Cuando nos mudamos a casa de mi difunta tía “Ana”, presentía que algo iba a cambiar en mi vida, y que el colosal ejército de adicciones que se amoldaba en mí, por fin iba a ser derrotado satisfactoriamente por mi superación humana.
Los que nos mudamos éramos cuatro, mi hermana menor “Crisma”, mi hermano mayor “Rolo”, mi fiel esposa “Bella” y yo.
Una vez que nos asentamos, todo nos vino mejor que antes en aquel caserón antiguo; o al menos eso era lo que pensábamos. Siempre tuvimos una buena convivencia entre los cuatro; una convivencia de beatos.
Algunos pensarán que vivir con tu esposa y dos hermanos es algo bastante inapropiado para la privacidad de una pareja- pues no-, en mi caso no lo era. Puesto que mi hermano mayor sentía un profundo cariño hacia Bella. Por otro lado, mi hermanita sólo la aceptaba y no demostraba queja alguna en el asunto.
Pasaron los jubilosos días cargados con copas de pureza y alegría, dado que estábamos en plena primavera. La estación de la que se adueñaban los pajarillos, que no paraban un instante en dar a conocer sus divinas canciones. Una de mis estaciones favoritas-por cierto- donde las flores demuestran todo su esplendor al máximo y donde los amores surgen o renacen. En mi caso, quería hacer renacer mi amor con Bella ya que desde el viaje no habíamos tenido intimidad (algo a lo que estábamos muy acostumbrados).
Pero antes de llenar de mariposas mi alma con su hermoso y escultural cuerpo decidí, buscar entre unas cajas viejas y polvorientas, un retrato del que hablaba frecuentemente papá. Este retrato pertenecía a la difunta tía Ana. Según papá, en el retrato se podía apreciar lo bella que era nuestra tía en su plena y viva juventud.
Después de una minuciosa búsqueda en el segundo piso, logré encontrar el famoso retrato del que tanto alardeaba papá. Y sin dudas tenía razón, porque tía Ana se veía realmente radiante. Si no hubiese sido mi pariente y si hubiese sido de mi misma edad, no habría perdido tiempo alguno en acortejarla, ofreciéndome como su primer pretendiente.
En el transcurso de mi exitosa búsqueda, el tiempo no había perdonado a nadie y ya era de noche. La hora indiscutible de ir a recomponer energías, con una suculenta comida que era más que seguro que estaba en la mesa de la sala principal; en el primer piso.
Cuando llegué hasta la mesa no encontré a nadie, ni Bella, ni Rolo, ni Crisma. Como si la tierra se los hubiese tragado y jamás los hubiese digerido.
Desconcertado por la ausencia de todos, me dirigí al refrigerador para picar algo y engañar a mi estómago. Algo que logré con éxito. Luego me dispuse a buscar a todos mis cercanos, como un constructor de familias dispersas.
Subí al segundo piso y me dirigí sin control alguno de mi cuerpo hasta mi habitación, para encontrar a mi queridísima Bella,-mi hermosa mujer, mi divina y fiel señora-.
Pero cuando llegué hasta la habitación mis ojos vieron lo más repugnante y traicionero que jamás hubiesen querido avistar. Era mi fiel esposa con mi único y despreciable hermano. En pleno acto sexual, transpirados como cerdos y con los ojos dados vuelta por tanto placer.
Cuando me vieron se taparon, y dijeron lo más insulso que había escuchado en toda mi puta vida.
-¡No, es lo que tú piensas!-dijo mi querido hermano mayor; el ejemplo de la traición, el primogénito.
-Es cierto…-afirmó mi infiel y arpía esposa.
Y al ver y escuchar esto no les dije nada y sólo me retiré del lugar como un perro con el rabo entre las piernas.
Después de lo vivido tenía que tomar un poco de aire puro de las afueras. Me retiré de la casa de la discordia, tomé el auto y me dirigí al bar más cercano donde conocí a una ramera de la zona y descargué toda mi furia con ella.
Después de todo lo mal vivido llegué a mi casa, aproximadamente a las tres de la madrugada. Con una borrachera considerable y con una furia extrema que anidaba en mis entrañas. Decidí acostarme en el sofá. Pero cuando estaba a punto de sentarme en su suave tapizado, escuché la única voz en toda aquella maldita casa. Una voz que provenía del segundo piso, una voz a la que nunca hubiese querido oír.
-Andrón… Andrón… Andrón…-se escuchaban los susurros angelicales y suaves ante los oídos humanos.
Por una curiosidad realmente humana, decidí ir al segundo piso y averiguar quién era el dueño o dueña de esta voz.
Una vez que logré subir las eternas escaleras que conducían al segundo piso, la voz siguió musitando para guiarme hasta su ubicación. Y en un corto espacio del tiempo pude darme cuenta de dónde provenía. Pero algo en mi mente adecuada a lo cordial me decía que esto no podía ser cierto. Y con un elevado grado de pavor me dirigí hasta las cajas donde estaba el retrato de tía Ana; la cual era dueña de la voz.
-Pero… esto, no puede ser cierto-le dije al retrato; sin dudas lo vivido era una locura. Muchas veces pasó por mi mente que todo esto era efecto del alcohol, pero después me di cuenta que no era así.
-Hola, querido mío-me dijo el retrato.
Este retrato demostraba unos signos de viveza aterradora, era como un ser carnal sólo que atrapado dentro de un cuadro. Tía Ana demostraba a leguas gestos exactos de un humano banal, a diferencia que su rostro era más pálido al de un mortal. Era como si ella jamás se hubiese ido y como si siempre hubiese estado atrapada en aquella pintura.
-Hola, tía-le contesté, amablemente y con mucho temor.
-Veo… que tienes muchas penas.
-Pues no sólo lo ves, sino que realmente tengo muchas penas-le dije.
-¿Quizá… yo pueda ayudarte?-me dijo, con un tono de voz cargado de picardía.
-No, lo creo tía-le dije desganado-Lo que he sufrido, no tiene cabida a ninguna ayuda.
-Pues al no saber con exactitud qué es lo que has sufrido, entonces… ¿cómo sabré si puedo ayudarte?-aportó con razón, propia a su argumento.
-¡Está bien!-exclamé-Lo que sucedió fue…bueno…encontré a mi esposa con Rolo.
-Vaya… esto sí que es algo triste-trató de consolarme.
-Pues sí.
-¿Quieres que te ayude?-me preguntó con un tono de voz extraño.
-Por supuesto-le contesté, sabiendo que lo mío no tenía solución o al menos desde mi punto de vista.
-Entonces… te ayudaré- dijo-Mañana amanecerás encontrando una gran sorpresa, una sorpresa radiante, despampánate e inimaginable.
-Está bien…confío en ti-le dije, reacio a que pueda solucionar mi problema.
Una vez que quedamos en acuerdo con mi tía o más bien con su retrato, volví a mi objetivo principal. Ir al sofá y pegar los ojos hasta el otro día; que sólo anhelaba que sea mejor al vivido.
Los pajarillos me despertaron con sus cantillos, en el radiante día sábado. Pero si hubo algo que llamó toda mi preciada atención en aquella mañana fue, el no haber visto a mi hermana preparando el desayuno dado que esto era costumbre en ella.
Pasaron unos minutos después de que me estirara como los felinos y de que bostezara vagamente.
Sin acordarme por efecto de la borrachera, de ninguna toma de la película de la noche anterior me dirigí al baño a lavarme y a despedir todos los desperdicios de mi cuerpo, que rebalsaba en fortaleza.
Una vez que llegué al enorme baño que se encontraba en el segundo piso, (como casi todos los lugares de la casa) lavé mi lagañoso rostro y cepillé mis careados dientes. Pero en ese ínterin los recuerdos de la noche anterior, habían vuelto como si alguien me hubiese dado un golpe en la cabeza. Recuerdos que me incitaban a averiguar cuál había sido la solución del retrato de tía Ana, ante mis notables problemas.
La primera persona a la que fui a visitar fue a mi hermanita menor. Cuando llegué a su habitación propicié unos tres golpecillos en la puerta antes de entrar, porque le molestaba mucho mi presencia en su cuarto; siempre era mejor avisar de mi llegada.
Pero tras tocar vagamente sin rumbo alguno por las corrientes sónicas, nadie atendió a la puerta. Sin titubear la abrí irrumpiendo en su cuarto. Y cuando ingresé a la habitación vi lo más aterrador y morboso que jamás había visto en mi asquerosa vida. Era mi hermana menor ensartada con clavos ferroviarios contra la pared, en posición de crucifixión completamente desnuda con tres estacas apuñalando su vagina y dejando que la sangre fluyera de su genital corrompido. Los pechos desgarrados con los pezones pendiendo de un hilo de piel, ojos y boca cosidos a la perfección impidiendo la vista por la eternidad y obstruyendo todo tipo de alimento. Y su cuerpo pálido y virginal tenía precisas incisiones que formaban inscripciones paganas e intimidantes de las cuales desconocía totalmente. Inscripciones en un idioma, al parecer lo bastante extraño y desconocido por la humanidad.
Después de llorar un considerable momento, sollocé y salí de la habitación que demostraba el lado más oscuro de la muerte y de la ayuda del retrato.
Al ver esto me imaginé que es lo que les había tocado a mis verdaderos traidores. Lo que no comprendía aún, era el por qué de la muerte de mi preciada hermana. Además tenía mucho miedo por aquel retrato del demonio. Que sin dudas, tenía una forma muy aterradora de solucionar los problemas
Cuando abrí la puerta de la habitación de Bella los encontré -a ellos- asesinados, torturados, ultrajados, de forma macabra y sádica para la mente de un humano.
Bella estaba con un palo ensartado en su vagina el cual hacía notar su otra extremidad saliendo de su enorme boca que lo tragaba todo. Le faltaba el cuero cabelludo, no tenía sus hermosos ojos negros y tenía incrustadas en cada oído palancas de metal. Pero lo que más hurtó mi atención fue lo que tenía escrito en sus senos, algo que decía lo siguiente:
“SOY UNA PUTA, ME ENCANTAN LAS PIJAS ENORMES”
Esto, no mentía por ninguna razón. A veces pensaba que todo lo sucedido se lo tenía bien merecido y que mi persona tenía un cierto grado de goce en tal situación.
Pero aún faltaba otra de las víctimas o condenados, una persona de lo más despreciable e inmunda. Una ser capaz de engañar a su propia sangre; del cual era mejor alejarse que acercarse.
Mi excelso hermano “el primogénito” no se había escapado del trágico castigo por parte del retrato. Él estaba a tan sólo un cuerpo de Bella y de la peor manera se encontraba sin signos de vida.
Rolo carecía de sus extremidades, las cuales estaban clavadas en las paredes del cuarto con unos clavos de tamaño considerable. Por otro lado, tenía estacas introducidas en su carne que enfilaban desde su cuello hasta su pene. Como si todo esto no hubiese sido suficiente, sus ojos estaban salidos hacia afuera, sus oídos estaban rasgados y su boca faltante de sus tan preciados labios; los cuales usaba para besar a mi difunta mujer.
Después de ver las torturas que habían sufrido mis seres cercanos, que alguna vez fueron queridos. Me decidí ir en busca del truculento retrato de tía Ana.
Una vez que llegué hasta mi objetivo abrí la caja de cartón donde estaba el tan anhelado retrato y lo tomé, en un movimiento de tal rapidez que mi alma no lo notó.
Tía Ana se encontraba firme, fusionada al retrato, llorando como nunca. Pareciendo una verdadera chiquilla remilgada. Pero lo que realmente me dejó cuajado, no fue el haber visto llorar al retrato,-sino lo que lloraba el retrato-. No eran lágrimas comunes, eran lágrimas de sangre; tan roja como los ríos del infierno.
Esta imagen me causaba un cierto y considerable grado de terror, tristeza, angustia y hasta furia. No lograba comprender qué era lo sentido en aquellos momentos; tan torturadores para mi existir.
El retrato seguía impetuoso en su posición, sin dejar de llorar. Y en su momento de pena eterna decidí hacerle una pregunta que atormentaba mi ser a cada minuto que pasaba.
-¡Ana!-exclamé, para hacer que vuelva en sí; algo que resultó con mucho éxito.
-¿Qué quieres Andrón?-me preguntó después de sollozar.
-Sólo quiero saber… ¿Por qué matasteis a Crisma?
-Porque ella también era una pecadora-me contestó con mucha confianza de sí misma.
-¿Y cuál fue, el pecado que cometió hacia mi persona?-le pregunté, atónito.
-Cuando tu hermano y tu mujer, te engañaban ella lo sabía todo. Sólo que callaba, porque estos dos le pagaban un dinerillo-contestó a mi gran pregunta.
Sin dudas todos mis seres queridos eran unas verdaderas mierdas humanas. Personas de lo más despreciables y traicioneras, que se vendían al mejor postor o al que tenga el pene más grande, (en el caso de mi mujer).
-Esto, no es una pesadilla-dudé en aquel momento-¿Verdad?
-No, todo es real-apaciguó mi alma.
-¿Sabes qué tía?
-¿Qué hijo?
-Eres la única persona o más bien el único ser, del que puedo fiarme y del que nunca me separaré-le dije, con toda la franqueza del mundo.
-Gracias… mi amor, tus palabras me han aliviado. De tal forma que estoy lista para solucionar tus otros, tan inquietantes problemas ¿Acaso lo deseas?-el retrato de tía Ana me volvió hacer la misma pregunta de un principio. Y yo volví a contestarle con mucho entusiasmo.
-Hay un hombre… un tal “Boldín”-le dije-Es el dueño de un restaurante de las cercanías. Me encantaría que me ayudaras con este tipo.
Mi conocimiento era voraz, respecto a cuál sería la ayuda que iba a recibir nuevamente de parte del retrato. Y decidí junto a tía Ana, convertirme en un castigador etéreo de mis enemigos hasta el fin de mi vida o hasta el principio de la eternidad
Lágrimas de sangre por Damian Fryderup se encuentra bajo una Licencia Creative Commons Atribución-SinDerivadas 3.0 Unported.
Basada en una obra en almascondenadas-df.blogspot.com.
cuaticoooo.....
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