El día era hermoso, los pajarillos del bosque danzaban en los cielos anunciando el esplendor de la vida a raudales. Mientras que mis preciados canes de caza, hacían escuchar sus ladridos con una fuerza consumidora. Yo, por otro lado, me retiré de mi hogar dejando a mis dos pequeños pícaros, y a mi radiante mujer preparando una exquisitez de las que ella tenía muy buen conocimiento.
Indiscutiblemente no podía quejarme de mi vida, tenía una mujer hermosa, dos hijos divinos y un amigo al cual siempre podía dar la espalda, y jamás saldría apuñalado.
Mi casa quedaba situada en medio de un bosque, siempre me fascinó la vida cercana a la naturaleza y siempre fue mi mayor sueño; algo que logré cumplir con mucho esfuerzo.
Me encantaba salir a caminar mientras mi esposa cocinaba; y ese día tan esplendoroso, no hice excepción alguna de ello.
Tras caminar vagamente por el bosque decidí recostarme junto a una roca que estaba situada al lado de un arroyo; que hacía notar su pureza sirviendo como espejo para cualquier mortal.
Cuando mi cuerpo se amoldó al suelo inundado en tierra, no logré darme cuenta cuando todo cambió en cuestión de segundos.
No sabía si lo que ocurría era una visión o sí realmente todo estaba sucediendo.
Podía ver mi casa, con mi mujer y mis dos pequeñines riendo ajenos ante cualquier peligro mundano. Pero había un tercero y éste era mi mejor amigo, el cual se había encargado de tomar el papel de un asesino serial.
-Mi peor amigo, el mejor traidor-. Había sacado un revólver de su cinturón de cuero. Y con él, le había disparado a cada uno de mis ángeles. A mi mujer en la cabeza, reventándosela como si fuera una calabaza fétida sin solidez extrema. Pero lo más crudo para mi vista fue haber presenciado cómo le volaba los sesos a mis dos bebés de tan sólo seis y cinco años. Las balas que ingresaban por sus cabezas provocaban orificios de tamaños preocupantes y la sangre que fluía por sus rostros castigados, lo hacía a destajos.
El que fuera encargado de mostrarme tal visión, se había empedernido con que vea como mis dos niñitos quedaban con sus cabezas abiertas por los impactos de las balas.
Después de esta visión, tan degradante para mi alma, desperté con mi cuerpo rebalsado en sudor e inundado en angustia.
Sin titubear ante tal visión predicha por el destino o por quién fuese, me dirigí hacia mi hogar con la velocidad de un centauro, presuroso y raudo como el mismo viento.
Una vez que llegué hasta mi casa, pude ver tenuemente a través de la ventana frontal al maldito que yo consideraba mi mejor amigo; hablando con mi esposa como si nada fuese a ocurrir.
No dudé ante la situación y entré de forma salvaje a mi hogar. Y cuando lo hice, todos los habitantes del sitio de la masacre, voltearon hacia mi posición, con sus miradas atónitas como si hubiesen visto a un verdadero engendro de las fraguas del infierno.
Nadie realizó ningún tipo de sonido y yo, sólo miré al maldito asesino. Cuando de improviso llevó su mano derecha hacia su bolsillo izquierdo para tomar el instrumento quitador de vidas.
Mi mente, gobernando la situación en aquellos momentos ordenó a mi brazo derecho a extenderse y tomar un cuchillo cercano, que aguardaba en la mesa para ser el héroe de la situación.
No lo dudé, sólo lo hice, me lancé de la forma más inapropiada de una persona civilizada y lo apuñalé unas seis veces en su pecho, terminando con su vida de la forma más cruel y macabra. Enterrando el cuchillo en su boca y levantándolo lo más que pudiese para desgarrar y deformar cada camino anatómico que corría por su rostro.
Mi esposa quedó cuajada ante la situación y, mis dos pequeños hijos sólo hacían notar sus sonidos de llantos tan crueles para los oídos de un hombre falto de locura.
Por otro lado yo, quedé paralizado al ver lo que mis ojos jamás hubiesen querido avistar. Mi mejor amigo había sido asesinado por mi propia mano y sólo por querer sacar una carta de su bolsillo. En aquellos momentos lo único que transitaba por los caminos de mis pensamientos era, la aberración hacia mi persona por haber cometido tal acto de impulsividad.
Aquel mismo día la justicia me encerró, para luego darme la condena a perpetua, sin dudas, por haber cometido homicidio.
Ahora me encuentro en mi nuevo hogar “la cárcel”, ya he sido violado dos veces y tengo sida. Me enteré ya hace tiempo, que mi esposa se suicidó al mes de la muerte de mi amigo, que en realidad era su amante. Seguramente no soportó su muerte y decidió reunirse con él. Mis dos pequeños hijos que ya son grandes, no me han visitado nunca desde lo sucedido.
A veces pienso, solo, en las penumbras de la cárcel.- ¿Por qué me sucedió esto a mí? ¿Realmente fue una condenación por mis propios impulsos? ¿Pero la visión, qué es lo que significó realmente? ¿Es qué acaso el provocante de la premonición quería mi condena? ¿O simplemente quería que mi persona obtuviese algo de justicia por el engaño de mi esposa con mi mejor amigo?-.
Fuese lo que fuese, lo que quería el causante de mi visión, sin lugar a dudas el hijo de puta lo consiguió. Puesto que mi condena es eterna y mi justicia será recordada por generaciones.
“A veces, las personas vemos lo que nosotros queremos ver y no lo que verdaderamente es”
D.F
La fúnebre verdad por Damian Fryderup se encuentra bajo una Licencia Creative Commons Atribución-SinDerivadas 3.0 Unported.
Basada en una obra en almascondenadas-df.blogspot.com.
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