miércoles, 5 de octubre de 2011

El óvalo blanco


Era tan hermoso que mis ojos se deslumbraron…

Corría un día imponente, que demostraba tal imponencia como la estrella titánica que irradiaba rayos ultravioletas hacia la tierra de los mortales.
Yo, con mi extensa familia, estábamos de picnic en unos parques privados. Que por cierto, su costo era lo bastante caro como para que un hombre de clase media no pudiese ingresar.
Mientras mi familia se atoraba con las exquisiteces que habíamos llevado, yo, decidí separarme de ellos para recorrer las extensas colinas que proporcionaba aquel parque inundado en césped.
Ya estando lo suficientemente lejos de mi familia, saqué una botella de whisky y me la tomé al seco. Mi secreto de adicción moría en las profundidades de mi conciencia. A pesar de ser un borracho sediento de alcohol, aún podía controlar mis impulsos para beber a escondidas y no a destajos en delante de todos. Esto era algo que llamaba mucho mi atención, algo que nunca pude comprender, algo que realmente me asustaba.   
Después de tomarme al seco el reconfortante trago de alcohol, me recosté en el césped con mi enorme cuerpo, chafándolo por completo. 
El césped de estos parques  era tan blando y suave que parecía una cama cubierta por frazadas, algo que me hacía pensar en quedarme a dormir allí por toda la eternidad.
Una vez que estaba recostado, boca arriba, me dispuse a mirar detenidamente los hermosos cielos que irradiaban a destajos la viveza pura de la tierra.
En un largo lapso mirando los cielos, hubo algo que llamó mi atención. Algo que resplandecía, algo que no era el sol, sino más bien una especie de óvalo blanco. O al menos, es lo que demostraba ser o lo que mis ojos lograban vislumbrar.
Este óvalo tenía la maña para dejar atónito a cualquier mortal, porque en aquellos momentos mi ser, parecía estar hipnotizado por algún mago de renombre.
Después de mirar tanto esta rareza mi vista empezó a afiebrarse y poco a poco la fui perdiendo. Pero en realidad no sabría decir si había perdido mi vista, sino que parecía ser que esta había viajado hacia otro lugar. Porque al volver a la trivialidad ocular, pude ver a mi familia, pero en otra casa y apenados por algo. Al parecer como si alguien hubiese muerto.
En mi visión macabra del futuro, pude darme cuenta que mi familia lloraba por la muerte de mi persona. Algo que agazapó mi alma de terror y, fragilizó mis huesos ante tal presagio incierto. Lo único que me faltaba en aquellos momentos de visiones de un futuro terrible era, defecarme en los pantalones.
Una vez finalizada la visión, mi vista se oscureció y en un periquete volvió nuevamente para mostrarme otra visión de otro futuro imperfecto y macabro. Esta vez pude ver a toda mi familia en sus peores estados. 
Mis ojos color miel faltos de bruma podían ver con claridad, como había sido castigada de la peor manera, mi divina familia de beatos.
Mi hijita de diez años se hallaba clavada por tres barras de metal contra un paredón. Una de las barras se incrustaba en su boca, otra en su tórax y la última en unirla con la pared, en su estómago. Por otro lado su frágil y delicado cuello tenía marcas de incisión, que  dejaban senderos en su piel desgarrada por alguna herramienta hiriente. 
Mi hijo de diecisiete años estaba ensartado por una lanza descomunal, la cual estaba incrustada en la tierra. La lanza ingresaba por su ano, para salir despedida por su boca junto con la sangre de su cuerpo reventado, en definitivas estaba empalado. Y el escenario en el que se encontraba era el de una jungla tétrica e inundada de ojos blancos que se perdían entre la vegetación del lugar. 
El que seguía era mi primogénito de veinte años, que estaba falto de sus extremidades las cuales dejaban la prueba del desmembramiento con la carne viva que asomaba en cada extremo. Su boca estaba cosida a la perfección como si un cirujano hubiese efectuado tal labor. Tampoco podía olvidar el palo que había destruido todo su sistema digestivo, ya que incrustaba por su ano para llegar hasta su pecho y así abrirse paso por él, para luego salir hacia las afueras, antes, destruyendo cada camino anatómico que recorría.
Por último mi digna esposa que rebalsaba en belleza, estaba atada de sus extremidades en forma tirante por sogas que surgían desde las sombras, creando una “x” en el aire. Pero eso no fue lo que me impresionó, lo que realmente podía quitar toda mi valiosa cordura era, como tenía su estómago cortado brutalmente y como sus tripas colgaban recién frescas de su sitio adecuado. Y claro, no podía olvidar, como tenía su boca estirada hacia arriba como si de goma se tratase, por unos ganchos que provenían del techo de la sala en la que se hallaba. Estos ganchos de la tortura hacían notar un gesto de risa desgarrada en ella, y la viscosa sangre de su rostro despellejado asomaba demostrando la inmundicia de un cuerpo degradado por la tortura.
Después de ver tales atrocidades que provenían de distintos escenarios, venían más visiones a mi mente. Visiones que sobrepasaban los límites de la naturaleza, irrumpiendo todo tipo de cordialidad existente. Podía ver mundos oscuros que rebalsaban en peste, hambre y mutilaciones, junto con sombras aberrantes que danzaban en la oscuridad. También lograba ver lugares hermosos llenos de fauna realmente extraña, pero aliviadora para los ojos humanos. Pero cambiando radicalmente mis visiones, avistaba mundos donde el fuego era lo principal en el mapa. Ríos de lava se formaban y caminos de brasa al rojo vivo no dejaban de mostrar su presencia. Caminos por donde transitaban unos demonios color gris, con unos ojos tan grandes como los de los gigantes mitológicos.
Pero en un cóctel de visiones, mis viajes por los mundos de la rareza se detuvieron en un lugar. Lugar que irrumpió con mi escasa lucidez, un lugar rebalsado en restos de niños y bebés que servían de adorno al escenario. Un mundo donde los árboles estaban compuestos por cuerpos mutilados pertenecientes a bebés. Un sitio donde los caminos estaban formados por esqueletos de tamaño pequeño. Esqueletos que pertenecían a niños y niñas, algo que pude darme cuenta no sólo por sus tamaños, sino que aún conservaban sus ropas de chiquillos. Y a lo lejos, en este mundo reinado por la morbosidad, pasando los bosques de árboles de bebés mutilados y enfilando por los caminos de huesos de niños, se podía avistar una torre compuesta por carne y, por restos óseos. Pero en esta torre se hallaba una persona, que hacía notar sus señas a leguas. 
Con movimiento de muñeca partida, me indicaba muy claramente que me quería en aquel lugar. Era una persona que demostraba su desnudez a destajos, y que era careciente de atractivo físico, ya que no se sabía si era mujer u hombre, porque no tenía genitales y su rostro por momentos cambiaba de ser masculino a femenino.
Sin saber qué hacer ante estas visiones seguí mirando estupefacto a la torre de carne, donde se hallaba  tal aberración de la naturaleza cósmica. Todo parecía un sueño macabro. Y atisbé detenidamente una luz roja que provenía de la torre, una luz que cada vez más y más estaba cerca de mí.
Careciente del control de mi cuerpo, sólo tuve que aguardar y recibir el impacto de la luz roja, que al acercarse pude darme cuenta que era una especie de flecha destellante de color bermellón.
Esta flecha de energía demoniaca impactó contra mi torso, logrando que despertara de aquella pesadilla.
En cuestión de segundos, aquellas visiones se esfumaron sin dificultad alguna. En tales momentos, me detuve un segundo y agradecí a Dios, de que todas las visiones esotéricas habían sido sólo un par de pesadillas.
Otra vez, podía estar disfrutando de los enormes parques rebalsados en júbilo, de mi mundo mortal y adecuado para la mente banal.
Pero aquella alegría se esfumó como lo habían hecho las visiones que fueron causadas por aquel óvalo blanco, que por cierto, había desaparecido. 
Porque cuando miré al horizonte, pude ver, nuevamente la torre de carne que era avizorada por unos cielos rojos, con demonios alados explorándolos. Y podía ver al ser con el rostro indeciso, llamándome nuevamente a sus aposentos con un movimiento de muñeca partida. 

“Muchas veces las cosas más divinas pueden ser la perdición de la divinidad”
D.F



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El óvalo blanco por Damian Fryderup se encuentra bajo una Licencia Creative Commons Atribución-SinDerivadas 3.0 Unported.
Basada en una obra en almascondenadas-df.blogspot.com.

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