La sala plagada de luces imponentes, estaba
colmada de personas estudiosas o eruditos contemporáneos que algún día
llegarían a la inmortalidad por medio de sus experimentos u obras condecoradas.
Había alrededor de trescientas personas, la mayoría eran hombres-sólo un dos por ciento de los concurrentes
eran mujeres-. Seguramente esto se debía a que el año que transcurría era
una época donde el sexo débil no tenía mucha reputación entre los hombres, o mejor
dicho donde el machismo reinaba.
“Lisandro Jhub” había esperado todo un
año para que este glorioso día llegase a las puertas de su destino. Este hombre
era un científico de poco renombre-pero
él- estaba más que seguro que sería galardonado aquella noche. Todo
indicaba que este mediocre hombre, pensaba de manera abundante-quizá por eso era científico- algo que
muchas veces condenaba a los mismos, haciéndoles creerse dioses, para luego
caer de sus gases estelares. Lisandro sabía que tenía competencia y cuando se
hablaba de competencia no era por alardear, realmente había eruditos de
renombre en aquella sala. Desde químicos y matemáticos-ya- galardonados hasta físicos y astrónomos de tal nivel que habían
conseguido premios de ciencia como: “Hispano
ciencia” “H.P.N” o los tan
conocidos premios de la época, “Scientia”.
En muchas ocasiones sólo premios abundantes en popularidad y elevadores de
moral, para personas de autoestima baja. En la mayoría de los casos, los
ganadores de los premios eran científicos que habían robado ideas de otros
eruditos. Parecía ser que la guerra no sólo era física sino que también era
mental y hasta muchas veces tan obsesiva que era de temer.
La
mayoría de los que se encontraban en la entrega de premios se habían hecho con
algún reconocimiento. Pero Lisandro junto con algunos otros estultos eruditos;
estaba con sus manos vacías de condecoraciones. Este hombre había sentido el
oprobio en carne propia tras haber comprobado que era un fiasco como científico
y que su mente era comparada con la de una retrógrada o –mucho peor- con la de un simio.
Ya
nada podría cambiar aquella trágica noche para Lisandro y al cabo de tres horas
todo había concluido. Con sus manos completamente vacías, sólo llevando sus
simples microbios en ellas, se dispuso a huir de aquella pesadilla. A escapar
de lo que tanto temía. Este hombre había nacido con sueños de triunfador -pero sólo con ellos-, porque lo demás de
él era sólo carne sin sentido que jamás pasaría a la trascendencia.
Su
esposa lo esperaba junto a su pequeña hijita de dos años,-seguramente con alguna comida exquisita-. Pero Jhub no tenía planes
de llegar temprano aquella gélida noche de invierno. En lo único que pensaba
este abatido hombre era en hundirse en tragos de alcohol severamente fuertes,
para olvidar sus fracasos constantes en la vida. Lisandro no pensaba tanto en
su mujer e hija, sólo tenía en mente ganar algo; como hombre de ciencia. Quizá
este desprecio hacia lo carnal era su castigo como erudito fracasado, puesto
que muchas veces la ciencia le secaba el alma y lo enceguecía convirtiéndolo en
una bestia.
La
noche estaba despejada, las estrellas se hallaban ponientes en el firmamento-al igual que la enorme y llena, luna-.
Jhub se dirigió al estacionamiento para buscar su anticuario vehículo de dos
puertas; que lo conduciría hasta el bar más próximo.
En
un ínterin, el intento de científico llegó hasta el automóvil y en cuestión de
segundos tras recorrer las calles se topó con un extraño bar nocturno. Por lo
general el mundo de la noche era bastante excepcional, pero en este caso
Lisandro comprobó que las cosas ominosas reinaban por los albores de la ciudad. Por alguna razón
avistó un bar de lo más inmundo y por miles de razones más decidió bajar a
beber algo allí. Lisandro vivía en un pueblo a pocos kilómetros de la ciudad -con más exactitud- en un enorme campo prácticamente
aislado, pero con cierta tranquilidad necesaria para concentrarse en sus
teorías y experimentos fallidos.
En
muchas ocasiones pensó-¿Quizá me maten en
este sitio?-, -¿Pero a quién mierda
le importaría un fracasado total?-. Tras dejar aquellos pensamientos de
autocorrección y depresión constante, estacionó en un callejón sin salida que
estaba habitado por un mendigo y una jauría de perros sarnosos y plagados de
otros parásitos. Cuando dejó su coche allí, con la idea de que al estar
escondido no se lo robaría nadie, el anciano mendigo que dormía en el húmero
suelo del callejón dejó sus cartones que lo arropaban contra el frío y lo miró
detenidamente.
Lisandro sintió el miedo fluir por sus entrañas y un extraño sonido gutural
proveniente del viejo terminó por convencerlo de que los engendros vagaban por
las noches.
-Señor-le dijo el anciano.
Y
Jhub trató de huir de él dejando como un estulto el auto que lo movilizaría
hasta su hogar. Aligeró sus pasos, pero el anciano lo siguió. Sin dudas el
viejo era de lo más esotérico y aquella noche ominosa servía de aliada para el
vejestorio putrefacto.
-¡Espere!-el viejo le gritó.
Y
esta vez Lisandro se detuvo, dejando emerger desde su interior el poco hombre
que era.
-¿Qué quieres?-exclamó.
Y el
cateto e incapacitado viejo lo miró fijo a los ojos y le dijo.
-Toma esto.
El
viejo llevó su marchita mano hasta el interior de su carcomido abrigo y tomó
una hoja húmeda y con algunas manchas verdes. Pero Jhub no comprendía nada de
aquella situación.
-¿Qué
es esto?-le preguntó perplejo.
-Sólo
tómalo.
-¿Por
qué debería?-Lisandro le preguntó.
-Has
rechazado muchas oportunidades. No rechaces esta.
-¿De
qué hablas?
-Sólo
toma la hoja-le insistió.
Jhub
lo miró con asco y estiró su mano hasta la hoja que portaba el viejo. Cuando
atrapó aquel papel asqueroso sintió un tufo horrible, como si este viejo
tuviese una camionada de hediondez dentro de su abrigo.
Lisandro sabía que toda esta situación era para alguna persona
careciente de cordura, y no para él. Pero también presagiaba que este anciano
le traería la gloria-o la misma perdición-.
Una
vez que el viejo mendigo le entregó el papel se retiró hacia las penumbras de
la noche, junto a sus fieles canes que berreaban constantemente al ver a Jhub.
Estos perros parecían engendros del mismo erebo, no porque tuviesen aquel
aspecto cadavérico, sino que sus ojos eran tan extraños y sus expresiones
hacían recordar a demonios de fiestas paganas de auge ceremonial.
Sólo
la noche había sido testigo del pacto inconcluso que había realizado Lisandro
Jhub con aquel mendigo anciano, que le había otorgado una simple hoja sucia y
húmeda.
Después
de que Jhub fuese intérprete del hecho más extraño de la noche, se retiró a su
hogar. Olvidando su pena de ahogarse en alguna bebida alcohólica.
Cuando
ya iba por la carretera camino a casa, pensó detenidamente en aquella nota.
Puesto que al recibirla sólo la guardó en la guantera del coche para dejarla en
el olvido-creyó-, (“todo esto debe ser algún juego de aquel
viejo desaliñado”)
-¿Qué escrituras prohibidas podría
llegar a contener el papel?-. Lisandro se puso en un plano nulo, pero a la
vez de intriga. Por muchas razones comprendía que todo esto no tenía nada que
ver con la ciencia y por otras tantas razones más, sabía que este viejo no era
humano, o al menos parecía no pertenecer a la raza contemporánea.
Miles de voces provenientes de su conciencia le recitaban canciones para
que abriese la guantera y tomase aquella hoja. Pero Jhub era un hombre seco y
difícil de persuadir. Lo único que hacía era hablarse así mismo, mientras
conducía por la ruta asediada por árboles que parecían alzarse a la luz de la
luna, -y peor aún- que emitían
sonidos con similitud a canciones que se componían al compás del gélido viento
invernal que azotaba al mundo.
Tras
media hora de viaje hacia la sección rural de la zona, Lisandro, había llegado
hasta su hogar. Y su cabeza estaba a punto de estallar, sin haber bebido una
gota de alcohol, (todo se debía a los deseos indómitos por leer
aquella hoja húmeda y putrefacta).
Cuando Jhub bajó del vehículo no pudo controlar su curiosidad y abrió la
guantera para tomar la hoja marchita que le había propiciado el viejo extraño.
La apretó tan fuerte con su mano derecha, que el papel se arrugó de tal manera
que nada de lo que contenía podía ser leído.
Eran
aproximadamente las tres de la madrugada, ya para esto su esposa e hija estaban
durmiendo juntas en la cama matrimonial-seguramente-
con un miedo atroz por la ausencia del protector del hogar. Jhub entró
cautelosamente a la casa para no irrumpir los sueños de sus musas indefensas.
Este
hombre estaba más que nervioso, por razones que él mismo desconocía. Todo por
una simple nota, insulsa, hedionda, arrugada y con un aspecto de antiquísima
calidad.
Lisandro arrimó una silla a la mesa principal del comedor y se sentó,
sin dejar de lado aquella hoja ominosa. La única luz en toda la casa era la de
la estufa principal, que se encargaba tenuemente de iluminar un radio diminuto
de visión. Jhub decidió ir por una vieja linterna, que estaba en el cajón de
utensilios del aparador principal del comedor. No quería para nada que su
esposa e hija despertasen en medio de aquella horrible noche de malos tratos
hacia la mente. Lisandro pensó, que si prendía alguna luz de la casa su mujer
despertaría de inmediato-por lo general-
era del tipo de persona que parecía percibir cuando había luz en la noche;
además la pequeña Aghan despertaría, al sentir a su madre exaltada.
Una
vez que Lisandro consiguió la tan preciada herramienta que daba luz, volvió
hasta la mesa para romper sus barreras de cordialidad y leer aquella nota
ominosa.
En
un despiadado intento por leer aquella cosa de papel ilegible, tuvo vagos
recuerdos de su infancia; como cuando quería dar vida a los insectos que asesinaba.
Muchas veces, con la absurda idea de que sus almas volverían a los cuerpos
marchitos para reconstruirlos y dejarlos como eran en vida. La mayoría de las
veces Lisandro, rociaba con alcohol etílico a pequeños escarabajos para luego
arrojar un fosforo y dejar que las llamas consumiesen a la pobre e indefensa
criatura que le tocase la muerte. Esto daba a comprender que Jhub servía para
ser científico puesto que toda esta maña para torturar era propia de un hombre
frío, pero lo que dejaba en duda su escepticismo como erudito era el creer en
la complejidad del alma de cualquier ser vivo. Algo que no iba de la mano con
ningún estudioso que tuviese una teoría comprobada y difundida como
contemporánea.
Tras leer detenidamente la hoja húmeda y hedionda que le había dado el
viejo mendigo, pudo encontrar entre un rejunte de letras dispersas un nombre
legible. Que decía: -“Homonabis”-. Y
se encontraba en la parte inferior de un esotérico dibujo de formas humanoides.
Era una figura enorme y con brazos, piernas, cabeza y hasta manos y pies que se
notaban como pequeñas rayas que sobresalían de cada extremidad. Pero lo que más
arrebató parte de la poca cordura que le quedaba a Jhub fue, que en cada
extremidad del cuerpo representado –como,
dibujo- había escrituras en un idioma arcaico e irreconocible para
cualquier humano. Todo indicaba que la hoja que poseía Lisandro en aquellos
momentos era, una especie de receta o hechizo para crear algún ser con
similitud a un humano promedio.
El
sol ya estaba a punto de emerger por el horizonte y Lisandro Jhub había estado
toda la madrugada tratando de entender aquella hoja. Para su desgraciada suerte
comprendió de qué trataba, todo el contenido de aquel papel pestilente. El
significado de la hoja era realmente aterrador, puesto que con algún vago
castellano y un poco de latín mezclado con idiomas estelares aún sin descubrir
por la humanidad, Jhub, pudo sacar una receta para crear un “acompañante”. Lo que decía aquella nota
era que se podía crear una especie de fiel adepto compuesto por carne. Habían
algunos ingredientes que componían esta creación como: restos humanos, hojas de
manzano quemadas, aceite negro, cabellos de retoño humano, sangre del creador y
por último algo que no tenía nada de parecido a un ingrediente. La parte final
para crear al adepto era sacrificar algún animal en estado de inicio-es decir- en palabras terrenales -alguna cría-, de cualquier ser con
inocencia. Todo esto parecía sacado de un libro de magia vudú. Lisandro sabía
que estaba descendiendo con aquellos conocimientos abismales y comprendía que
ya nada sería igual desde el momento en que iniciase aquel macabro acto para
crear un fiel.
Después de haber comprendido que la magia negra existía, el fracasado
científico había decidido dormir en el sillón de la sala principal. El día que
había tenido no había sido gratificante y la noche en la que comprendió sobre
cómo crear otro ser por medio de cosas tan macabras, hacía pensar que el infierno
era un hecho para él.
Lisandro se había sumergido en un mundo de pesadillas, una vez que pegó
sus dos ojos. Se encontraba en un pasillo reducido e intentaba correr con todas
sus fuerzas, pero nada parecía funcionar. Mientras más se esforzaba más acompasado
transitaba aquella demoniaca visión onírica. Pero como si todo fuese tan
extraño en aquella pesadilla, cuando intentaba correr, las paredes del lugar
comenzaban a chorrear sangre -tan viscosa-
que parecía estar coagulada. Y lo último que completó la macabra pesadilla fue
un horrible grito de su pequeña hija, que se elevaba cada vez más hasta que se
convirtió en un alarido tan horrible, que parecía un cerdo siendo asesinado en
el matadero.
Después del grito horripilante de su pequeña hija, Lisandro despertó
exaltado y con su nariz chorreando sangre. Además sus ojos estaban empapados de
lágrimas y de su boca salía una espesa y espumosa saliva tibia. Sin vacilar se
levantó de inmediato y se dirigió al lavamanos para quitar su sangre, lágrimas
y saliva. Una vez que se encargó de esto enfiló presurosamente hasta la
habitación matrimonial para dar con sus dos musas, pero en un intento fallido
no las encontró. Luego con una desesperación más elevada fue a buscarlas hasta
la cocina y para su enorme sorpresa, se hallaban allí; comiendo algunas
tostadas con mermelada casera, que solía preparar la suegra de Jhub.
-¡Aquí están!-exclamó Lisandro.
Y
cuando lo hizo su esposa pudo notar que su rostro estaba pálido y húmedo por la
transpiración que lo corrompía, después de haber despertado de aquella
pesadilla infrecuente.
-¿Qué te sucedió?-le preguntó su mujer.
-Nada…
-¿Cómo que nada?
-Estoy bien, Crisma.
-Tu
rostro se ve fatal.
-Es
sólo el estrés. Y la decepción…
-¿Decepción?
-Sí.
-Estás, raro Lisandro.
-Si
tú lo dices.
-Quien más, si no.
-Mejor no hablemos de esto.
-Tienes razón.
Su
mujer dibujó una sonrisa en su rostro, se levantó de la mesa para acercarse
hasta él y le sobó el hombro derecho. Jhub sintió el calor de la mano de su
musa y se dio cuenta que eso era algo impagable, y que él siempre había
despreciado. Siempre, pensaba en ganar algún premio en conseguir ser el mejor,
en convertirse en alguien famoso. Pero nunca pensaba en el amor de sus dos
hermosas mujeres.
-¿A
qué hora llegasteis Lisandro?- le preguntó su conyugue.
-Creo que a las dos de la madrugada. No, logro recordar nada de anoche.
-¿Estuvisteis bebiendo?-su esposa, le preguntó con un tono de voz
tajante.
-Creo… que sí. No, recuerdo nada de anoche.
-Tú
sabes que me irrita demasiado cuando bebes.
-Lo
sé.
-Lo
sabes. Pero igual lo sigues haciendo.
-Es
qué en realidad no sé si anoche bebí.
Ella
se acercó más hasta la boca de Lisandro y lo olfateo, como lo hace una madre
cuando llega su hijo de alguna fiesta nocturna.
-No,
tienes olor a alcohol.
-Eso
es lo que te estoy tratando de explicar. Anoche no bebí. Pero tampoco recuerdo
nada.
-¿Sigues con esas pesadillas?
-¿Cuáles pesadillas?-Jhub le preguntó estupefacto.
-¿No recuerdas?
-No.
-Hace dos meses, después de que llegaras de la entrega de los premios de
ciencia. Comenzasteis con severas pesadillas. Sobre tú, corriendo por un
extenso pasillo cubierto de sangre.
-Acabo de tener ese mal sueño. Pero es la primera vez que me pasa...
-Lisandro. Por favor… déjate ya de chistes. Ya más de un mes que tienes
esas pesadillas.
-¿Qué?
-¡Bueno
ya basta!-exclamó su esposa.
-No
sé de qué me hablas.
-Será mejor que sigas con tu trabajo.
-¿De
qué hablas?
Lisandro se encontraba perturbado y desconcertado, no lograba comprender
ni una palabra de lo que decía su esposa. Era como si desde aquella noche en la
que había leído la hoja hedionda, no recordase nada, y como si hubiesen pasado
meses desde entonces.
-Te
estás volviendo loco. Por tanto trabajo.
-¿Dónde está todo mi trabajo?
-¡Por dios! En el sótano Lisandro. Estás completamente lunático desde
que ganasteis ese premio, y te contrató esa empresa.
Jhub sabía que no debía seguir preguntando nada más a su concubina, dado
que esto implicaría un daño enorme en su relación como esposo. Lisandro estaba
comprendiendo que nada era igual desde aquella noche que se recostó; y de la
cual no había logrado recordar nada. Lo único que debía hacer era seguirle el
juego a su esposa, para no alarmar a su pequeña hija y dirigirse raudo hasta el
sótano.
-Sólo bromeo-le dijo con la mayor de la hipocresía a su esposa.
-Eso
espero. Lisandro.
-Voy
a seguir trabajando. Nos vemos por la
noche.
-Espero que cuando termines con tu trabajo nos dejes entrar en el
sótano.
-Claro. No tengo nada que esconder.
-¿Pero qué tienes Lisandro? Siempre nos das escarmientos a mí y a tu
hija por querer husmear en el sótano.
-No
tengo nada que esconder, bajo la manga-lanzó un pequeño chiste-Sólo escondo
cosas en el sótano.
Jhub
trataba de mejorar su perplejidad con la situación y se amoldaba a la nueva y
adelantada vida que vivía en aquellos momentos. Muchas veces-pensó- que todo era un maldito sueño y
que nada era lo que parecía ser.
-Voy
hacia abajo. Nos vemos por la noche. Las quiero a las dos.
-Nosotras también. Pero si sigues actuando así de extraño tendré que internarte
en un hospital para dementes. Dicen que el Lewinsthon es uno de los mejores.
-Claro. Sobre todo por los cinco doctores que mataban dementes para
realizar experimentos.
-Lisandro. No asustes a tu hija con esas historias.
-Tienes razón. Mejor me voy.
Después de terminar con la extensa conversación con su esposa, Jhub
enfiló rápidamente hasta el sótano. Cuando llegó hasta la puerta de su guarida
abismal notó que estaba con llave y esto fue algo que culminó su incertidumbre,
de qué mierda pasaba en toda su vida. Pero tras palpar sus dos bolsillos
encontró una llave oxidada; pero útil. Una vez que abrió su sector de trabajo
se sumergió en un mundo de lo más tétrico e incomprensible. Mientras bajaba las
escaleras del sótano podía ver el panorama horrible que tenía aquel lugar. Las
velas postradas en estantes emitían luces tenues, la hediondez de aquel sitio
corrompía sus fosas nasales y los restos de carne humana y sangre seca del suelo eran de lo más horrible
para su vista. Lisandro llegó a pensar que era un maldito asesino en serie con
graves trastornos psicológicos y que no recordaba nada después de asesinar a
sus víctimas. Pero mientras más husmeaba en su zona laboral, más comprendía que
su trabajo no consistía en quitar vidas sino que trataba en dar vida. No se
basaba en una teoría retrograda de revivir humanos, ni mucho menos de
reanimarlos como viejos relatos de autores de nivel. Lisandro daba vida, creaba
razas, animales o lo que fuese que eran las pequeñas alimañas que estaban encerradas
en diminutas jaulas, bajo estantes repletos de papeles cargados de símbolos
paganos y letras ominosas. Algo que también arrebató el alma de Lisandro fueron
los incontables frascos con ingredientes que tenía en aquel sótano.
Jhub sabía que todo esto era un enorme logro para la ciencia, pero
también tenía conocimiento de que todo lo creado en aquel sótano no tenía nada
relacionado con la misma. La magia negra y los nombres extraños emergían desde
las sombras para conceder la sabiduría al científico que aún no comprendía cómo
había logrado ganar aquel premio. Lisandro recordaba que el premio
científico de aquella noche era el mismo
que había perdido en otra vida -o sueño quizá-,
pero también sabía que este era el mejor momento de su austera vida.
Una
vez que se adaptó a su macabro pero revolucionario sitio de trabajo, pudo ver
con claridad cuál era su enorme proyecto. Había unas cortinas corredizas de
color blanco manchadas con tierra y sangre, y tras ellas una enorme camilla que
portaba un cuerpo humano (o al menos eso
parecía a simple vista). Lisandro se acercó hasta la abominación y pudo
notar un engendro que era un rejunte de extremidades de muchas bestias. Con
patas de becerro, manos de gorila, torso humano y rostro; pero de aspecto
juvenil. Una creación jamás presenciada por un hombre, ni mucho menos, por un
científico.
Jhub ya sabía que panorama era el de su nueva vida, y ahora comprendía
por qué no quería que nadie ingresase en aquel sótano donde las creaciones
aberrantes eran el espectáculo principal.
Después
de ponerse al día con todas las hojas y libros sobre anatomía, y hechizos
oscuros. Lisandro encontró un papel húmedo y hediondo que tenía un boceto de un
humanoide que decía: -“Homonabis”-.
Ahora, todos los recuerdos lo estaban asediando, su mente estaba a punto de
estallar y por fin había recordado una parte de su pasado-la nota del anciano putrefacto del callejón, el viejo que era
acompañado por una jauría de canes infernales-, todo estaba más que claro
sin haber recordado gran parte de su pasado. Lisandro sabía que desde el día
que leyó aquel papel en la noche gélida de invierno, un mar de conocimientos
oscuros había caído sobre él. Y seguramente había logrado cambiar los caudales
del tiempo para arreglar su vida. El anciano le había dicho que no podía
rechazar la oportunidad que le daba, pero Jhub se preguntaba a sí mismo-¿qué oportunidad? ¿Es qué acaso esto no es
una condenación de mis propios impulsos? ¿Cómo puede ser una condenación, si
esto es lo que te ha hecho famoso? ¿La fama es algo importante? ¿Y estos
engendros que he creado? ¿De qué abismal conciencia emergen y surgen de mi
mente?-. Todo lo que su mente le preguntaba era algo sin respuesta, todo
era algo que sólo el existir lo predicaba, pero no lo predecía. Lisandro
atravesaba un momento difícil, y olfateaba su condenación. Por muchas razones
sabía que todo esto no era algo bueno y que la vida sólo era entregada por los
reyes del cosmos y los príncipes de los abismos.
Ya
sabiendo que toda su nueva vida se debía a la magia oscura de aquella hoja que le fue otorgada la gélida noche invernal,
Lisandro, emprendió viaje a los mundos más oscuros de los restos de un libro de
magia arcana que estaba postrado sobre una mesa en aquel sótano macabro. Allí
podía comparar sus notas personales con las notas de otros investigadores. Y en
muchas de las hojas se nombraba un libro de magia abismal, un libro innombrable
por muchas religiones, un grimorio anhelado por sectas en todo el mundo. El
temido nombre del libro era: “Bermoonlaten:
el libro de los idiomas perdidos”. Allí se encontraban los designios de la
vida mortal, la creación del cosmos, los nombres de los supremos, la magia de
estado-el poder infinito-. El que
encontrase alguna vez este libro, tendría el poder del universo en sus manos.
Jhub
no poseía el Bermoonlaten, pero tenía
algunos fragmentos de otros restos, de piscas del verdadero libro, es decir,
copias y más copias. La originalidad de este grimorio perdido era algo que
consumía, en demencia, a muchos fervorosos adeptos de lo oculto. Desde monjes,
hasta personas adineradas anhelaban las páginas originales del libro más
blasfemo de todos los tiempos.
Lisandro ingresó en un éxtasis de conocimiento y su cerebro ya estaba
tirando la toalla. Mucha presión ejercía sobre la mente del científico, y él
mismo era consciente de que esto lo podría llevar a la locura.
Jhub
decidió centrarse en su última creación, y en un interés por encontrar la
última pieza del rompecabezas de restos de carne, encontró, el ingrediente
final para reanimar a la bestia que yacía sobre la cama manchada de sangre.
En
una hoja decía: “Líquido fúnebre” o
también en la parte superior “Likae
fhutebre”-. La mente de Lisandro procesaba aquellas hojas pertenecientes al
libro blasfemo de forma satisfactoria. Hasta el momento había atinado a los
breves acertijos de los hechizos, de creación de fieles u adeptos. Y en
aquellos momentos Jhub supo que el último ingrediente, para que su adepto diese
un enorme alarido era el líquido de un cadáver en descomposición. Lisandro
presentía que ya había profanado tumbas en el lapso de su vida que no
recordaba; en el enorme salto hasta su triunfo. Y también estaba seguro que
tenía a alguien que lo cubría o que simplemente lo extorsionaba para que su
reputación no se fuese por la borda.
Tras
pensar en esto, encontró un número telefónico que decía: “Human Lecte frecunden”-. Lisandro no comprendía a la perfección que
podía llegar a significar ese nombre, pero no vaciló ni un instante en llamar
al número que se hallaba en el mismo papel; del nombre extraño. Tomó la nota
con firmeza y se dirigió hasta el piso principal del hogar en busca de un
teléfono, para poder dar con alguien detrás del número que había hallado.
Una vez
que había emergido desde el sótano, trató de no llamar la atención a su pequeña
hija y mucho menos a su esposa. Sólo se centró en dar con el teléfono
inalámbrico, para poder llevarlo hasta el sótano y allí hablar con su contacto
de quién sabe qué trato infernal.
Ya
estando en el sótano (aislado de todo
humano existente), marcó el número de la hoja que había arrugado con su
mano. Y sólo esperó unos segundos, dado que el tono existía y el número
pertenecía a una persona física, ninguna operadora, ni muchos menos la célebre
frase de:- “el número con el que se
intenta comunicar, no pertenece a un abonado en servicio”-se escuchaba como
trasfondo en el aparato. Ninguna desilusión sonora de este tipo existía, tras
este comunicador de largas distancias. Jhub aguardaba impaciente, hasta que sin
previo aviso una voz se arrimó por el teléfono inalámbrico.
-¿Qué necesitas Jhub?
La
voz del otro lado, se anticipó ante una presagiada petición de Lisandro; como
si ya conociese la rutina.
-¿Disculpad?-Jhub le respondió con duda.
-Vamos, Lisandro no estoy para juegos.
-Sólo bromeaba-Jhub le siguió la
corriente.
-¿Necesitas algo fresco?-la voz le
preguntó.
-Podrías… no hablar entre líneas.
-¿Quieres un muerto fresco o uno podrido?
Ahora Lisandro comprendía que su contacto era un posible profanador de
tumbas y hasta un maldito morboso que robaba cuerpos en las morgues locales.
-Sólo necesito uno podrido.
-Bien.
-¿Dónde nos encontramos?-le preguntó
Lisandro.
-Calle Buena Vista por el mil quinientos.
-Mierda-exclamó Jhub.
-¿Sucede algo?
-No. Sólo que…
-Dime.
-No recuerdo como llegar…
-¿Qué mierda te pasa Lisandro?
Jhub
se preparó a mentir de la mejor manera.
-Bebí mucho anoche. Y tengo la cabeza destrozada.
Puedo afirmarte que no recuerdo nada de nada.
-Está bien. Me acercaré hasta tu hogar. Pero
si alguien sospecha algo de esto, te entregaré dos cuerpos frescos y serán los
de tus dos mujeres.
-No, te preocupes. Eso no sucederá.
-Eso espero.
-Aguardaré frente a mi hogar-Jhub le hizo
una promesa, que no podría romper.
-En media hora estoy allí. Más te vale que
nadie nos vea.
-Nadie lo hará. Te lo prometo.
Lisandro se quiso despedir, pero el hombre con el que hablaba había cortado
hace unos segundos dejándolo parlar solo en aquel sótano fúnebre. Ahora Jhub se
encontraba en un gran dilema, puesto que tenía que hacer lo imposible para que
nadie lo viese formando tratos oscuros con aquel misterioso hombre.
Transcurrió media hora justo como lo había prometido el hombre y
Lisandro se encontró con él, frente a su hogar. Allí estaba el extraño
misterioso, en una furgoneta grande de color rojo bermellón pero con la pintura
con desconchones. Se notaba a leguas que este automóvil tenía un mal trato y
además se podía ver como sus ruedas estaban cubiertas de barro, también tonos
verdosos y pedazos de maleza se hacían notar en los laterales inferiores del
furgón; como si este vehículo se manejase siempre por campos y lugares silvestres;
similares a los sitios aledaños de la vivienda de Jhub.
Lisandro se acercó hasta la ventanilla del conductor y allí pudo ver a
su entregador de cadáveres. Era un hombre rubio, con la piel seca y algunas
arrugas cercanas a su boca, pómulos salientes y verrugas en su mentón. Sus ojos
eran color azul y tenía unos bigotes mal afeitados llenos de un tinte amarillo,
-seguramente era nicotina-, dado que
se podían ver varias cajas de cigarrillos dispersas por el furgón.
-Esta vez quieres algo podrido. Eres un
maldito Jhub.
-¿Lo tienes?-le preguntó Lisandro,
nervioso e impaciente.
-Claro que lo tengo idiota.
Mientras el hombre le hablaba, acomodaba su garganta con saliva espesa
que usaba para lubricarla y que se secaba constantemente con las pitadas de su
cigarrillo.
-¿Lo bajamos?
-Sí.
-Espera-Jhub lo detuvo.
-¿Qué sucede?
-Voy a ver que no haya nadie.
Lisandro husmeó por los albores de su casa ubicada en la zona rural,
para ver que ningún automóvil de la carretera los viese trasladando aquel
cadáver. Pero para la suerte de los dos, era de noche y los automovilistas se
habían extinto de la zona, además su esposa e hija ya estaban durmiendo en sus
habitaciones.
-¿Todo bien?-quiso saber el traficante de
cuerpos.
-Sí. Adelante.
El hombre rubio bajó del vehículo y se dirigió
hasta la puerta trasera de la furgoneta, donde tenía escondido el cuerpo en
descomposición. El cadáver estaba cubierto con aromatizantes de hogar, ajo y
algo de café, dado que el olor era insoportable.
Jhub
siguió al hombre y éste le dio un par de guantes, para que le ayudase a cargar el
cuerpo sin vida hasta el sótano de la casa.
En
un intercambio de fuerzas, por fin consiguieron bajar el cuerpo putrefacto. Y
pese a que estaba sellado con una bolsa fúnebre y cargado con muchos
aromatizantes, la hediondez era insoportable.
Mientras los dos llevaban el cuerpo hasta el hogar, nubarrones extremos
se formaban en el oscuro cielo. La luna
poniente había sido despojada por ciclópeas nubes de una posible tormenta.
Una
vez que estaban en la puerta principal de la casa, Lisandro soltó su parte del
cuerpo para abrir las dos hojas. Ya con la puerta abierta los dos ingresaron
presurosamente al interior del hogar para dirigirse hasta el sótano. En
cuestión de segundos estaban bajo la casa y por suerte ninguna de las dos
mujeres se había despertado. Pero Jhub, al haber perdido parte de su memoria,
había olvidado que nadie ingresaba al sótano; y mucho menos aquel hombre
putrefacto que le vendía cadáveres.
-¡Qué mierda es todo esto Jhub!-le gritó el profanador de tumbas.
Al
ver todos los cuerpos de los engendros y al primate humanoide postrado en la
cama ensangrentada, el traficante de cadáveres se impresionó más de lo debido.
-Nada-Lisandro le mintió como un chiquillo.
-Yo
estoy enfermo. Pero tú eres una escoria.
-Tranquilo-lo calmó-Esto es ciencia.
Jhub,
se justificó.
-¿De
qué mierda me hablas?
-Estas criaturas…son una bendición. Yo, las he creado.
-Esto es una mierda. Todos estos engendros…
-Cálmate.
-Jamás pensé que estuvieses creando estos demonios. Jamás te daré otro
cadáver-el traficante hablaba con mucha ironía.
-¡Basta!-Lisandro le gritó, con un vago pensamiento de que aquel hombre
se callaría.
-Esto lo tienen que saber todos. Aunque yo vaya a la cárcel.
-¡No, espera!-Jhub se alteró y le gritó con ímpetu.
-Eres un maldito Lisandro. De qué profundidades emergen estas viles
criaturas.
-¡Ya
basta!
-Eso
dirán todos cuando se sepa de tus experimentos.
-Nadie tiene por qué saber esto.
-Sí.
Yo me encargaré.
-No,
lo creo.
-¿Y
qué vas a hacer maldito científico?
-Yo,
nada.
El
hombre rubio dibujó una sonrisa en su rostro, sabiendo que Jhub no podría
lastimarlo dado que sus condiciones físicas no lo sobrepasaban.
Pero
Lisandro pensó rápidamente en mermar este terrible problema y abrió la bolsa
del cadáver tomó una jeringa de la mesa, absorbió algo de líquido putrefacto y
corrió hasta su última creación, la bestia con patas de becerro, brazos de
gorila, torso y rostro humano juvenil. Mientras el hombre que lo quería ver en
la ruina, estaba atónito con todo lo que sus ojos estaban presenciando, casi al
borde de la parálisis corporal.
Al
instante que Lisandro inyectó el líquido fúnebre en su última creación. La bestia
cobró vida y sus alaridos de dolor eran tan insoportables, que el mismo Jhub
temió por no saber qué sucedería en aquellos momentos.
Mientras la bestia gritaba de dolor se trataba de estabilizar entre sus
dos piernas, y poco a poco se le desprendía la carne de su rostro humano
juvenil, para quedar convertido en huesos; con restos viscosos. Por otro lado
su torso estaba al borde de estallar por la cantidad de gusanos que emergían
desde sus entrañas, chillando como si fuesen retoños recién nacidos. Al parecer
algo había salido mal en la creación de Lisandro y esta bestia sentía tanto
dolor, como ira.
El
hombre rubio estaba al borde de la locura y su parálisis era severa, la
criatura se acercó a pasos acompasados hasta él y lo tomó de la quijada con su
enorme mano de primate, para tirar de ella y desprenderla por completo. La
lengua del traficante se veía completamente y la sangre no dejaba de fluir por
debajo de la boca del condenado. Todo el torso de este hombre estaba teñido de
color bermellón y para que la situación se tornase más violenta, la criatura usó
sus dos poderosas manos para tomar la cabeza del profanador y presionar hasta
que los sesos saliesen expulsados por sus dos orejas. El hombre delgado y rubio
ya no contaría la historia y la materia gris que salía de su zona auditiva
hacia recordar a las máquinas para triturar carne, que prácticamente convertían
los trozos en picadillo espeso.
Una
vez que el engendro creado por Lisandro, acabó con la vida del hombre que le
propiciaba los cadáveres, se acercó hasta la posición de Jhub y efectuó un
severo golpe en su rostro. La vista del científico se nubló y cayó tumbado al
ensangrentado piso del sótano. Ya nada podía hacer este condenado creador de
monstruos, para remediar lo que había hecho y sólo un eco del último quejido de
la bestia fue lo que se sintió en aquel sótano por toda la noche.
Con
una prolongada jaqueca Jhub se despertó, casi sin recordar nada de lo sucedido.
Se apoyó contra una mesa que estaba a sólo un cuerpo de él, trató de sentarse
en una silla pero volvió a caer al suelo húmedo del sótano. Luego llevó sus dos
manos hacia su deteriorada cabeza para realizar un vago intento de alivianar el
dolor que fluía por su cerebro. Lisandro estaba pasmado y tenía un cierto olfato
de que algo no andaba del todo bien. Poco a poco comenzó a recordar lo que
había sucedido la noche anterior y cuando vio el cadáver del hombre rubio se
dio cuenta que la situación era realmente preocupante. El propiciador de
cuerpos se hallaba tumbado en el suelo del lugar, careciente de su quijada,
repleto de sangre y con los sesos expulsados por las orejas como si se tratasen
de paté. Una imagen horrible para cualquier persona que se despertase sin
previo aviso, en un lugar de lo más tétrico.
Una
vez que el científico se amoldó al entorno decidió emerger al primer piso de la
casa en busca del engendro que había creado, para inyectarle un calmante que
tenía guardado en su delantal de médico. Lisandro sabía que no podía dejar
suelto al monstruo, porque eso le repercutiría por toda la eternidad. Y lo que
más temía en aquellos momentos era un posible presagio de un destino infernal
para sus dos musas, que habían dormido en sus habitaciones correspondientes por
toda la noche.
Subió las escaleras como pudo, a paso lento pero efectivo. Mientras
caminaba se apoyaba contra la pared tratando de imitar a su creación que
seguramente se había arrimado cuando huía, puesto que, manchas de sangre con
forma de la mano de un primate eran notables allí.
Cuando Jhub se encontraba en el primer piso del hogar notó que aún era
de noche, y ya había perdido por completo la noción del tiempo preguntándose
así mismo cosas inexplicables como:-¿Por
qué sigue de noche, si al parecer estuve inconsciente por varias horas? ¿Cómo
es qué no logro dar con la criatura? ¿Y qué es lo qué sucedió con el
experimento? ¿Por qué se fue todo por la borda? ¿Demasiado de esto o de aquello
fue lo que ocasionó el desborde del experimento?-. Miles de preguntas más
transitaban por su mente, pero había algo que lo impulsaba a seguir adelante
sin perder por completo la cordura-y esto
era- encontrar a sus dos mujeres.
Después de notar que las sombras aún gobernaban los albores, enfiló lo
más rápido que pudo hasta la habitación de sus musas. Y para su horripilante
sorpresa una vez que ingresó al cuarto, encontró manchas de sangre en las
sabanas de la titánica cama matrimonial. No había rastro de sus dos mujeres,
pero en todo el charco de sangre seca que envolvía la cama, había una hoja
avejentada, húmeda y con una peste preocupante para el sentido del olfato. Jhub
tomó el papel putrefacto e intentó leer algo de su indescifrable idioma. Todo
indicaba que alguien había estado con sus dos musas y las había raptado o
devorado. La locura estaba cada vez más y más cerca en la mente de Lisandro y
nuevamente volvían los recuerdos de cómo había conseguido todo lo necesario
para triunfar y condenarse así mismo. Pero entre todos esos recuerdos jamás
avistaba el inicial, que era el de su vida pasada, cuando había perdido el
premio y cuando había conocido el fracaso en carne propia.
Guardó la hoja pestilente en su bolsillo y se dirigió hasta las afueras
de la casa en busca de sus dos mujeres. Pero una vez que estaba fuera no dio
con ellas y encontró a la condenada bestia que él había creado, gritando y
pataleando tumbada junto a su vieja camioneta estanciera. Los alaridos del
engendro seguían siendo horribles para la audición humana y Jhub sabía
exactamente lo que tenía qué hacer. El monstruo aún seguía imponiendo batalla,
pero se notaba a leguas que ya no era más que un pedazo de carne viva y
agonizante. Lisandro se acercó lo suficiente hasta el engendro y le inyectó el
calmante que tenía en su bolsillo. En breve, la criatura dejó sus horribles
alaridos en el pasado y entró en el mundo de ensueño.
Una vez que aquel engendro quedó dormido Jhub lo subió tras varios
intentos a la camioneta para llevarlo lo más lejos posible antes de que algún
forajido viese todo el infierno que acontecía en su casa. Pese a que Lisandro
vivía en un campo prácticamente alejado del pueblo, no estaba del todo aislado.
Pasando una hectárea y media tenía a sus vecinos los Hummins -conocidos por los pueblerinos- como los sensacionalistas.
Además el comisario del pueblo solía mandar a los cabos novicios a patrullar
por las zonas rurales. Lisandro se estaba volviendo loco, pero no era estúpido
y sabía que si la policía veía todo el averno de su casa, lo detendrían.
Después de todo el único culpable era él, un hombre que no tenía escrúpulos,
que tenía trato con un traficante de cadáveres, que había puesto en riesgo la
vida de su conyugue e hija y que había pasado los límites naturales creando
vida donde no debía haber existido jamás.
Tras manejar una hora,-aproximadamente-
Jhub llegó hasta el manicomio de la zona y pensó que sería el lugar perfecto
para enterrar a la criatura en las cercanías. -¿Acaso alguien viajaría por las zonas aledañas de un sitio así?-.
Lisandro pensó que esto era lo correcto y que además, si la criatura era
avistada por algún demente, nadie le creería. Jhub también era consciente por
un sinfín de razones que aquella bestia demencial no moriría, y que la tendría
que enterrar viva. Era más que presagiado que una vez que el somnífero terminara
con su efecto, el engendro comenzaría nuevamente con sus gritos de agonía.
Le llevó
unas horas cavar la tumba para el engendro, pero al fin lo consiguió. Ya sólo
le faltaba arrojar a la criatura en el pozo para que quedase en el olvido por
toda la eternidad. Usó una especie de rampa de madera que tenía su camioneta en
la parte trasera, y posicionó la misma en yuxtaposición con la tumba para no
hacer fuerza y dejar caer al engendro de manera fácil y efectiva. Pero una vez
que la bestia demencial comenzó a rodar por la rampa y calló al pozo cadavérico
despertó y comenzó a gritar más fuerte que en un pasado. Lisandro fue consumido
por los nervios, dado que los alaridos del engendro eran tan estruendosos que
seguramente se escucharían a leguas. Era como si este ser estuviese avisando en
su idioma espectral a los humanos, para que lo viniesen a rescatar.
El
engendro gritaba y gritaba mientras que Jhub le arrojaba tierra con la pala
para taparlo y dejarlo con su agonía, en aquella tumba improvisada. El monstruo
gritaba con su boca llena de tierra y la espuma que producía era repugnante, se
movía de un lado a otro sin poder pararse, pero intentando emerger como un
gusano; serpenteando de manera constante. Pero ya nada podía hacer esta criatura,
ya que Lisandro lo estaba tapando por completo.
Todo
había concluido-o eso es lo qué pensaba
Jhub-. El monstruo ya estaba enterrado en aquel profundo pozo, y la culpa de
Lisandro también quedaría allí por el transcurrir de los años.
Pero
cuando Jhub creía en su victoria, sin previo aviso fue encandilado por unas
luces que provenían de varios automóviles. En ellos se podía leer claramente el
cartel de “Policía”. Lisandro
comprendía su situación y todo estaba más que dicho. Un megáfono se hizo
escuchar en la gélida noche, donde un científico había enterrado a su creación
para encubrir su fracaso.
-¡Las manos arriba Jhub!
La
voz era gruesa, como si se tratase de un hombre obeso o fornido.
-¡Ya sabemos todo lo qué ha hecho!
Todo
estaba perdido para el científico que aún no comprendía cómo había llegado
hasta aquella situación.
-¡Entréguese Jhub!-repetía la voz
aumentada por el megáfono.
Lisandro no tuvo más remedio que entregarse y fue subido a un patrullero
para ser trasladado al manicomio local; a la sección de máxima seguridad.
Mientras los policías lo esposaban y se burlaban de él, podía escuchar agudos
comentarios de su crimen. En un principio Jhub pensó que todo se debía al
monstruo que había enterrado vivo, pero los policías hablaban de Lisandro como
si fuese un asesino en serie y peor aún. Llegaba a escuchar que lo condenarían
por haber asesinado a su esposa e hija. El científico estaba al borde de colapsar
y tenía la firmeza de que él no haría algo así, jamás. Su cordura ya no era
algo de lo que se hubiese podido considerar dueño. Llegaba a creer que lo mejor
sería que lo enviasen al manicomio como decían los inflados servidores de la
ley.
Lisandro Jhub fue internado en el manicomio aledaño de la zona -para ser más preciso- en el “Lewinsthon”; en la sección de máxima
seguridad, por haber cometido homicidio. La prensa lo etiquetó como:- “El científico de Lucifer”-. Un maldito
que había experimentado con su esposa e hija, ocasionándoles la muerte. Todos
los pueblerinos repudiaban al científico que había descuartizado a sus mujeres
para mezclar sus extremidades con partes de animales de la zona; o de zoológicos
de la ciudad aledaña. Lisandro se enteró de todo esto y lo único que comprendía
después de lo vivido era, que la locura podía ser un medio de escape sólido
para alguien que había sido condenado por toda la eternidad.
Jhub quedó aislado en una pequeña habitación, donde le arrojan comida al piso por medio de una rendija; de
una sólida puerta de metal. Desde el día que él creyó haber enterrado aquella
criatura, su mente vagó hacia otros paramos y ahora es sólo un simple cuerpo
que come, defeca y duerme. Su habitación tiene una pequeña ventanilla a unos
diez metros de altura, donde se escabulle una tenue luz, cuando es de día.
Y suele
escuchar todas las noches gélidas y espectrales, los alaridos de un engendro
que él creó y enterró vivo. Los gritos de agonía incesante de un ser que no
pidió venir al mundo, y los chillidos de sus dos musas siendo asesinadas por
mano de la bestia. Jamás descansará de su tortura constante, nunca comprenderá
nada en absoluto, siempre recordará al anciano que le entregó la hoja y no
podrá dejar de oír –alaridos de la tumba–.
Alaridos de la tumba por Damian Fryderup se encuentra bajo una Licencia Creative Commons Atribución-SinDerivadas 3.0 Unported.
Basada en una obra en almascondenadas-df.blogspot.com.ar.
ESTIMADOS HERMANOS:
ResponderBorrarSolicito mi conversion esotérica a visionario de todos los Dioses de mis avatares respectivos y tambien solicito ser visionario de todos los ángeles y demonios de mis avatares respectivos en calidad derivada de los Dioses que les corresponden de mis avatares respectivos. Mi conversion esotérica a visionario de los tales debe ser inspirativa por los tales con la respectiva identificacion paranormal y sugestiva como tambien pseudónima.
Atentamente:
Jorge Vinicio Santos Gonzalez,
Documento de identificacion personal:
1999-01058-0101 Guatemala,
Cédula de Vecindad:
ORDEN: A-1, REGISTRO: 825,466,
Ciudadano de Guatemala de la América Central.
Hola Jorge. Un placer tenerte por Almas condenadas. Quizá no haya captado bien tu comentario y pido disculpas, pero me podrías explicar ¿qué significa todo lo que has escrito? espero una respuesta cordial y ansío leer tu nuevo comentario... Un enorme saludo, el director de Almas condenadas...
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