Remota fue la edad en la que el joven “Merdían Darne” profetaba su vacio destino. Cuando Merdían había nacido sus padres tenían un grado considerable de aberración hacia él. El anhelo de sus progenitores era el de tener un hijo con rostro robusto y con cabellos tan oscuros como la misma noche.
Merdían fue acobijado por sus padres de manera mundana. Cuando era bebe había conocido el dolor de ser apaleado en carne propia. El condenado se crió de manera estricta y solitaria, puesto que sus padres jamás quisieron aliarse con el sexo para procrear a otro ser, su teoría era:-no tendremos más niños, ya que con Merdían fue suficiente y realmente todo un fracaso-. Sin dudas ninguna persona existente podía discutir que los padres de Merdían eran fríos y demasiado obsesionados con la aberración hacia su propio hijo.
El joven que era estrictamente reventado a golpes por sus padres, asistió a un colegio internado, en el cual lo único que pudo asimilar como aprendizaje fue,- que jamás debía mostrarles cosas de valor a los demás alumnos-. Todos los días era golpeado brutalmente por sus compañeros de internado. Y luego castigado por los directivos de la institución, sin olvidar que al finalizar el año llegaba a su hogar y sus progenitores lo molían a golpes dejándole el rostro hinchado. La vida del pobre joven que no conocía un mejor habitar, era realmente espeluznaste. En sus cortos años en el colegio jamás había logrado tejer una oración y jamás había podido resolver una cuenta tan sencilla como dos más dos,-que según él era seis-. Lo único que había aprendido de las matemáticas era que la palabra comenzaba con “M” pero después todo lo demás era cuestión de no saber nada.
El pobre Darne consiguió finalizar sus estudios en tercer grado de la escuela primaria, y no porque fuese dueño del coeficiente mental más elevado del instituto. Sino que sus padres lo retiraron por sus pésimas notas, quizá nunca se preguntaron que la mala rendición de Merdían se debía a los cócteles de golpes que recibía tanto en la escuela, como en el hogar.
Después de las deliberaciones, los padres de Merdían determinaron que era lo suficientemente ineficaz como para aprender y lo suficientemente estulto como para no captar el sonido de consejos adecuados hacia su molde juvenil.
Pasaron los años como si fuesen balas fugaces que se evaporaban en el tiempo. Merdían, -con veinte años de edad- fue enviado por su padre a una construcción de un cofrade para comenzar a conocer el gusto del trabajo pesado e impropio para un joven débil. Luego de que el joven se convirtiese en adulto sus padres habían fallecido en un crucero, dado que la embarcación había sido asediada por piratas asiáticos los cuales masacraron a todo ser viviente y existente en aquella máquina marítima. La noticia no tardó mucho en acudir a Merdían pero como era previsto, a él no le importó mucho la muerte de dos personas que destruyeron su infancia. Poco a poco Merdían conseguía el ascenso de madurez para convertirse en un hombre nato y no de palabra.
Pero a pesar de haber tenido una infancia inundada de malos recuerdos, Merdían agachaba la frente y enfrentaba todos los problemas que jamás hubiese imaginado tener.
Su trabajo en la obra perduró, cabe decir que no en la misma sino que se había dedicado a la profesión como obrero de construcciones. Y sin dudas, para adquirir nuevas obras, viajaba por los albores de la ciudad para ingresar en nuevos contratos inconclusos pero dignos como para aceptarlos.
Era una persona trivial de corazón digno y adecuado al brazo de lo justo. En su profesión se desempeñaba como obrero nato, sus manos robustas y con callos que lo delataban. Pero si había un sueño en los mundos oníricos de este hombre era, el de poder tener un poco de satisfacción, alguna mísera vez en su vacía vida.
Los bandazos de su destino estaban al borde de colapsar por los caminos de la decadencia, jamás había conseguido tener una mujer, un poco de ropa limpia y nunca había podido mudarse de su vecindario (al cual fue a parar después de retirarse de la casa de sus fallecidos padres) en el cual todos le hacían la vida imposible ya que estaba rebalsado de personas con poca materia gris, que sólo se dedicaban a robar y nunca a sus inmundas vidas de seres decadentes. Personas despreciables que golpeaban a Merdían hasta dejarlo con el rostro morado, como si hubiese tomado el papel de un deforme escapado de un recinto oculto. Todo porque él trabajaba, y todo, porque vivía en un lugar que anidaba malhechores de la peor calaña.
2
El invierno no perdonaba a nadie en la gran ciudad, y mucho menos lo hacía con el condenado de Merdían, dado que éste se hallaba trabajando en una construcción nocturna a las cercanías del teatro más prestigioso (y lo suficiente anticuario como para decir que había convivido con los dinosaurios) de la ciudad. En su trabajo no podía quejarse, sus cofrades le regalaban copas de camaradería todas las noches. Su relación con los compañeros de trabajo era prácticamente excelente.
Merdían ya había terminado su turno en la construcción y se retiraba aproximadamente a las 03:00 hs a.m. Pero antes pasando por la casilla de su jefa, que era una mujer por la que cualquier hombre con el sexo definido hacia la heterosexualidad moriría por una noche de pasión con ella. Y Merdían no era la excepción de tal deseo carnal y sexualmente divino. Pero por desgracia, como era todo normal en la vida del pobre obrero atosigado, la jefa de la construcción no le decía ni la primera letra del abecedario, a penas lo saludaba cuando se retiraba porque siempre estaba muy ocupada siendo penetrada por un hombre que trabajaba en la construcción y que tenía privilegios, por satisfacerla sexualmente y quizá por tener el pene más enorme de todos los obreros. Porque la mujer que anhelaba Merdían, había tenido relaciones salvajemente explicitas con todos los hombres de la construcción. Muchos dirían que era una prostituta barata, pero el hombre que tenía la peor vida del mundo creía que era su amor incondicional y que algún día estaría con ella.
Cuando Merdían pasó frente a la casilla en la que se hallaba su amor-teniendo sexo con otro hombre- le dijo unas palabras que quizá no le serían de interés a una persona efectuando el placer idilio humano.
-Adiós, señora Lian-le dijo el estulto de Merdían.
Pero la mujer no le dio mucha atención a este cumplido, porque estaba justamente en el coito de placer adecuado al sexo vivazmente satisfactorio.
Merdían se atrevió a mirar por la ventanilla frontal de la casilla, la cual daba a conocer en todas las señas, que dos seres estaban teniendo sexo. El vapor que cubría la ventana hablaba del tema y los gritos deleitantes de una mujer penetrada, comentaban la historia de la situación. Cualquier persona que hubiese pasado por el frente de la obra, sin dudar se hubiese detenido para ver un acto pornográfico casero. Ya que, la casilla estaba a la derecha de la entrada de la construcción, es decir la jefa de los obreros se alojaba en aquel recinto pequeño para controlar a sus empleados y demostrar a los peatones que transitaban por la vereda colindante con el pavimento, que el buen sexo no tenía vergüenza alguna y que se demostraba de la mejor manera por la ventanilla frontal de la casilla.
Otra vez el pobre obrero condenado a vivir su vida, se retiraba a sus aposentos con la mirada débil, la conciencia deteriora, la moral baja y la depresión en un grado de alerta máxima. El ser que era despreciado y martirizado en su vecindario se dirigía nuevamente al averno en el que le tocaba vivir cotidianamente.
Como era costumbre Merdían debía caminar unas cuadras para llegar hasta la parada del ómnibus y así volver a su soberbio hogar repleto de iniquidad.
Mientras caminaba, se deleitaba con uno de sus humildes placeres que era -mirar el firmamento- que promulgaba las centelleantes estrellas que le daban vida a su vivir. Pero por razones desconocidas, hubo algo que llamó la atención de Merdían y esto fue un par guantes que pendían en un contenedor de basura, -unos guantes, que promovían al esoterismo- ya que parecían estar compuestos de cuero humano y tenían inscripciones arcanas que daban a comprender que lo de “esoterismo” no era una exageración.
Como un chiquillo cuando encuentra un dulce, Merdían decidió tomar los tan extraños guantes. Y al hacerlo no vaciló ni porque le pagasen con todo el divino placer de mujeres sedientas de sexo. Era como si este hombre castigado por el destino hubiese sentido a una voz diciéndole que tomase aquellos guantes ominosos.
Una vez que Merdían tomó aquellos guantes que enturbiaban los aires de la ciudad, se retiró del espacio en el cual se hallaba el contenedor de residuos, cercano al pavimento por el cual pasaban miles de automóviles diurnamente que por la noche sólo quedaban sus almas vagando por las penumbras de la ciudad.
Ahora el obrero había hallado el eslabón perdido para su persona, y sin titubear se dirigió hacia la parada para llegar a su hogar y quizá poder pasar una noche sin ser golpeado por los matones de su vecindario.
3
Después de media hora Merdían había sido dejado en la última parada del ómnibus puesto que su vecindario se hallaba en los confines de la ciudad, sin dudas un lugar apartado de la civilización y allegado a la jungla utópica que acumulaba bestias sedientas de codicia.
La parada estaba desolada, y el gélido viento invernal asediaba el rostro de Merdían mientras éste movilizaba sus piernas para adentrarse en la boca del lobo. Caminando pavoroso por el sendero que lo conduciría hasta su hogar, no paraba de efectuar movimientos de vaivén con sus ojos, los cuales parecían que se iban a salir de sus cuencas, dado que no daban abasto para poder captar algún peligro inminente. Seguramente uno de los grandes deseos de Merdían era el de tener ojos en las espaldas para poder ver con mayor claridad y anticipación los peligros que lo avizoraban.
Siguió por su rumbo como si se tratase de un capitán dirigiéndose hacia una isla maldita, y mientras enfilaba hasta su hogar usaba sus manos para presionar los guantes que había encontrado en el contenedor de basura.
Mientras caminaba parecía que no tendría ningún golpe, ni mucho menos un intento de violación. Porque no había rastro de ninguno de los matones que lo martirizaban constantemente.
El humor de Merdían había cambiado de ser deplorable, a uno de carisma puro y sin proceso alguno. Pero cuando todo estaba prácticamente anormal, para su inmunda vida. Sin previo aviso sintió un golpe devastador que provocó un turbamiento considerable en su tranquilidad, ya que cayó tumbado al suelo pedregoso del lugar, como si hubiese sido repentinamente asediado por el sueño y sin alternativa se hubiese complotado con el áspero suelo del lugar. Merdían aún tenía conocimiento de la situación, pero su vista se había abrumado, lo único que podía reconocer de su entorno, eran unos diez rostros masculinos, que sin ser un erudito pudo comprender su situación. Otra vez sintió un golpe similar al anterior, un golpe que le llegaba a causar dolor a su misma alma.
Pero esta vez Merdían, perdió por completo el conocimiento. Y en un abrir y cerrar de ojos, despertó en una habitación con aires inundados por caudales portadores de hedores putrefactos, a materia fecal y orines. Pero eso no fue lo que más le causó repulsión, sino que lo más hiriente para el obrero fue haber visto con claridad los rostros de una horda de delincuentes, con los cuales lidiaba o más bien era masacrado diariamente.
Él se encontraba atado a una cama, -de todas sus extremidades- por sogas totalmente resistentes a escapistas profesionales. Las cuales estaban con nudos realmente preocupantes que se conectaban con las patas de la cama.
Merdían tenía bastante previsto lo que le depararía en aquella casa encubridora de rufianes. Pero si había algo que también lo llenaba de dudas era,-¿en dónde se hallaban los guantes que había encontrado?-. En un periquete reconoció con claridad su entorno y pudo ver a unos cinco hombres y dos mujeres, que reían descaradamente en sus propias narices. Además podía ver como una de las mujeres estaba demostrando su profesionalismo en el sexo oral, dado que deleitaba a dos delincuentes en aquella habitación. Todos los seres pestilentes de aquel cuarto eran horribles, pero uno de ellos seguramente había conseguido el premio al más horrendo. Éste hombre era tan obeso que su papada no dejaba que el cuello asomara, además tenía tanta grasa en su camisa que daba a conocer la asquerosidad a todos los televidentes. Seguramente, el ser era tan obeso que no lograba ver su pene a la hora de orinar. Pero si algo quitó la poca cordura de Merdían fue, la mutilación del rostro de aquel gordo inmundo, que parecía haber tenido una riña con cuchillos y haber salido perdiendo. Su corte en el pómulo derecho era preocupante, y la forma que lo habían cosido era de lo más hiriente para vista. Parecía haber sido realizada por un médico alcoholizado. Además los hilos tenían similitudes a los que portaban los embutidos, sin lugar a dudas un trabajo realmente decadente y sarcástico a la hora de considerarse medicina adecuada para la anotomía humana.
El ser que gobernaba en el altar de la pestilencia parló unas palabras que iban dirigidas hacia el condenado de Merdían.
-Hola-le dijo el gordo putrefacto.
Y Merdían sin alternativa y sin poder elegir otro tipo de diálogo, le contestó:
-Hola.
-¿Sabes quienes somos?
-Pues…No.
-¿Realmente, no lo sabes?
-Lo único que sé es que me tumbaron de un golpe.
-Entonces… ¿no, nos conoces?
-Claro que no-dijo Merdían.
-Pues ahora nos conocerás.
-¡Espera!-lo interrumpió Merdían.
Pero el ser obeso no le admitió su interrupción y siguió hablándole.
-Tenemos algo para ti-le dijo el gordo inmundo, dibujando una sonrisa macabra en su rostro cubierto de zonas acumuladoras de grasa.
-Por favor…-le rogó-Aguarda un segundo, podemos hablar.
-Demuestra algo de hombría escoria.
-¿Qué es lo que les he hecho?-exclamó, con mucha razón el condenado de Merdían.
-Qué nos has hecho-replicó el obeso.
-Sí-le dijo Merdían.
-Sucede… que sólo nos gusta darte buenos escarmientos.
Mientras ellos hablaban, los demás de la sala estaban riendo y una pareja tenía relaciones sexuales, al estilo animal con dureza extrema.
-Observa, lo que hacen ellos dos-le dijo el delincuente portador de grasas extremas a Merdían indicándole con su dedo en dirección a la pareja que tenía sexo.
-¿Qué sucede con ellos dos?-Merdían le preguntó cuajado y palpitante.
-Tú harás lo mismo.
-¿Quieres que fornique con esa mujer?
-No. Tú serás fornicado por todos nosotros, hasta que tu ano no cuente la historia. Luego quizás te dejemos con vida.
-No. Por favor-le suplicó dejando caer unas lágrimas por su mejilla.
Las imploraciones de Merdían eran en vano, porque los rufianes de aquella habitación eran de la peor calaña y jamás tendrían compasión.
El gordo degenerado se retiró de la presencia de Merdían y abofeteó a las dos mujeres para que se retirasen del lugar, incluyendo a la que realizaba el sexo indómito. Luego llamó a todos los hombres que habitaban la casa, para comentarles de la propuesta de reventar un ano virgen. Y al parecer –todos–accedieron al sexo anal; realizado contra un hombre. Todos prepararon sus penes, como si fuesen pistolas listas para gatillar contra el blanco anal.
El gordo putrefacto dio vuelta al condenado de Merdían, para ser el primero en probar el ano del mismo. Mientras que él lloraba, porque iba ser denigrado psicológicamente al bajar su hombría con actos sexuales realizados hacia su persona.
Pero cuando el ser obeso y dueño de pensamientos homosexuales, estaba a punto de introducir su pene en el ano de Merdían, uno de los hombres que se encontraba en otra parte de la casa abrió la puerta de la habitación de manera salvaje interrumpiendo sus deseos de homosexual reprimido.
-¡Jako!-exclamó, el hombre tan delgado como una cerilla consumida-Creo que esto te gustará.
-¡Maldito hijo de puta!-le gritó furioso el gordo depravado-Si no te vas te destrozaré el ano a ti.
-Sólo mira esto-le dijo el flaco tuberculoso.
Y a la vez le mostró los guantes que Merdían había encontrado.
-¿Qué mierda es eso?-preguntó.
-Parece que son guantes de fetichista-le dijo con la mejor de las ignorancias.
Y el gordo putrefacto miró a Merdían, lo tomó de la cabellera para arrastrarlo hasta él y llegar a un palmo de sus oídos con su boca y así susurrarle asquerosidades propias de un ser inmundo.
-¿Te gusta el fetichismo hermosa?-le musitó, sardónicamente.
Pero Merdían sólo dejaba que las lágrimas lo aliviaran y que la mucosidad lo dejase sin voz, tapando su garganta y fosas nasales.
-¡Tráeme esos guantes!-le ordenó el gordo, al flaco que parecía retrasado en la puerta de la habitación, inundada de hombres con penes eréctiles listos para desgarrar un ano.
El otro delincuente llevó los guantes y se los dio al maldito violador y atosigador de personas inocentes. Una vez que el obeso extendió su mano para alcanzar los guantes, los tomó y luego se los puso con toda la prepotencia.
-¿Ahora estás satisfecho?-le susurró riéndose y a la vez cubriéndole todo el cabello con su saliva.
Pero cuando Merdían tenía en su posesión los guantes de quién sabe qué precedencia, sintió fuerzas desgarradoras transitar por sus venas. Además su forma de ver las cosas, cambió repentinamente- y dejó de llorar como un chiquillo-, para tomar notas en el asunto de violencia sexual.
-Tienes razón-asintió Merdían-Ahora estoy satisfecho, gordo inmundo.
No alcanzó a terminar su parla, cuando fuerzas cósmicas fluyeron por su alma y destruyó la cuerda a prueba de escapistas. Al mismo tiempo que desintegró la cuerda, empujó con su espalda al obeso violador.
Merdían se situó frente a frente contra todos los delincuentes, que estaban pasmados por lo sucedido y que no comprendían nada en absoluto.
El obrero que había sido literalmente golpeado toda su vida, había cambiado y esta vez había decidido terminar con su condena. Sin titubear se acercó hacia el gordo putrefacto, hasta estar a un cuerpo de distancia de él. Y luego lo tomó del cuello el cual apretó con tanta fuerza que el cerdo bípedo cayó tumbado al suelo; sin signos de vida con sus ojos dado vuelta, por una muerte de estrangulación. Todos quedaron atónitos y no comprendían la situación. Pero como eran rufianes, se le arrimaron como una jauría de canes sedientos de sangre al ver que su macho dominante había caído. Merdían se defendía a puñetazos y patadas, abriéndose paso por la barrera de carne que le hería constantemente. El único objetivo del obrero era escapar de la casa, algo que consiguió exitosamente, lo único que le costó fueron hematomas y un brazo rasgado; pero al menos logró escapar de aquel sitio de mala vida.
Merdían huyó como un maratonista, sólo que seguido por delincuentes listos para masacrarlo. El hombre jamás volvería a pisar aquel vecindario y jamás dejaría que lo tratasen de derrumbar, como lo hacían los malditos del gueto.
Sólo el señor del firmamento sabía cómo había escapado aquella noche y sólo el rey del universo conocía el destino que le deparaba.
4
El tiempo trascurrió, aproximadamente pasaron dos días después de lo acontecido, y Merdían había conseguido hospedaje en las calles de la gran ciudad. Con los guantes que había encontrado, ya no sentía el punzante frío que azolaba toda la gran jungla de seres bípedos. Era como si estas vestimentas compuestas por pieles de seres desconocidos, hubiesen cambiado su organismo y lo hubiesen reconstituido llenándolo de calores encubridores y fuerzas indómitas relacionadas con lo etéreo.
Muchas cosas transitaban por los caudales de sus pensamientos, pero si había algo que quería cumplir era, la misión de venganza que les tenía preparada a los malditos que lo amedrentaron por tantos años.
Después de lo sucedido, Merdían se hallaba en los albores del día jueves y precisaba comida urgentemente. Sin discutir a su estómago, se dirigió hasta la construcción en la cual trabajaba (que por cierto, desde lo sucedido, no se le había visto ni el alma en el lugar de la obra). Una vez que llegó hasta la construcción, lo primero que le ordenó su mente fue pedir cobijo a la mujer más ramera de toda la ciudad, a la mujer que podía ser penetrada por dos hombres a la vez, -a su “jefa”-.
Una vez que Merdían llegó hasta la titánica construcción que iba en curso, se dirigió hasta la casilla de la jefa, para darle a conocer su petición.
Cuando estaba frente a la casilla, no dudó en dar tres golpecillos para llamar a la puerta (antes percatándose de que la mujer no estará con un hombre en medio de una fornicación imparable, husmeando por la ventanilla delatadora de actos sexuales efectuados hacia una hembra sedienta de sexo duro). Leve fue el tiempo en el que la mujer acudió al llamado pasivo de la puerta.
-Hola-le dijo Merdían, con la voz trémula.
Y ella replicó.
-Hola.
-Soy Merdían.
El pobre obrero se refirió a ella como si lo conociese desde hace años (algo que era así, sólo que ella no sabía su nombre y nunca había entablado una conversación digna con él porque creía que era retrasado, sin dudas uno de los tantos prejuicios de una mujer inepta que lo único que divagaba por su mente era penes colosales) y ésta no comprendía nada en absoluto.
-“Merdían”-dijo la mujer, con un grado elevado de duda.
-Trabajé en la obra. Sólo que… hace unos días desaparecí por razones personales.
-Oh… ya veo. Eres tú.
-¿Entonces me conoces?-le preguntó, con la ilusión de que ella le dijera que sí.
-Pues… en realidad sólo sé que trabajas en la obra. Pero nunca había entablado una conversación contigo.
-Bueno. Mi nombre es Merdían Darne. Supongo que ahora ya me conoces.
La mujer dibujó una sonrisa en su rostro, como insinuándole picardía inminente.
-Creo… que sí-le dijo gesticulando.
-Me dirigía ante ti, para pedirte un favor.
-Está bien, dime-le dijo su jefa.
-Necesito un lugar donde dormir. Y quería saber… ¿si no habría problema en que me quedase aquí hasta conseguir algo en otro sitio?
-Pues claro que puedes. Además yo no tenía pensado pasar la noche sola en este lugar tan tétrico.
Merdían comprendió, el por qué de la mujer que fornicaba con quien se le cruzase. Esta mujer era más fácil que una monja rebelde con abstinencia sexual en busca de penes.
El hombre que había sufrido en un pasado, en momentos radicales estaba teniendo sexo salvaje con la mujer de sus repulsivos sueños.
Merdían sólo estaba recostado en la cama, y su jefa saltaba una y otra vez sobre él, como si fuese un jinete domando un caballo.
El placer se le salía por las orejas a Merdían, eran tantas las ganas de penetrar a su jefa que aquellos momentos eran interminables para él; se sentía como un dios del Olimpo.
Primero había comenzado pasivamente, introduciendo y quitando su pene lentamente por la vagina de su querida musa, pero al cabo de un lapso breve, el movimiento se torno rápido y con más fuerza. La jefa de Merdían mugía por placer, y de pasar a ser penetrada constantemente se salía de su posición para practicarle sexo oral.
Estuvieron así por horas, hasta que sus genitales no dieron a vasto y se asquearon del sexo duro. Merdían nunca se quitó sus tan preciados guantes, algo que le llamó la atención a la mujer de sus sueños; pero que no le interesó a la hora de gozar. Después del placer, la mujer se durmió. Y Merdían por otro lado, se sentó en una silla que estaba colindante a una mesa de oficina pequeña y de metal, consumida por el óxido devorador de materia. Buscó entre los cajones de la mesa y encontró un paquete de cigarrillos. En cuestión de segundos estaba sintiendo el suave sabor de un cigarrillo de alto costo -a la hora de vérselas con el bolsillo del trabajador-. Pitaba y pitaba hasta conseguir inhalar el humo. Parecía una chimenea, y lo más irónico era que él nunca había fumado en toda su austera vida, sin dudas estaba cambiando por aquellos guantes, con sólo decir que por fin había conseguido tener sexo y del bueno (sin mencionar, claro está, que lo hizo con la mujer más promiscua del mundo). Pero un cigarro no era alarma para un ser tan pasivo como lo era él. Lo que realmente estaba cambiando era su comportamiento y la forma de ver las cosas, al parecer después de tener sexo con su musa divina, tenía ganas de asesinarla. Ya que pensaba que se le había entregado por lástima.
Merdían la miró- una hora aproximadamente-, como si fuese un discapacitado mental casi con la baba saliéndosele por su boca. Mientras ella dormía como un ángel, el podía apreciarla y odiarla a la vez. Después de muchas deliberaciones con su mente, decidió hacer lo que los guantes por alguna razón le exigían. Encontró una pistola, con un cartucho lleno en el cajón de la mesa metálica (seguramente era para seguridad personal de su jefa). Una vez que se había adueñado del instrumento quitador de vidas, lo tomó con firmeza y se acercó hasta la mujer. A tan sólo un palmo de su cabeza realizó dos disparos que bastaron para reventarle todo. Pronto los sesos de la mujer recordaron tener cita con la pared cercana a la cama y la sangre se aunó a la fiesta macabra fluyendo por las sabanas que cubrían el lugar de descanso. Mientras que Merdían lloraba desenfrenadamente por haber cometido algo que no quería cometer, pero que a la vez debía hacer, sin aún comprender el por qué de tal acto acumulador de truculencia.
En unos segundos se formó un charco de sangre bajo la cama y los sesos comenzaron con su coagulación putrefacta casi instantánea. Merdían por otro lado, antes de retirarse del lugar, sin saber que fuerzas lo dominaban despellejó el cadáver de la mujer con una paciencia notable. Gracias a los demonios del infierno, había encontrado un cuchillo perfecto para desollar, (bajo la mesa metálica).
Primero comenzó por el cuero cabelludo, tomando con fuerza los cabellos y luego efectuando el movimiento de corte preciso. Una vez que había iniciado el sendero cortante, tomó con fuerza el cuero saliente y lo comenzó a tirar con sus manos cubiertas por el par de guantes esotéricos. En un principio le costó arrebatar el cuero, pero una vez que accedió lo fue retirando lenta pero efectivamente. Parecía que le quitaba la envoltura a un dulce. Pero todo se fue por la borda cuando llegó hasta los senos,-algo que tuvo que cortar separadamente-. Nuevamente la incisión debía dar pie para seguir con su trabajo de un pasado reciente. Y esta vez, quitó con éxito la piel de los senos de la mujer, los cuales se desnudaron demostrando los músculos viscosos sin vergüenza alguna ante la vista del curioso.
Después de un considerable lapso, logró despellejar a la mujer de sus sueños. Era como si los guantes se hubiesen apoderado de su cuerpo, y hubiesen corrompido su mente.
Esta vez la mujer se desnudó por completo, fue tanto, que demostraba todos sus músculos, color bermellón al hombre que la había penetrado en vida y que deseaba hacerlo en muerte. Merdían determinó, si iba a tener sexo con una muerta despellejada y no dudó mucho en esta acción propia de seres aberrantes provenientes de pandemónium.
Otra vez realizó el acto sexual (con sus genitales corrompidos, por el sexo pasado) con la mujer que era promiscua. Introduciendo su pene, en la vagina repleta de sangre, el maldito de Merdían lo disfrutaba más que antes. Era como si estuviese con una mujer cubierta de aceite, puesto que la viscosidad de la sangre putrefacta del cuerpo desollado, le hacía patinar sus manos cuando le tocaba los senos; que demostraban la anatomía humana femenina de la mejor manera.
Después de eyacular en el cuerpo sin piel de la mujer, y de quedar teñido de sangre por el cadáver despellejado. Se retiró del lugar –antes- usando sus dos manos que habían adquirido colmillos destructores, para ingerir la carne del cuerpo. Lentamente desprendía pedazos del cuerpo sin piel, cada mordida con las manos arrebata un trozo de carne cruda inundada en proteínas gracias a la falta de cocción del bocado. Ya para finalizar con la reconstitución de su nuevo cuerpo rebalsado en vileza Merdían, tomó la piel que había dejado pendiendo sobre la mesa metálica, la cual había procreado bolones de sangre coagulada como prueba del sadismo en “la casilla del sexo y la muerte a la media noche”. Merdían no comprendía qué necesitaban los guantes, o más bien sus manos, del cuero que había quitado a la mujer. Pero en cuestión de segundos comprendió lo qué querían de la piel. Y sin control alguno de su cuerpo se dirigió hasta la posición del cuero, para tomarlo con sus dos manos infernales. Una vez que portaba la tan valiosa piel, sus dos manos se aliaron para realizar el acto más extraño jamás presenciado por la humanidad. Tomaron la piel de la forma más descarada, la mano izquierda presionó un extremo de la piel, mientras que la derecha hizo exactamente lo mismo con la otra extremidad del cuero. Todo con el mero acto de tirar de extremo a extremo para lograr destrozar la piel y así conseguir que se separase en dos. Una vez que las manos consiguieron su objetivo, la una con la otra se ayudaron para injertar la piel en cada extremidad humana. Al parecer esto regeneraba el cuero de los guantes, y así conseguían seguir vivaces para poder continuar en el cuerpo del condenado de Merdían. Cabe destacar que algunos restos de la piel quitada a la mujer, fueron desechados porque no se aprovechaba del todo el cuero, ya que los guantes eran del mismo tamaño de una mano promedio humana, por ende no abarcaban mantos titánicos en la sección anatómica. Sin perder espacio alguno en el tiempo existente, Merdían se retiró de la escena del crimen, porque seguramente la policía llegaría al lugar de los hechos en unas 3:00 horas aproximadamente.
Al parecer los guantes que había encontrado Merdían no eran del todo buenos o quizá vistos con otros ojos, -sí lo eran-. Pero de lo que sí podía estar seguro era que estas anomalías del cosmos, podían controlarlo y que además tenían vida; porque no dudaron en devorar la jugosa carne de su radiante mujer.
Después de que los guantes se alimentasen de la carne y se ataviasen con la piel de la mujer Merdían, siguió viaje y se retiró de la casilla. Aún era de noche y podía escapar del lugar de los hechos sin ser encontrado por la policía.
Poco a poco se iba corrompiendo el hombre que jamás había lastimado ni a un insecto. Lentamente sentía la sangre correr por su rostro y pudo apreciar la muerte que había efectuado hacía la mujer que él amaba en su vida pasada de beato.
Caminó un largo transcurso del tiempo por las calles deshabitadas nocturnamente de los lugares bajos de la selva colonizada. Su objetivo era el de buscar cobijo y más comida para los guantes infernales, que lo estaban consumiendo lentamente. Merdían ya no ingería comida por su boca, sino que sus dos manos portadoras de los guantes devoraban todo tipo de carne.
Mientras caminaba por la vereda que lo conduciría al corazón de la ciudad, miraba detenidamente las estrellas -como lo había hecho en un principio-. Y sin previo aviso los guantes compuestos por pieles gobernaron la situación -mejor dicho su cuerpo-, para que ingresase en un callejón sin salida en el cual se hallaban muchas ratas y un gato tratando de dar caza a las mismas.
Merdían se acercó hasta los animales en medio de una disputa de supervivencia y depredación. Pero las ratillas fueron las primeras en comprender lo que sucedería en aquel sitio y se escabulleron presurosamente por recovecos de la pared. Mientras que el gato, de mediana edad erizó por completo sus pelillos para demostrar su postura de ataque. Mientras más se acercaba Merdían, más el animal de las calles inhóspitas efectuaba gritos de advertencia de que le arrancaría un ojo si se acercaba un centímetro más. El felino parecía una serpiente escupiendo veneno al realizar sus avisos de combate.
Pero los guantes de Merdían, no le temían a nada y mucho menos a un simple animal desnutrido y en busca de residuos humanos o en este caso de roedores.
Una vez que estaba lo suficientemente cerca del animal pavoroso, las manos de Merdían se lanzaron sobre el gato arrastrando el cuerpo de él sin aviso de tal movilización, para acercarse hasta la víctima de la naturaleza callejera. Con el mero propósito de morderle el cuello para que muriera. Fue tan vehemente la fuerza de la presión que realizaron las dos manos dentadas, que le arrebataron un pedazo de cuello al animal, demostrando un espectáculo sádico. En el cual la primera obra teatral se llamaba: -“Sangre a destajos por arterias destruidas del cuello de un felino”.
Mientras el animal boqueaba por la lenta muerte de morir desangrado, Merdían sacó el cuchillo que portaba; desde que despellejó a su ramera preferida. Y esta vez desolló a un ser perteneciente a la clase felina, que todavía se hallaba moribundo. Seguramente el animal sintió en sus últimos hálitos como le quitaban la piel vivo, un placer incondicional para demonios provenientes del erebo. Quién sabe qué dolor pudo haber sentido el pobre gato. Pero seguramente eso era lo que menos importaba para los guantes que llevaba Merdían.
El felino fue de más facilidad a la hora de quitar la piel, dado que el obrero comenzó enterrando el cuchillo en el estómago para abrirlo y luego introdujo sus dos manos apegadas la una con la otra, para así conducirlas a cada una por diferentes lugares propicios para el desollamiento. Con la mano derecha tomó la parte del cuero derecho y lo llevó para el mismo lugar tirando hacia el lateral correspondiente. Y con la mano izquierda realizó exactamente el mismo trabajo, llevó su mano perteneciente al mismo caudal y tiró con fuerza la piel del lateral correspondiente. Mucho éxito tuvo con aquel animal, ya que lo despellejó de forma más eficaz y sólo centrándose en los movimientos adecuados de sus manos; que controlaban la situación.
Una vez que el animal estaba sin piel, Merdían, saltó con sus dos pies sobre la cabeza del ser agonizante para quitarle la vida, ya que aún seguía respirando (quizá el mito de que los gatos tenían siete vidas era real, porque aquel animal no quería morir por nada en el mundo) lanzando espuma por la boca, por la agonía que lo envolvía y por el inhalar de oxígeno exigido. Cuando Merdían saltó sobre la cabeza del gato se pudo escuchar en todo aquel lugar, el ruido de la fractura del cráneo animal. Seguramente fue de lo más hiriente para cualquier humano con sensibilidad hacia los animales, pero por otro lado para Merdían y los guantes, era algo trivial e insulso, quizá también sublime y divino.
Ya con el trabajo finalizado, los guantes se lanzaron enardecidos hacia el gato para devorarlo con sus dientes, que al parecer aumentaban su tamaño y contundencia; a medida que las bocas de las palmas ingerían alimentos. Merdían podía ver con claridad como aquellas cosas repulsivas peleaban por la carne y vísceras del gato, y como tiraban de extremo a extremo, como si se tratase de un filete crudo. Era tanta la fuerza que infligían para desgarrar al animal, que consiguieron cortar por la mitad a la masa de carne que en tiempos pasados fue un felino en busca de alimento. Cuando las dos manos dentadas cortaron por la mitad al gato, cernió sobre todo aquel callejón un sonido estridente que indicaba la mutilación extrema.
En segundos, los guantes prosiguieron con el nuevo injerto de piel realizando el mismo acto que habían concluido con el cuero de la mujer. Nuevamente las manos se ayudaron para que cada una obtuviera un poco de piel en sus zonas cutáneas. Si existía algo en la situación que no había presagiado Merdían era, que los guantes lo estaban consumiendo lentamente. Otra fase más estaba en curso, porque una vez que los dos guantes injertaron la piel del animal en su propio cutis. Se encargaron de desgarrar la carne de Merdían y se pegaron a sus nervios para compartir el mismo organismo. El hombre que en tiempos pasados sólo era un obrero atormentado, había ganado otro premio por parte de los guantes abismales. Esta vez se habían fusionado por completo con su carne, ahora los guantes eran las manos del condenado, ahora eran uno solo y ahora los dos estarían de acuerdo en conseguir pieles y carne. Ya que Merdían se sentía débil, pero cuando los guantes devoraban carne e injertaban piel en la sección cutánea de las manos, el obrero volvía a rejuvenecer.
Merdían esta vez podía sentir la conexión con los dos engendros de las fraguas del inframundo. Y ahora, podía tener visiones macabras de dónde habían surgido los guantes.
Una vez finalizó todo el acontecimiento con el animal y la fusión de Merdían con los guantes en su carne. El obrero decidió descansar en una construcción cercana que había quedado en el olvido dado que no había presupuesto para continuarla; en definitivas, el lugar perfecto para refugiarse.
La obra desierta se hallaba en las cercanías del teatro más prestigioso de la ciudad, el cual rebalsada de personas; los viernes por la noche. El lugar perfecto para que los guantes se alimentasen de manera descarada y consiguiesen todas las pieles necesarias para reconstituir el deterioro del cutis.
Merdían ingresó a la construcción deshabitada sin problema, por una parte de la cerca que estaba rota. Seguramente había sido por obra de pandillas locales o simplemente por jóvenes, que no les alcanzaba el presupuesto para pagar moteles y se encargaban de encontrar construcciones abandonadas para cobijo sexual.
Cuando el obrero ingresó en la construcción pudo notar el deterioro de la misma, pero si algo llamó su completa atención fueron unos grafitis en las paredes (de pandillas, asentadas en la zona). Muy peculiares entre las bandas criminales de la ciudad, algo que no preocupaba demasiado al condenado de Merdían, sino que le abría más el apetito, puesto que si el lugar en el que iba a refugiarse era compartido con criminales sería de gran ayuda para su sed de carne fresca y su anhelo de pieles reconstituyentes de zonas cutáneas.
Merdían no podía escoger camas en aquella construcción abandonada (porque no era un hotel cinco estrellas), por ende sólo se recostó sobre unos cartones junto a la pared de la habitación casi terminada; que había seleccionado para su habitad nocturna.
5
Leve fue el tiempo en el que Merdían se adentró en los mundos del ensueño o al menos eso es lo qué su mente le dictaba.
Los sueños que tenía, viajaban más allá de lo banal. El condenado había logrado adentrarse en sus más profundos miedos, y podía ver que su visión o sueño no era un producto apto para menores de edad. Todo se debía a que se hallaba en un lugar extraño- una especie de templo arcano-, con una cama de paja; dueña de dos seres fornicando descaradamente y sin remordimiento alguno por espectadores pueriles.
Al parecer la pareja, eran dos seres de otro planeta o quizá otra dimensión o quién sabe de qué otro lugar remoto e irreconocible por la mente humana. Los dos seres que practicaban el sexo como si no fuese práctica, tenían la piel escamosa y lenguas viperinas, también contaban con orejas puntiagudas y cuerpos esculturales; propios de humanoides.
Después que Merdían conociera a los actores de la visión indebida para una mente fútil, seguía cada paso que realizaban. Una vez que el sexo excitante y duro, había concluido, los dos seres se retiraron del lugar. Y pronto el sueño o visón pasó a otra escena de improviso para mostrar cómo era castigado el ser de sexo masculino, en una especie de altar cubierto de sangre negra y agazapado por herramientas de tortura, realmente extrañas para una mente cuerda.
Dos seres de la misma raza que la pareja sexual, tomaban del cuerpo al humanoide del sexo olímpico. En un lugar asediado por fuegos infinitesimales y por ríos de sangre que fluían salvajemente por las cercanías y que arrastraban miles de seres mutilados que aún agonizaban y que daban a conocer sus lamentos ominosos.
Mientras que había dos entidades con semejanza al humanoide, un tercero aparecía en el mapa de la decadencia de visiones indebidas y parlaba unas palabras no muy alentadoras para el ser capaz de penetrar a una hembra sin compasión.
-Osasteis deshonrarme en mis propias narices, “Kaliss”-le dijo el ser que parecía tener un mayor rango en quién sabe qué sección cósmica.
Mientras que el humanoide llamado Kaliss lo miraba con mucho temor por algo que seguramente había defraudado al engendro que irradiaba supremacía.
-Lo siento, hermano-le dijo trepidante-Pero yo, la amo.
-Preferisteis a una ramera fétida, que a tu propio hermano.
-“¡Makay!”-exclamó Kaliss-Por favor… soy tu hermano.
-Yo, ya no tengo hermano…
Después de que Makay dijera esto, los dos engendros de pieles escamosas que sostenían a Kaliss, acabaron con su vida. Uno de los dos, lo detenía tomándolo por el cuello, mientras que el otro con un movimiento preciso dejó que sus manos portadoras de un hacha gigante se guiaran por la muerte. El tiempo fue leve, para que la cabeza de Kaliss se fuese rodando por la sala del lugar visionario. Y pronto todo se tiñó de sangre, también la vista de Merdían que se encontró con bruma e innovando la visión viajó hacia otra escena de la obra mental que llevaba a cabo.
Pero esta vez, en la escena se encontraba el ser supremo llamado Makay junto con la hembra que había fornicado con Kaliss. Los dos se hallaban en un monte, asechado por vegetación compuesta de cuerpos desmembrados y un tipo de pasto que flameaba, o más bien era fuego vivo en tiras delgadas y con el suficiente oxígeno como para no apagarse por toda la eternidad.
Los dos seres que se encontraban en el monte infernal no hicieron excepción alguna de formular una conversación o más bien una lucha de palabras.
-¿Por qué lo hicisteis Makay?-exclamó la hembra.
-Por su traición “Kalena”-le contestó.
-¿Qué traición maldito? ¡Tú no debes hablar de traición! ¡Tú eres el promotor de la traición!
-¡Cállate!-le gritó con vehemencia.
-Te odio y jamás tendrás mi amor-le dijo Kalena.
-Pues si no lo tendré, entonces no lo tendrá nadie.
Después de efectuar las últimas palabras dirigidas hacia Kalena. Makay se acercó hasta su posición con una espada que fulgía por el fuego que la corrompía y punzó sin compasión a la hembra. Dejándola con agujeros protuberantes que no dejaban fluir la sangre de su cuerpo, por el fuego que portaba la espada. Ya balda Kalena, se dejó derrotar cayendo al suelo de aquel lugar por causa de la hemorragia interna que había sufrido. Porque la sangre que deseaba salir a los exteriores era imposibilitada por el fuego de la espada candente; pero el daño del arma se había encargado de toda la anatomía en el interior de la hembra.
Después de esta visión o sueño demencial, la escena volvió a cambiar para Merdían. Esta vez el escenario era un templo oscuro, en él se hallaban sacerdotes de la raza abismal acompañados por Makay; los cuales se habían encargado de descuartizar por completo el cuerpo de Kaliss.
Cuando el cuerpo estaba en su estado completo de mutilación, Makay tomó la sangre de su hermano desde una copa de fuego y masticó un trozo de carne del mismo. Cada masticada con los colmillos de Makay, arrebataba la carne de su hermano desmembrado.
Una vez que finalizó el rito adecuado para aquel lugar infernal, los sacerdotes arrojaron todos los restos de Kaliss (incluyendo las manos) por un agujero abismal que se hallaba en el centro del templo, con apariencia de portal transportador de aberraciones universales. Ya finalizado el trabajo de los sacerdotes, ataviados con yelmos portadores de pinchos que transitaban de oreja a oreja y cubrían sus rostros dejando a la luz sus cuerpos; mostrando todo lo que tenían que mostrar. Uno de los acólitos de la aberración le dijo a Makay.
-Con esto bastará señor.
-Creo… que sí-asintió Makay, gesticulando duda a la misma vez.
-Puede estar tranquilo, la condena de su hermano está en curso.
-Eso espero-le dijo con desconfianza al sacerdote.
-Su hermano aún sigue con vida, pero al separar las partes de su cuerpo la esencia de él no podrá devolverlo a nuestro mundo. Además cada fragmento que lo compone o cada extremidad, viajará a distintas dimensiones para que jamás se puedan unir.
-Tienes mi confianza, regente de “epimorden”-le dijo Makay, al sacerdote que parecía ser el más vetusto de todos.
Una vez que el castigo hacia Kaliss había finalizado, las visiones o sueños de Merdían finalizaron del mismo modo. Y éste despertó de manera violenta teñido de sudor que lo hacía parecer un ser compuesto de minerales despedidos.
6
Ya era viernes y el sol se encontraba poniente en el horizonte, demostrando que el día gobernaba en los albores del vivir cotidiano. Después de las visiones, Merdían había logrado conocer la historia de dos hermanos provenientes de un mundo delirante, que combatían por el amor de una musa. Pero lo que no comprendía el obrero condenado era, el por qué de tales visiones. Jamás en su vida había olfateado el hedor de una narración mental sobre seres portadores de poderes supremos e incomprensibles para la mente de los humanos.
El hambre voraz por la carne y el anhelo de las pieles comenzada a dar fruto en las profundidades de Merdían, raudamente se encargaría de saciar la petición de los guantes que lo controlaban. Pero el destino parecía ser propicio para el obrero fusionado con los guantes, ya que un ruido extraño proveniente de la entrada de la construcción llamó su completa atención al igual que la de los guantes fusionados. El ruido era de voces vagas e insulsas provenientes de personas de baja moral y ética. Pero si hubo algo que deleito a Merdían, fue haber sentido el aroma a carne segura y cercana, porque las personas que habían ingresado al lugar parecían provenir de su pasado y parecían ser las presas ideales para su jugosa lista fétida.
Sin perder espacio alguno en el tiempo existente se retiró de la habitación para conocer a los nuevos inquilinos. Y en segundos, tras caminar por los vagos y lúgubres caminos de la construcción pudo dar con sus víctimas o más bien enemigos de un pasado. Puesto que eran los malditos delincuentes que habían querido ultrajarlo. Todos ellos estaban allí, incluyendo a las mujeres o más bien a las prostitutas putrefactas y con abundancia de enfermedades sexuales. En total, eran una horda de quince matones, listos para ser despellejados vivos y listos para que sentir el placer del jugoso dolor que les aguardaba.
Una vez que Merdían estaba cara a cara con la horda, no actuó con cautela sólo se les presentó como si fuese un justiciero de nacimiento y les dijo unas palabras para entrar en tono.
-¿Me recuerdan escorias?
Y uno de los quince rufianes, dibujo una exagerada sonrisa (el delincuente era delgado, al parecer la mano derecha del obeso que había pasado al otro mundo) contestándole.
-Cómo no recordarte preciosura-se refirió a él irónicamente.
-¿Quieres venir más cerca?-Merdían lo invitó.
-Por supuesto querida…
El hombre delgado se acercó tal como lo había prometido, y cuando estaba a un cuerpo de distancia de Merdían, las manos de él controlaron la situación lanzándose contra el maldito rufián. Los guantes fusionados al cuerpo del obrero, abrieron el estómago del malhechor y mientras una de las manos tiraba del cuero pendiente, la otra se aferraba a las tripas tirándolas con fuerza despiadada para lograr sacarlas de su posición adecuada. Mientras el juego de la morbosidad estaba en curso, los demás vándalos estaban estupefactos por lo que sus ojos presenciaban, y muchos se retiraban con gritos eufóricos del lugar, -presagiando lo que les tocaría a ellos-. Sólo quedaron dos de los rufianes, dos valientes o dos estultos que se habían entregado a la mano de la parca.
Las manos de Merdían seguían destrozando al delincuente delgado; que seguro padecía de tuberculosis. Después de sacarle las entrañas y de quitarle un poco de cuero, se dirigieron hasta el cuello del rufián para prendérsele de la peor manera. Las dos manos se amoldaron a la posición adecuada, cada una tomando su lateral correspondiente. Y cuando fue la hora tiraron al mismo tiempo lo cual provocó que cada mano dentada arrancara un titánico pedazo anatómico de la zona. Pronto la sangre eyectaba desde la zona destrozada, y el rufián desnutrido conoció el placer de que su cabeza se ladeara hacia atrás por la pérdida del soporte físico de la zona. Fue tan grotesco el pedazo que le quitaron las manos del infierno al hombre delgado, que el cuello prácticamente desapareció del mapa corporal. El maldito delincuente había conseguido aunar su cabeza con su espalda quedando en yuxtaposición con la misma, prácticamente podía ver por su retaguardia.
Un bandido había pasado a la historia, pero aún quedaban dos más. Merdían dejó el cuerpo del hombre raquítico para quitar su piel más tarde y así poder injertarla en los guantes. Los hombres restantes promovían éxtasis de sensaciones mirando con odio y pavor a la vez, al condenado de Merdían. Y los dos titubearon a la hora de atacar, ya que habían presenciado la muerte de su cofrade de la forma más hiriente para la sensibilidad humana.
-¿Quién sigue?-les dijo Merdían provocándolos.
Pero ninguno de los dos tenía planes de contestar y parecía que uno de ellos se había defecado en los pantalones.
Para no perder tiempo y además porque el hambre lo agazapaba Merdían, decidió dar una finalización a la cacería de cerdos bípedos. Cuando se acercó hasta sus presas, uno de los malditos huyó del lugar olvidando su propia alma.
Y el otro malhechor restante se atrevió a luchar contra el justiciero del cosmos, pero una vez que estaba a la distancia adecuada, Merdían, usó sus tan preciadas manos para morder de manera satisfactoria el cuero portador de cabello, del maldito condenado. Poco a poco las manos del justiciero tiraban del cuero cabelludo, hasta que consiguieron arrebatarlo como si se tratase de un gorro de montaña. Sólo viscosidad rojiza cernía sobre la cabeza del rufián, y el cráneo blanco teñido de rojo asomaba dando a conocer que el cuero cabelludo había sido despojado con éxito. El malhechor ya baldo, cayó tumbado al suelo con convulsiones por el punzante dolor que seguramente había sentido en aquel momento y podía notarse como sus ojos estaban dándose vuelta hasta conseguir la blancura absoluta. Una vez que recordó tener obligaciones con el suelo, el malhechor se alió con el mismo dejando que su sangre entorne el lugar de color bermellón debajo de su cabeza falta de cuero.
Ahora sólo faltaba un maldito martirizador, que en momentos limítales se había retirado de la batalla para convertirse en un desertor. Por otro lado Merdían, sentía que lo apuñalaban constantemente al no haber comido la carne de sus víctimas y al no haber injertado piel en sus manos. Los guantes tenían un hambre capaz de abarcar perímetros de muerte. Pero por suerte la carne inundaba en la construcción abandonada.
Merdían llevó los dos cadáveres hasta su habitación predilecta y allí comenzó con el trabajo del desollamiento. Sacando su cuchillo adecuado para sus labores empezó a despellejar los cuerpos minuciosamente y de forma efectiva.
Una vez que había cumplido con su misión del beneficio alimentario, sus manos devoraron un cuerpo e injertaron algo del cuero de uno de los delincuentes abatidos. Por otro lado, la otra piel restante quedó tendida en un clavo que había contra la pared del cuarto. Mientras que el otro cuerpo desollado, quedó a la deriva en la esquina de la habitación para pasar al tenedor de los roedores que asechaban el lugar. Después de que las manos de Merdían devoraran un cuerpo y de que injertaran algo de piel en la zona adecuada. Éste comenzó a sentir un deterioro en su cuerpo y olfateaba tufos pestilentes provenientes de su carne. Al parecer Merdían, se iba deteriorando y aún no comprendía el por qué.
Con los guantes satisfechos decidió ir en busca del cerdo restante. Raudo como un fiel corcel, el obrero que se había fusionado con el destino fúnebre siguió la estela del rufián restante. Llegando hasta la entrada de la construcción pudo avistar a lo lejos, al condenado que se adentraba en el teatro de las cercanías. Y sin perder tiempo decidió dirigirse hasta el lugar donde seguro encontraría al último cerdo.
Pero cuando se hallaba en el teatro, -que por cierto- era de lo más vetusto pero de amena vista. Una mujer en la entrada lo detuvo y le preguntó.
-¿A dónde se dirige?
Y Merdían la miró detenidamente casi pasmado por la belleza de aquella radiante mujer.
-Señor-le insistió-¿Qué desea?
-Sólo quería ingresar a la obra.
-Pero las funciones son sólo de noche-le dijo la mujer.
Y dibujó una sonrisa de complicidad indicándole que era la hora del sexo aleatorio.
-Pues vendré de noche entonces-le dijo sin mentir, el condenado de Merdían.
Sin dudas, el obrero había quedado atónito por la deslumbrante belleza de la mujer que comandaba la entrada del teatro, y había olvidado por completo su colérica caza contra el maldito bandolero que debía ser castigado.
Merdían sin alternativa, volvió hasta la construcción para aguardar a la noche y en cuestión de segundos el cuerpo carcomido por las ratas que había dejado en una esquina de la habitación, fue engullido por las manos dentadas que portaba el obrero. Cada masticada por obra de las manos, quitaba un duro pedazo del. Después del deleitante plato que habían deglutido las manos o guantes, Merdían, decidió recostarse para descansar su deteriorado cuerpo. Cuando intentó cerrar sus ojos sintió como si miles de almas complotadas lo estuviesen devorando vivo, porque el dolor era de máxima consideración.
Merdían comprendía que su situación era dramática y no sólo por haberse fusionado con los guantes, sino que también porque era consumido por los mismos.
En un principio sintió dolor, pero al cabo de un leve espacio en el tiempo tomó su rostro y pudo quitarse la carne con facilidad, era como si lo hubiesen estado ablandando con mazas para mandarlo al horno y dejarlo listo para servir. Pero Merdían sabía mejor que nadie, que su putrefacción se debía al consumo de los guantes que además de castigarlo, también lo habían hecho cometer actos de sadismo completo y sin censura. Ya sabiendo que su carne estaba corrompida, decidió dormir para lograr recuperar algo de energías y quizá así poder volver a tener un cuerpo rubicundo.
Si bien apoyó su cabeza contra el húmedo suelo, se adentró en sus sueños más remotos. Merdían durmió varias horas y lo único que se podía comentar fidedignamente era que se hallaba en los caudales de la sombría noche. Sin noción de la hora, pero con razón de saber que transitaba por los albores del noctambulismo. Merdían se levantó de su pétrea cama improvisada; que usaba como duro colchón, el suelo de la habitación.
Y una vez que estaba con los pies en la superficie, deicidio dar fin a su misión de asesinato y venganza, dirigiéndose hasta el teatro para dar con el rufián que se había escabullido. El obrero, sólo presagiaba que el delincuente se hallaba en los rincones del teatro vetusto, ya que ese conocimiento no era fidedigno tras haber descansado unas horas.
En un breve lapso, Merdían se encontraba a las afueras del teatro y nuevamente pudo avistar a la mujer que lo había dejado atónito.
Merdían se acercó hasta la puerta del teatro, pero antes atravesando la inmensa fila de gente que aguardaba para ingresar a la obra que estaba en transcurso. El obrero infernal, corrió con sus manos abismales a todas las personas que se cruzaban por su camino. Pero un hombre robusto, se ofuscó por el acto de mala educación y lo empujó logrando que éste cayera tumbado al suelo. Mientras todo esto sucedía, el delincuente restante espiaba desde el segundo piso del teatro por una ventanilla. El rufián no se había retirado del teatro por dos razones. Primero, creyó que el obrero no lo seguiría. Y segundo, cuando huía de su cazador se cortó con una barra de metal; que se encontraba en la construcción abandonada y desmoronada. El corte fue algo que le imposibilitó la marcha hasta sus territorios.
Cuando Merdían fue empujado por el hombre de contextura colosal, toda la gente de la grotesca fila había dado quejidos de asombro al ver el acto del hombre robusto; que demostraba su calvicie a destajos.
Sin perder espacio alguno en el tiempo, Merdían se levantó de su caída y sus ojos demostraban el fuego que lo incineraba por dentro, la furia que sentía en aquellos momentos era preocupante.
Nuevamente demostró su vehemencia desgarradora y sus manos se lanzaron hacia cada mano respectiva del hombre con severa calvicie. Y sin discutir la situación las manos de Merdían habían formado pareja con las manos del hombre rudo, que estaba cuajado por no comprender que tramaba el desconsiderado que le insultó por el acto de adelantarse en la fila.
Las manos de Merdían tiraron a sus respectivas parejas con tanta fuerza, que las desprendieron de los brazos fornidos pero débiles del hombre que irradiaba fuerza nata. Toda la gente presente presenció el desmembramiento en vivo; de aquel hombre. Y la sangre que eyectó tiñó el rostro de una pareja de ancianos que estaban a un cuerpo de distancia del hombre que se creía rudo.
En cuestión de segundos, los gritos pavorosos del público se hicieron escuchar en toda la cuadra y leve fue el tiempo para que las corridas comenzaran a dar brincos. Todas las personas iniciaron la maratón del miedo, con la meta en delante de escapar antes de que el pavor los consumiese. Mientras todos corrían en busca de una vida menos sangrienta, Merdían, se adentró al teatro de forma violenta empujando a la mujer que lo había cautivado.
Una vez que se hallaba en la supuesta guarida del maldito cómplice del obeso que lo había querido violar en un pasado, decidió emprender la búsqueda. El teatro parlaba en todos los idiomas, que no carecía de antigüedad. Colosales candelabros ostentaban el techo de los pasillos principales, plantas hermosas en masetas arcaicas y alfombras azules con tejidos dorados, avizoradas por cuadros ancianos que colgaban de las paredes.
Mientras el obrero portador del caos buscaba al malhechor, el mismo estaba huyendo con su rostro cubierto por lágrimas que fluían desde su zona ocular y con el pie destruido e infectado por la falta de tratamiento. El rufián sabía que si Merdían lograba atraparlo, no contaría la historia a ningún oyente.
Pero cuando el obrero quiso seguir por el pasillo del teatro, algo lo detuvo y esto fue el intenso dolor que sentía en aquellos momentos. Por otro lado la mujer a la que había empujado, le siguió el rastro y pudo presenciar lo que le estaba sucediendo.
Poco a poco Merdían iba sintiendo los dolores más agónicos que una persona hubiese podido sentir. Lentamente su carne se iba corrompiendo al igual que la piel que lo cubría. Y ya sin fuerzas el obrero se puso en cuclillas como aguardando a un verdugo para que le quitase la vida. Pero cuando todo parecía oscuro para Merdían oyó una voz, la voz de la mujer que lo había cautivado.
-Señor-le llamó la atención-¿Se encuentra bien?
Pero Merdían sólo podía mirarla y no cometer ninguna otra acción.
-¡Señor!-exclamó la mujer.
Insistiéndole nuevamente, al hombre que había logrado causarle lástima.
Pero cuando la mujer iba a parlar nuevamente, un juego de sangre cernió sobre los pasillos del teatro arcano. Y para todo esto, el bandolero, estaba escondido tras una pared, presenciando todo y cada segundo de agonía del ser que lo quería aniquilar.
Merdían no pudo contener más a los guantes o simplemente, éstos se quisieron separar de él. Los antebrazos del obrero reventaron cubriendo todo el lugar de sangre y restos de carne podrida. Los guantes habían logrado desprenderse del cuerpo de Merdían y habían logrado llevarse las manos del condenado con mucha satisfacción.
El hombre que fue un simple obrero en tiempos pasados, se encontraba desangrándose.
La musa radiante, de la cual Merdían se había enamorado a primera vista se hallaba en el trono de la descomposición, vomitando por la putrefacción que su sección ocular había logrado captar.
Por otro lado el delincuente que estaba asomando sus narices por la pared. No dudó un segundo existente para escapar de la zona. Pasando a un cuerpo de Merdían mientras se desvanecía por la debilidad que lo consumía, se detuvo un momento y contemplo como moría. Mientras que Merdían lo miraba como si lo quisiese despedazar en mil pedazos, sus ojos irradiaban venganza a borbotones mientras que el duelo de miradas estaba en curso. Por otro lado, la mujer usaba la manga de su camisa para limpiar los restos viscosos del vomito que quedaba en su boca.
El rufián no le dijo nada a Merdían, y cuando vio que el duelo de miradas había finalizado se retiró corriendo por el pasillo para aliarse con la puerta de salida. Pronto el delincuente pudo reconocer, que su vida había sido de buena caña y que el destino le favorecía o al menos eso creía en aquellos momentos de sensaciones repulsivas.
La mujer que a pesar de haber sentido una repulsión extrema por haber avistado la obra más morbosa de su vida, se acercó hasta Merdían y lo tomó con una mano de la cabeza y con la otra se aferró a su brazo (se podía especular que la mujer quiso tomarle la mano, pero como carecía de tal parte humana no pudo hacerlo). Merdían en sus últimos hálitos portadores de miles de incógnitas sin resolver, intentó decirle algo a la mujer.
-L-l-l-o-o-o-s-s-s gua-gua-gua-ante-s-s n-n-n-o-o l-l-o-o-s-s u-u-u…
Pero sin dudas no pudo terminar con su frase cargada de agonía e indicadora de muerte segura.
La mujer no pudo preguntarle absolutamente nada y Merdían falleció al instante.
La hermosa musa de la que muchos hombres se podrían haber enamorado a primera vista, se retiró del teatro pero antes de hacerlo se llevó los guantes o las manos de Merdían. Porque lo que su mente había digerido era, que el pobre condenado le quiso decir que se llevase los guantes con ella.
Al cabo de media hora la policía ya estaba abriendo un nuevo caso en la ciudad de la muerte y pronto saldría en primera plana el título de: “Muertes atroces, en el teatro de las muertes inciertas”.
La mujer, después de tomar unas copas en un bar de las cercanías (aún con los guantes en su bolso) y de fumar unos cuantos cigarros, se dispuso a retirarse hacia sus aposentos. Pero cuando iba camino a casa, después de muchos pensamientos inconclusos que vagaban por las riveras de su conciencia, decidió arrojar los guantes en un contenedor de basura que se hallaba a unas cuadras más del teatro.
Una vez que terminó con el trabajo de deshacerse de cosas que podrían traerle traumas en un futuro, enfiló hasta la parada del ómnibus para viajar hasta su hogar y dejar en el pasado todo el acontecimiento vivido.
7
Por razones que sólo conocían el destino y el equilibrio, después de una hora transcurrida; que anteriormente la mujer había tirado los guantes. Un nuevo maldecido por el destino pasó por el mismo lugar en donde habían sido arrojados los guantes. Y no era ni más ni menos que el único expoliador al que Merdían no había conseguido ajusticiar. Por razones que sólo el rufián conocía, se detuvo en el contenedor de basura para curiosear en él. Algo consiguió llamar su completa atención. Y esto era un cuerpo o más bien un traje. En su primera impresión se intrigó porque había creído ver un cadáver. Pero cuando se acercó lo suficiente hasta el traje o lo que él creía que era un humano, se dio cuenta que aquella aberración tenía vida. Era tal el punto, que pudo darse cuenta que era un cuerpo cercenado, pero que demostraba vida a leguas. El malhechor decidió darle una oportunidad a un engendro y lo ayudó a salir del contendor. Una vez que estaba parado frente a frente con el ser decapitado (con un miedo que lo envolvía, pero que podía controlar), pudo notar que la piel de aquel monstruo era escamosa y además su sentido de olfato le indicó un grave hedor acre.
El rufián no sabía qué hacer ante la situación esotérica, pero el ser sin cabeza sí comprendía qué hacer ante tal situación. Y sin perder el tiempo husmeó en el contenedor para tomar un papel blanco (pero manchado con pestilencias propias de un contenedor de basura), para luego acercarse nuevamente hasta donde el delincuente y dárselo indicándole lo más ingenuo del mundo; el ser quería que el rufián consiguiese un lápiz para comunicarse con él por medio de la escritura.
Pero había dos noticias para el ser cercenado, una buena y la otra no tan buena. La noticia benigna era que el delincuente tenía un lápiz (el cual había robado a un joven universitario que transitaba en cuadras anteriores) para que él pudiese escribir, pero la noticia maligna era que éste maldito rufián era analfabeto.
Sin comprender la situación, el ser sin cabeza escribió en la hoja después de haber recibido el lápiz. Y la nota que había escrito constataba lo siguiente:
-Hola, ser desconocido-
Mi nombre es K-lis y provengo de las fraguas del fuego eterno.
Necesito un acólito, para que me guíe en busca de la parte restante de mi cuerpo.
Una vez que la consiga, el mundo se estremecerá, nada quedará en el cosmos y toda estirpe será erradicada.
Arrasaré con todo, pero tú tendrás la mayor de las recompensas. Servirás de alimento para mi hijos que aguardan en el mundo bajo. Eso es gratificante en mi mundo para los cobayos, querido aliado de la dimensión distante.
-No me preguntes como conozco tu idioma-. Mi superioridad ante ti no tendría comprensión para tu degradada mente mortal.
Después de que el ser decapitado con piel escamosa terminase la nota, se la entregó al rufián que había huido de su destino con Merdían. Y éste intentó comprender qué decía aquella nota, pero no logró sacar ni una pisca del acertijo para analfabetos. Con ingenuidad propia de un ser decadente, sólo se dejó llevar por sus instintos y tomó del brazo al engendro sin cabeza como indicándole que lo seguiría en su acometido fuese el que fuese.
-Cabía destacar-, que las manos del monstruo abismal decapitado, tenían inscripciones arcanas con semejanza a la de los guantes que había encontrado Merdían.
Provocaba miedo creer en lo peor o quizá daba más pavor aún, saber que había vuelto a la vida un engendro que en el pasado fue castigado y que en la actualidad se vengaría de todos los seres del universo-empezando por la tierra-.
Las pieles de los cerdos por Damian Fryderup se encuentra bajo una Licencia Creative Commons Atribución-SinDerivadas 3.0 Unported.
Basada en una obra en almascondenadas-df.blogspot.com.
Absolutamente bestial relato, me recordó mucho a la cruda y brutal prosa del gran Clive barker, siga escribiendo, ¡que lo seguiremos leyendo!
ResponderBorrarEsa es la idea Obliterator, conseguir miles y miles de lectores. Y muchas gracias, primera vez que alguien se da cuenta quien realmente me inspira...
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