viernes, 1 de febrero de 2013

Mis amados seres


    Salía del trabajo, agotado, como era habitual y el pronto el día, sería sustituido por la lúgubre noche.

    Una vez que estaba en mi precario hogar, decidí picotear algo de la nevera, dado que mi esposa y pequeña hijita se encontraban durmiendo en sus camas.

    Eran extrañas las veces que comía con mis dos ángeles. Todo se debía a mi trabajo, que me obligaba a estar en ausencia a la hora de cenar.


   Después de comer un poco de algo blanco que se encontraba en un plato, me dirigí al baño para cepillarme los dientes. Una vez finalizado mi trabajo de higiene bucal, sin titubear me puse en trámite de acompañar a mi concubina que me esperaba como la bella durmiente en la acogedora cama matrimonial.

    Cuando me acosté, traté de ser lo más silencioso para no despertar a mi cónyuge. No alcancé a apoyar mi enorme cabeza cuando ya estaba combatiendo contra mis parpados para mantenerlos abiertos, porque quería leer un libro de terror llamado: “El camino de seda”, de un escritor de poco renombre, un tal Damian Fryderup.

    Luchando y luchando contra mis ganas indómitas por dormir logré acallar a los demonios oníricos, para poder leer el libro que tanto ansiaba por danzar con mi mente.

    Pero cuando estaba a punto de empezar con el primer capítulo sentí un ruido en el baño. Y me dirigí allí esperando encontrar un demonio proveniente del séptimo círculo del infierno para liarme a golpes con él.

    Una vez que llegué hasta el baño no logré encontrar nada, sólo pude avistar un peine que se había caído desde la parte superior del botiquín. Pero cuando estaba a punto de atravesar el marco de la puerta para  retirarme, nuevamente sentí un ruido y esta vez me encontraba en el lugar exacto para dar con el causante del sonido.

    Pero no pude encontrar nada, y por razones propias de un humano con nervios me dispuse a mirar mi rostro en el espejo postrado frente a mí. Cuando miré mi cara en el ominoso espejo del baño hallé una mancha de color negro en mi pómulo izquierdo. Era como si mi piel estuviese gangrenada.

    Traté de quitarme aquella mancha con jabón y no pude conseguirlo. Rendido ante tal situación decidí volver a la cama que tanto aguardaba mi presencia, pero cuando volteé para retirarme del baño me llevé un susto tan aberrante, que mi alma huyó sin dejar ningún tipo de aviso. El susto se debía a que tuve la visión más horrible -o al menos-, yo pensaba que era una visión. Lo que mis ojos estaban presenciando en aquellos momentos tan inquietantes era, a una mujer careciente de mandíbula (como si un demonio se hubiese aferrado a ella, para luego desprenderla del todo) y totalmente desnuda demostrando al mundo las incisiones protuberantes de su cuerpo y el desmembramiento de sus senos, que dejaban asomar  sus músculos. Una completa asquerosidad para cualquier hombre normal o con un poco de gustos adecuados a la estética. Sin dudas esta mujer era incapaz de lograr una erección en cualquier tipo de macho. El hombre que hubiese sido capaz de excitarse con tan abominación, pertenecía al sacerdocio del templo de la pestilencia.

    Una vez que logré apaciguar mis miedos más profundos con aquel ser ominoso, lo miré detenidamente y aguardé a que hiciera algo.

    Pasaron unos segundos, cuando por obras desconocidas del destino esta aberración de la naturaleza humana desapareció ante mi vista en forma de bruma roja.  Por otro lado mi preciada vista se iba deteriorando, como si estuviese cubierta por un veneno inundado en toxinas causantes de una ceguera inminente.

    Después de quedar ciego, sentí que caía tumbado al suelo y también pude sentir el golpe aberrante que dio mi enorme cabeza contra el sólido y húmedo piso del baño.

    Sin tener noción del tiempo desperté en un cuarto acallado de luz y realmente falto de higiene, ya que los tufos a desechos humanos eran captados por mi olfato a leguas.

    Una vez que me acomodé en aquel lugar, por primera vez alguien me habló.

    -Hola-me dijo una voz misteriosa.

    -Hola-le contesté.

    -¿Sabes por qué te encuentras en este lugar?

    -No.

    -Entonces escucha…

    Esta voz era suave y melancólica.

    -Estás aquí por un propósito muy importante-me dijo.

    -¿Y cuál es ese propósito?-le pregunté.

    -Tu mundo va a ser destruido y debes hacer algo para salvarlo.

    -¿Qué debo hacer?

    -Debes matar a dos acólitos del mal.

    -¡Espera!-exclamé-Yo no soy un héroe ni nada que se le parezca.

    -No te preocupes no debes luchar contra nadie-apaciguó mi pavor-sólo debes matar a dos engendros de la naturaleza.

    -¡Está bien!-exclamé-¡Acepto!

    -Que así sea…

    La voz proveniente de los rincones sombríos de aquel lugar se evaporó y desde el techo de aquella sala cayó un revólver de calibre grueso, como para abrir un enorme hueco en la cabeza de un hombre.

    Cuando el arma estaba tumbada en el suelo de aquel sitio, la voz nuevamente hizo notar su presencia dándome las instrucciones para convertirme en un salvador.

    -Toma el arma y luego se abrirá una puerta en frente a ti-me dijo.

    -Está bien-le respondí.

    Hice lo que me dijo, tomé el arma y luego una puerta se abrió ante mis narices.  Sin dudar mucho, me adentré en ella con escaso conocimiento del lugar hacia dónde me conduciría.

    Cuando entré por aquella puerta, lo primero que hurtó toda mi atención fueron dos pequeños bebés inocentes y ajenos ante cualquier peligro mundano.

   La voz, nuevamente se hizo escuchar dándome las instrucciones finales para salvar al mundo -como decía-.

    -Aquí tienes a los dos acólitos. Debes eliminarlos...

    -¿Qué?-exclamé-¿Cómo se te ocurre que mate a estos pobres bebés?

    -Debes hacerlo para salvar a tu mundo-me dijo.

    -Pero… esto está mal-le dije, sabiendo que si los mataba el remordimiento sería por toda la eternidad.

    -No, no está mal. Estos engendros demuestran una apariencia, pero en realidad esconden una maldad incontenible.

    Sin tener muchas opciones decidí hacer lo correcto o lo que yo pensaba que era correcto.

    -¡Está bien!-le dije, con un grito.

    Tomé con firmeza el arma y se la puse en la cabeza al primer bebé. Pensé unos segundos en mi acto violento y tiré del gatillo volándole  sus pequeños y mal formados sesos de criatura inocente, que se dispersaron por la sala formando masas viscosas y rojizas en el suelo. Cuando maté al primer bebé, su compañero no paraba de llorar con una fuerza atroz; los gritos de llanto del otro niño daban a entender la petición de piedad hacia mi persona. Estos llantos eran de lo más hirientes para mis oídos y de lo más punzantes para mi corazón.

   Pero debía hacer todo esto para poder salvar a mi mundo y para poder salvar a mis  dos únicos ángeles -que seguramente- se encontraban durmiendo en sus cálidas camas. Otra vez tomé con firmeza el revólver y le disparé al otro bebé, y no hubo excepción de que le volará la tapa de los sesos. La bala que se introdujo en su pequeño cráneo, acalló sus llantos que pedían piedad a toda costa.

    Después de esto pasaban por mi mente infinidades de pensamientos, como el de tomar el arma y volarme la cabeza como lo había hecho con aquellas inocentes criaturas.

    Luego de lo ocurrido emergieron llantos en aquella sala, que no eran de los bebés, sino que eran míos. No paraba de llorar por lo que había hecho y luego llamé a la voz que musitaba en las sombras.

    -¡Ya está! ¿Ahora estás conforme?

    -Sí. Estoy conforme…

    -¡Llévame de regreso a mi hogar!-le impuse con la furia que corría por mis venas.

    -Por supuesto…

    Cuando la voz me dijo esto, mis ojos se volvieron a deteriorar hasta alcanzar la ceguera por completo. Y nuevamente sin tener noción del tiempo desperté en mi casa, por fin había vuelto de aquella pesadilla.

    Lo que más ansiaba en aquellos momentos era poder abrazar a mis dos ángeles, y sin titubear me dirigí hacia la habitación de mi pequeña hijita para besarla hasta quedar baldo.

    Pero cuando llegué hasta la habitación de ella no la encontré, en aquellos momentos pensé inmediatamente que debía encontrarse con su madre; porque seguro había tenido una pesadilla.

    Y todo cambió cuando entré en mi habitación, puesto que no había rastro alguno de mis amadas mujeres, ni sus perfumes, ni sus sonidos, ni la inocencia que las identificaba.

    En aquellos momentos no sabía que pensar con exactitud y pensé lo peor. Con riveras de dudas eternas que fluían por las profundidades de mis más remotos pensamientos, irrumpió desde las sombras más etéreas la voz de la discordia apaciguando mis dudas y dando a conocer su verdadero rostro de  oscuridad.

    -¿Qué sucede?-me preguntó-¿No encuentras a tus dos ángeles?

    -No, no logro encontrarlas.

    -Pues eso se debe a una simple razón.

    -¿Y cuál es?-pregunté con  ingenuidad.

    -¿Recuerdas los dos bebés que matasteis?

    -Sí ¿Qué ocurre con eso?

    -Ocurre… que no deberías ser tan confiado y que deberías haber pensado bien en tus actos.

    -¡Explícate!

    -Esos dos bebés a los que matasteis eran… tus dos hermosos ángeles.

    -¿Qué?-exclamé.

    -Tú mismo las enterrasteis y no les disteis oportunidad a crecer, enviándolas a los abismos de la muerte.

    -No… puede… ser…

    -Eres como todos los humanos, un estulto que le dicen algo sobre salvar al mundo y se lo cree como un idiota.

    -¡No puede ser!

    -Pues así es ¡Adiós humano! Y la próxima vez que alguien te diga que salvarás al mundo, ten más cuidado.

  La voz se esfumó con una prolongada y macabra carcajada.

    Después de aquel día infernal jamás volví a ver a mis dos amadas mujeres y jamás volví a escuchar esa voz del demonio.

    Nunca sabré por qué me eligió y nunca sabré por qué efectuó tal castigo contra mí. Pero en de lo que  siempre estaré atento, es de no confiar en nadie. Y aseguraré por toda la eternidad que el maldito engendro que buscaba diversión conmigo, la consiguió de una manera exitosa -yo diría que de forma victoriosa-.

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