martes, 15 de noviembre de 2011

El cóctel de mundos


    Nos dirigíamos hacia la ciudad después de un largo ejercicio a las piernas desgastadas; por tanto andar en bicicleta. Yo y mis dos fieles amigos, estábamos a tan sólo unos metros de la ciudad y decidimos recordar viejos tiempos, haciendo una carrera desde un punto inicial hasta la avenida principal.
    Nos detuvimos en medio de la carretera para iniciar la competencia que por cierto, esta ruta era asechada por vastos territorios inundados por bosques que hacían apreciar lo radiante de la naturaleza. Antes de empezar la carrera mi mente recordó que había un viejo atajo por el bosque, (y tomando tal camino, llegaría como una bala hasta la ciudad dejando en el olvido a mis dos cofrades).
    Bukan o más bien “Buk” (su nombre de pila), marcó la línea inicial de la carrera en el pavimento; con unas piedras que estaban a un costado de la carretera.
    Una vez que todos estábamos listos para la gran carrera, con las piernas en la posición exacta. “Lotahin” -mi otro incondicional amigo-, comenzó con la cuenta progresiva.
    -Uno…dos…tres…-al escuchar el número tres, mis piernas pedaleaban por sí mismas.
    El único objetivo en mi mente  era el de conseguir la victoria, me dispuse a tomar el atajo que estaba a tan sólo unos metros más de mi posición. Opté por el plan de rendición, dejando que ellos se alejaran y luego puse manos a la obra para cumplir mi meta-algo fraudulenta, pero efectiva-.
    Una vez que me adentré por aquel atajo me di cuenta por qué los antiguos de la ciudad lo llamaban:-“El camino de la tristeza”-. Por razones que desconozco este camino era muy extraño. A medida que lo transitaba se iba tornado cada vez más y más lúgubre. Sus árboles perdían su hermoso color verdoso, cambiándolo por un tono gris como las nubes que anunciaban una inevitable tormenta.
    Pero lo peor de esta situación era, que al mirar hacia mis espaldas no lograba ver el horizonte. Era como si al avanzar, todo lo que dejaba atrás desapareciera en abismos oscuros realmente fuertes para la vista trivial.
    Para mi despreciable suerte, me di cuenta, que esa oscuridad abismal no sólo devoraba todo mientras yo transitaba sino que lo hacía en cualquier espacio y tiempo conocido. Al percatarme de esto, saqué fuerzas escondidas y pedaleé lo más rápido que pude por aquel camino del infierno.
   A medida que lo transitaba, podía avistar unos bichejos en los árboles que asechaban mi persona. Unas pequeñas alimañas que tenían cara de barraco con colmillos del tamaño de un destornillador. Cuerpo de rata y cuatro alas plumíferas en sus espaldas. Pero lo que más me intrigó de aquellos diablillos fue, sus infinitos y pequeños ojos. Sin ser un buen calculador diría que tenían unos veinte ojos en sus rostros de cerdos tan contaminados como un cadáver pestilente, y tan enfermizos como un desquiciado proveniente de un hospital psiquiátrico.
    En aquellos momentos de sensaciones terroríficas contaba como única amiga a mi fiel y digna bicicleta.
    Mientras más pedaleaba, parecía que las sombras a mis espaldas más se enfurecían devorándolo todo vorazmente
    El camino parecía eterno -pero todo cambió cuando pude avistar aquel puente-, un puente hecho de huesos humanos, (como sería lo notorio de esto, que yo era un hombre que carecía de buena vista).
    La situación era más que obvia tenía que llegar hasta el puente para lograr despertar de mi pesadilla o mi condena.
    Una vez que enardecí mi marcha logré llegar con éxito y con todas mis preciadas extremidades hasta el puente óseo.
    Pero este puente no se encontraba solo en aquel lugar, y hacía notar su compañía, puesto que era custodiado por un ser bastante ominoso; algo muy común en aquel lugar. Un ser al que jamás había visto en toda mi vida, un ser que daba alergia a mis ojos color marrón, - al igual que las pequeñas criaturas de los árboles que me agazapaban en un principio-.
    Al ver  esta bestia me detuve y bajé de la bicicleta cerciorándome antes, de saber que las sombras no devoraban más la tierra a mis espaldas.
    Una vez que estaba cara a cara, con aquel monstruo. Pude verlo detenidamente y darme cuenta de lo horrible que era mi pesadilla. Este vigilante tenía sus ojos cosidos con hilos gruesos, su boca viperina y dos ganchos sobresalían de sus pómulos, mientras que goteaba sangre desde su cuero cabelludo. Era como si esta criatura ominosa estuviese cansada por algo, demostrándolo con su transpiración compuesta por sangre. Por otro lado su cuerpo era colosal, pero no porque fuese dueño de músculos protuberantes sino que este engendro era de lo más obeso que jamás hubiese visto en mi vida. Sus rollos de grasa le colgaban como aros en una oreja y su papada era realmente preocupante. Parecía que tenía cinco mentones en lugar de uno. Como si toda esta descripción fuese asquerosa, este gordo inmundo también tenía algo que hacía llamar la atención -sus piernas-, lo bastante asquerosas como para provocar nauseas. Eran muy delgadas y con una especie de hongos que cubrían toda su carne consumida. Lo que también cabe describir de este monstruo era que estaba desnudo mostrando todo lo que tenía que mostrar, algo que aumentó aún más el grado de aberración hacia tal engendro de los valles del azufre.
    Después de mirarnos mutuamente él, rompió el silencio sombrío e inquietante que azolaba aquel lugar.
    -¡Corre! ¡Corre! ¡Corre!-me decía trémulo y, con la voz bloqueada por tanta grasa en su garganta.
    -¡Espera!-exclamé-¿Por qué quieres que corra?
    -Porque si no, te atrapará. Y pasarás por lo mismo que yo.
    -¡Aguarda! ¿Qué es lo que ocurre?
    -Lo que ocurre es… que “él” no perdona a nada ni a nadie.
    -Puedes ser más explicito-le dije, en un tono de voz bastante duro como para ser escuchado por muchos espectadores.
    -En tiempos pasados yo, era como tú. Pero por perder el tiempo como tú lo estás haciendo “él” me deformó junto con el espacio tiempo y materia. De eso, es de lo que se encarga “él”.
    -Está bien, te creo ¿Pero qué es lo que debo hacer?-le pregunté con una duda real-¿Seguir por el puente?   
    -Sí, sigue por el puente-afirmó-¡Rápido está por llegar!
    Sin entrar en discusión con aquella bestia de la peste fui al puente de huesos y corrí lo más rápido que pude, dejando atrás a mi pobre y vetusta bicicleta que usaba para ejercitarme.
     Pero a medida que cruzaba por el extenso puente de restos óseos, por muy debajo de mí en las profundidades del precipicio me lanzaban flechas color negro. Y las esquivaba sin tener comprensión de ello. Al parecer, estas flechas se formaban con la oscuridad de los agujeros negros que se encontraban bajo el puente.
    Mientras seguía corriendo como un veloz corcel por aquel puente de la desolación, decidí, voltear un instante hacia mis espaldas y cuando lo hice pude ver algo que juro por mi vida, que provocó la defecación en mis pantalones.
    Hordas y hordas de todo tipo de engendros de la mano con sombras arrasadoras, me seguían enardecidos y eufóricos, con una sed de sangre muy notoria. Bestias de todo tipo de colores, aspectos y tamaños. Desde bebés con alas de escarabajos y ganchos de carne enfilados en sus espaldas, perros con tres ojos y piernas humanas fusionadas a sus espaldas, hombres obesos con las tripas al aire libre y con sus cabezas siendo portadas por sus manos. Hasta sombras oscuras que se combinaban con las espesuras, hombres arácnidos con tres cabezas y árboles caminantes. Que más bien tenían la forma de árboles miniatura, pero con la diferencia que estos tenían carne viva en algunas partes de sus cuerpos.
    Seguí corriendo con más rapidez sin que mis piernas me fallaran en momentos tan limitables, la adrenalina de mi cuerpo estaba por salirse de mis narices. Y en un mínimo transcurso del tiempo por fin, había logrado llegar hasta el final de aquel puente del fanatismo macabro.
    Una vez que traspasé la línea, que dividía el puente de las afueras mi vista se nubló por una especie de bruma y sentí el impacto de mi cabeza al azotar contra el suelo del bosque.
    Cuando logré despertar sentía como si hubiesen pasado cinco camiones por mi débil cuerpo. Tomando fuerzas ocultas, me puse de pie y noté muy rápidamente los rasguños en mi cuerpo. Luego encontré mi bicicleta a tan sólo unos metros, la cual estaba en compañía de mis fieles cofrades, que al verme se impresionaron de tal forma que Lotahin cayó tumbado al suelo.
    -¿Qué es lo que ocurre?-exclamé-¿A qué se debe tal asombro?-pregunté cuajado.
    Pero cuando les hice tal pregunta mis dos íntimos amigos se retiraron del lugar tomando sus bicicletas, y alejándose de manera presurosa como si hubiesen visto al mismo demonio en persona.
    Sin comprender la situación, pensé en lo más simple, -mi aspecto-. Seguramente estaba tan machucado y desfigurado que estos dos cobardes se asustaron. Y recordé que a tan sólo unos metros, pasaba un arroyo de aguas cristalinas como un frágil espejo.
    Una vez que llegué hasta él en cuestión de segundos mi vida cambió rotundamente; mi vida se había convertido en un calvario. Cuando me miré en las aguas puras del arroyo, me di cuenta que mi rostro juvenil había sido cambiado por un rostro deteriorado y anciano.
    Nunca supe lo que sucedió en aquel lugar, y siempre desconoceré tal anomalía del destino. Seguramente cuando encuentren esta nota, también encontrarán mi cuerpo.
Dado que decidí pinchar mis venas, con unas ramas que hallé bajo la copa de uno de los tantos árboles del bosque.

    -Pero dejo esta nota-, para algún viajero, y para advertirles que jamás tomen el viejo atajo por el bosque. Porque quizá puedan encontrarse con un cóctel de mundos y el trago a beber será la condena eterna.

 “El tiempo puede ser la peor desgracia de los hombres”
D.F

Licencia Creative Commons
El cóctel de mundos por Damian Fryderup se encuentra bajo una Licencia Creative Commons Atribución-SinDerivadas 3.0 Unported.
Basada en una obra en almascondenadas-df.blogspot.com.

No hay comentarios.:

Publicar un comentario