Todo empezó cuando
llegué a aquel lugar de mala muerte, un pueblo donde escaseaba el gentío en las
calles y donde los abismos de la soledad gobernaban sin ser derrocados.
Tenía que atravesar aquel sitio con mi
automóvil, para lograr llegar hasta mi destino final. Viajaba solo, hacia casa
de mis tíos que se encontraba cruzando el pueblo en el que me hallaba.
Pero por obras macabras del destino mi auto
se estancó en la nieve y no hubo forma alguna de lograr moverlo. Lo único que
me quedaba por hacer era hospedarme en algún hotel pueblerino, -que era más que seguro- que no existía
ninguno en tal lugar.
Una vez que bajé del coche, emprendí viaje
en busca de refugio. Luchando contra las terribles ventiscas de nieve, que
azotaban una y otra vez contra mi rostro, como si se hubiesen puesto en complot
para congelarlo.
Caminado vagamente por el pueblo, logré
encontrar una especie de casa para forasteros. Me di cuenta de esto porque su
nombre lo decía sin vergüenza. Sin dudas, los habitantes de este pueblo no se
gastaban mucho en los nombres para sitios de huéspedes -ni mucho menos-, en promulgar la industria del turismo, puesto que
sus anuncios eran realmente vacíos.
“CASA PARA FORASTEROS”
Sin titubear me adentré en aquella casa,-de proporciones ciclópeas-. Una vez que
estaba en el interior, logré avistar a la primera persona en todo aquel pueblo,
que se hallaba tras un mostrador de atención al público. Esta persona carecía
de vista y no tenía rostro de hacer buenos amigos, era un hombre gordo, sucio y
deteriorado. Pero lo que más arrebató mi atención hacia aquel burdo ser fue, un
tatuaje que tenía en su cuello, ya que su tamaño era lo bastante grande como para
cubrir semejante parte anatómica de aquel grotesco hombre.
Para hacer notar mi presencia, rompí el
vacuo silencio en aquella casa anticuaria de hospedaje.
-Hola-dije, en un tono lo bastante fuerte
como para llamar su atención.
El hombre no contestaba; como si le
hubiesen comido la lengua. Pero no solía rendirme tal fácilmente.
-¡Hola!-esta vez grité.
Otra vez, nada. Este hombre, ocultaba algo
realmente oscuro y tenebroso. Además cuando le hablé me dio la espalda de una
manera tan grosera, que me irrité.
Al darme cuenta que no podía lograr oírme,
me acerqué hacia su posición y cuando estaba a punto de tocar su hombro, este
demoniaco ser se me adelantó, mostrándome su verdadero rostro. Era como si en
el instante en el que había volteado, su rostro se manifestaba de otra forma.
Forma que mostraba lo más horrible de un
humano. Aquella persona tenía un rostro que remplazaba los dientes comunes, por
unos amedrentadores colmillos a los que jamás había visto en mi austera vida.
Este hombre tenía cara simiesca, con ojos color blanco como la misma nieve de
las afueras y piel tan seca que parecía estar completamente deshidratado.
Cuando mis ojos presenciaron aquella cosa
anti natural, rompí el silencio con un fuerte grito. Y esta bestia, batallando
todo límite de espacio, materia y tiempo, desapareció esfumándose en las
etéreas sombras de aquel caserón antiguo, -como
si de humo se tratase-.
En aquellos momentos había llegado a
comprender que estaba totalmente desquiciado. Pero todo cambió cuando escuché
una voz que provenía del segundo piso. Una voz a la que seguí con un cierto
grado de hipnotización.
Subiendo las traicioneras escaleras de
aquella casa antigua, logré llegar hasta el segundo piso. Y sin perder el
tiempo, seguí la voz tan extraña y a la vez tan apaciguadora.
-Ven…ven…
La voz musitaba sin control.
-Ven, hijo de la luna… Ven hijo del sol…
Una vez que mis oídos lograron captar
los sonidos provenientes de aquella voz. Logré encontrar el cuarto de la
discordia. Esta habitación tenía una puerta lo bastante vetusta como para
caerse sola, además poseía unas escrituras lo suficientemente ominosas como
para que la situación se tornase macabra. Eran escrituras -o más bien-, símbolos que al mirarlos detenidamente mi piel se
ponía como la de una gallina, y los eternos escalofríos que surgían desde mis
entrañas, no hacían ausencia en la situación.
Cuando abrí aquella maltratada puerta, pude
ver quién era el dueño de la voz. Éste, era un hombre con un tono de piel
pálida, ojos color azul y cabellos oscuros como las mismas sombras que danzaban
por los rincones de aquel lugar. Pero no estaba solo, a su lado había una mujer
que sólo tenía un diente y que hacía notar su cabello lacio de color bermellón;
sin olvidar sus exóticos ojos color amarillo. También existía un tercero y éste
era un hombre obeso que no podía ponerse en pie, el cual hacía notar una
especie de castigo en su cuerpo de la inmundicia. Pero lo que quitó gran parte
de mi valentía al ver a aquel hombre de peso pesado era, que tenía su boca
desgarrada y tan sólo hacía notar un ojo en su rostro pestilente, -inundado en pelos- parecidos a los de un
cerdo.
Mientras estaba viéndolos pasmadamente casi
a punto de que la baba saliese por mi boca, la mujer fue la primera en iniciar
la conversación que me traería muchas conveniencias en un futuro o que en vez
de eso, traería mi verdadera perdición.
-Hola,
querido-me dijo.
-Hola-le contesté amablemente.
-Sabemos,
que tienes un altercado.
-¿En serio?
-Tu
auto se ha quedado inmóvil por las grandes barreras de nieve.
-¿Eres adivina mujer?-le pregunté, con
sarcasmo.
Gesticuló, dibujando una pequeña risita en
su rostro; que indiscutiblemente carecía de belleza.
-Soy
más que eso. Y… puedo ayudarte mucho más
de lo que te imaginas.
-¿Y cómo podrías?-pregunté.
-Sólo
debes hacer un trabajo, para nosotros tres-me dijo-Y créeme, que serás recompensado.
-Pues dime…
-Debes
matar a un huésped de este hotel. Una vez que lo hagas, ensarta este objeto en
su cuerpo y tráelo de vuelta a nuestras manos.
-Pero, eso me convertiría en un asesino-le
dije, exaltado.
-No,
ese hombre es un violador pedófilo. Matar a una peste de tal calaña no es
asesinato-me dijo, tratando de aliviarme.
-Está bien, todo sea por la recompensa y
por la justicia.
-La
habitación es… “la número dos”-me informó.
-Comprendido.
Esta mujer me entregó aquel objeto tan
extravagante, que tenía forma de una jeringa sólo que ésta era de oro y, con
unos signos grabados realmente extraños para la mente de un humano trivial.
Mientras que ella me daba el objeto, sus dos compañeros de cuarto permanecían
inmóviles, con sus rostros amedrentando los aires del lugar.
Salí del cuarto e inicié mi búsqueda de la
habitación número dos. En un periquete logré dar con ella, y allí estaba
durmiendo el maldito condenado, el hombre que no era hombre, el violador
pedófilo o al menos así lo etiquetaban los tres seres que me habían prometido
la mejor recompensa.
En aquella habitación había una mesa de luz
y sólo por razones que conocía el destino, había un revólver. Sin pensar mucho
cual iba a ser el arma del homicidio, tomé el revólver y le disparé tres veces
en la cabeza al violador. Este tipo se hallaba boca arriba. Su rostro parecía
colador con los huecos que le había hecho. Las tres balas no se dirigieron
precisamente al mismo lugar. Una impactó en su ojo derecho haciéndolo estallar
por completo. Otra en su nariz, borrándola del mapa anatómico y la última se
introdujo por su boca para luego salir despedida creando otro orificio en la
parte trasera de su cabeza. La sangre no paraba de fluir por las blancas
sabanas de la cama, formando ríos rojizos tras la nuca del condenado.
Después de matarlo hice lo que me habían
pedido los extraños del cuarto. Ensarté aquella especie de jeringa y ésta
empezó a succionar la sangre del difunto, como si fuese una sanguijuela que no
había bebido durante años.
Una vez finalizado el trabajo fúnebre, con
la herramienta vampírica, en cuestión de segundos volví hasta donde estaban los
seres extraños que me habían prometido una colosal recompensa.
Cuando estaba nuevamente frente a frente
con ellos, le dije a la mujer horrenda.
-Tarea, realizada.
-Muy
bien…
Le di la jeringa, de la cual desconocía
totalmente su uso final y la mujer me dijo:
-Realmente,
has cumplido a la perfección con tu trabajo.
-Gracias… ¿pero dónde está mi
recompensa?-le pregunté, impaciente.
-Oh…
Que descuido, el mío. Sólo cierra tus ojos y la recompensa será infinita.
Hice a la par de la letra lo que me pidió,
cerré mis ojos y en cuestión de segundos noté algo diferente en el aire. Noté
como si estuviese flotando y en un intento de abrir mis ojos, no pude.
Pasaron unos minutos-calculo-Y desperté en un lugar al que jamás había visto en toda mi vida.
No estaba en Egipto, no estaba en Grecia, no estaba en Argentina, no estaba en
Inglaterra. Me encontraba, en un mundo esotérico y tenebroso.
Un mundo donde la vegetación estaba compuesta
por carne humana. Un sitio donde los seres que lo habitaban carecían de belleza.
Un mundo donde el aire era tan turbio que por poco no se podía respirar. Un lugar
donde la peste era algo divino. Un mundo donde la imaginación de los humanos
era puesta a prueba.
Sin entender nada sobre la situación,
exploré aquel despreciable lugar del cosmos. Y sin encontrar respuestas decidí
informarme con alguno de los seres que habitaban el planeta de la putrefacción.
Pero por más que lo intentaba, estos engendros no contestaban -era como si yo no existiese-. Como si
fuese un espectro vagabundo en un territorio demoniaco.
En una situación desesperada, arrojé gritos
hacia todas las direcciones para lograr dar con los tres malditos que me habían
conducido hasta aquel lugar.
El tiempo pasó, y vagué por toda la eternidad,
sin ser escuchado ni comprendido por ninguna de las criaturas de aquel horripilante
sitio.
-A
veces-, me preguntaba a mí mismo, si el hombre al que había matado era
realmente un pedófilo, o si sólo era un simple mortal. O hasta un elegido del
rey de reyes.
Con el tiempo pude darme cuenta, que mi
recompensa era todo lo que estaba viviendo.
Una recompensa que consistía en vagar por
los sinfines del tiempo. Un premio por toda la eternidad, de estar en aquel
espacio equivocado, sin respirar, sin sentir, y viviendo sólo con el
sufrimiento que me llevaría a la eterna locura o la salvación divina que
aguardaba mi alma.
El acólito de la aberración por Damian Fryderup se encuentra bajo una Licencia Creative Commons Atribución-NoComercial 3.0 Unported.
Basada en una obra en almascondenadas-df.blogspot.com.ar.
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