, puesto que allí se le canta a la bestia y pocos han vuelto sanos y salvo después de haberla conocido-. Sólo pensaba que eran palabrerías de él, pero lo cierto es que no sólo se le canta a la bestia en aquella laguna, también se pasan las maldiciones de generación en generación.




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