jueves, 22 de septiembre de 2011

Memorias de un hombre




Sentía, que algo faltaba en mi ser

Sentía, que mi carne se desgarraba poco a poco
Sentía, el castigo más severo hacia mi alma y mi cuerpo
El de no sentir amor…

    Muchas veces pensé que era un hombre libre, sin esas horribles cadenas que atormentan a cualquier cristiano, cuando les faltaba parte de su cuerpo u alma.
    Mi hogar de toda la vida había sido en uno de esos pueblos cordilleranos, donde el paisaje del horizonte se encargaba de alegrar todo lo que estaba a su alrededor. Algo que nunca me había llenado de júbilo. Sin dudas mi pobre y deteriorado cuerpo necesitaba otro tipo de emociones.
    La emoción que ansiaba correr por los largos caminos de mi alma era, indiscutiblemente la del amor. Jamás en mi vida había sentido amor, porque jamás había sido amado.
    Desde temprana edad mis padres me daban unas considerables golpizas, que me dejaban sin caminar por unos días. Siempre me decían que yo había sido la desgracia de la familia-¡Tú fuisteis un error! ¡El condón estaba pinchado!  ¡No eres un niño, eres un pedazo de excremento!-Tales eran la alabanzas de mis padres que me impulsaron a irme de mi hogar a una prematura edad.
    Por otro lado a mi hermanita menor, le alababan todos los santos días de la semana. Como si fuera uno de esos muebles suntuosos de algún caserón anticuario.
    Jamás comprendí el odio de mis padres hacia mi persona, pero eso, ya es cosa del pasado y se esfumó como la niebla de todas las mañanas.
    Con mi hermosa infancia inundada en horror, decidí escaparme de mi casa y valerme por mí mismo. Algo que me hizo muy duro en esta puta vida. Algo que me convirtió en lo que soy; un ser despreciable. Un ser del que sería más propicio desconocer que conocer.
    Pero al convertirme en tal ser, también logré llenar el profundo vacio que llevaba en mi corazón. Un vacio de amor, un vacio que reemplacé con la mejor sensación de la vida:-la de matar-.
    Iba recorriendo cada rincón del pueblo, para encontrar a mis preciadas víctimas. Era tan reconfortante la sensación de matar gente, que siempre le pedía con mucha vehemencia a mi único amigo-Dios- que me trajera una nueva víctima para deleitarme con su sangre.
    Por lo general, me encantaba matar niños o ancianos. Pero nunca le hacía desprecio a ningún mortal, las mujeres y hombres de edad promedio eran bienvenidos a mi lista de sangre, sin mencionar a los adolecentes ingenuos ante todo.
    Pero un día todo cambió, la rueda del destino se disgustó conmigo y dio un giro considerable.
    Era de noche, la luna estaba cubierta por hermosas nubes negras como las mismas sombras que intentaban danzar con las estrellas al sonido de ritos paganos. Noches así eran las que más me agradaban; todo era propicio para cometer un divino asesinato.
    Yo me encontraba por la esquina de un mercado que estaba por cerrar sus puertas al público, esperando al acecho a una sabrosa víctima.
    Pero todo cambió en cuestión de segundos cuando la vi a ella, una mujer de pelo negro y ojos celestes como los mismos cielos. Con un cuerpo escultural, casi  dibujado a mano por algún dios.
    En un acto de sensaciones impulsivas decidí entrar al súper, siguiendo a la radiante mujer para poder apreciarla como se lo merecía. Mujer, que irradiaba su belleza hacia todas las direcciones. Mujer, que ponía ante sus pies a cualquier macho enardecido por la testosterona.
    Al parecer esta musa divina era la dueña del súper, que aguardaba la retirada de todos los empleados hacia sus hogares.
    Mientras que yo apreciaba a tal mujer una cajera me dijo, en un tono fuerte y con mucha impaciencia; cansada por un largo día de labor.
    -¡Señor ya está cerrado!-me gritó.
    No le contesté, sólo le hice un juego de miradas amedrentadoras y esta se atemorizó tanto que fue a darle la alarma como una perra faldera a su jefa.
    Permanecí en mi posición sin flaquear, sólo aguardando a mi hermosa doncella de la oscuridad. En tan sólo un leve espacio del tiempo, la mujer angelical apareció ante mi persona y parló.
    -Señor… ¿qué es lo que desea?-su voz no era la de una mujer, sino que era la de un ángel.
    -Nada… sólo quería apreciar a una mujer tan bella como usted-se lo había dicho, no lo podía creer, le había dicho eso a tal musa. Pero cuando lo hice a pesar de tener un oscuro y amedrentador ser, lo hice con voz trémula. Algo de lo que ella se había percatado y algo que le gustó mucho, yo diría que demasiado.
    -Gracias por el cumplido-me dijo con voz engatusadora-Si quieres, puedes esperar a que se vayan todos, así podremos charlar con más privacidad.
    -Pues… claro-le seguí el juego.
    Pasaron unos segundos y todos los empleados se habían retirado del lugar, para volver a sus dignos hogares.
    Ahora, por fin había tiempo para mí y para la mujer angelical. Después de un intercambio de palabras, nos conocimos muy profundamente y créanme que jamás en mi vida me había sentido tan bien sin haber visto una gota de sangre.
    Nunca le comenté de mi hermoso pasatiempo. Y ella por alguna razón tampoco hablaba de sus tiempos libres. Algo que llamó mucho mi atención.
    Cuando parloteamos lo suficiente, se entregó fácilmente ante mí. Y sin dar muchas explicaciones nos tiramos al suelo y nos dejamos llevar como dos animales en celo. Una vez llegamos al coito de placer, yo, me quedé acostado en el frío y húmedo suelo, por otro lado ella me dijo que me tenía una sorpresa. Y se retiró hacia unas estanterías, dejando su atrapante aroma de hembra divina.
    Cuando me habló de sorpresa, sin dudas era una “sorpresa”. Puesto que emergió desde las estanterías del mercado con un revólver de un calibre considerable y me disparó tres veces. Uno de los balazos fue al pecho, otro en una pierna y el que cambió rotundamente mi vida fue a la cabeza.
    Después de aquel hermoso día jamás volví a matar gente. Ella, por otro lado, pensó que yo había muerto y se suicidó poniendo el mismo revólver con el que me disparó, en su boca. Revólver que le voló todos sus divinos sesos.
    Jamás comprendí por qué lo hizo, seguramente tenía sus propias razones como yo tenía las mías. Pero de lo que sí estaré siempre seguro es qué toda la maldad que irradiaba hacia la sociedad me volvió, como si fuera un boomerang cargado de almas pérdidas y atormentadas haciendo justicia contra mi ser.
    En momentos actuales, me encuentro internado en un hospital de la zona (aún tratando de pensar como sobreviví ante un disparo en la cabeza). Con un castigo lo bastante apropiado hacia mi persona. Estoy en estado corporal muerto, tan sólo puedo mover unos dedos de mi mano izquierda y usar mi cerebro para pensar.
Y gracias a ello pude escribir esta nota. Sin olvidar la incondicional ayuda de mi radiante enfermera. Que por lo visto, ansía seguir mis tiernos planes por mucho tiempo, con una sed de sangre mucha más indómita que la mía.


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Memorias de un hombre por Damian Fryderup se encuentra bajo una Licencia Creative Commons Atribución-SinDerivadas 3.0 Unported.
Basada en una obra en almascondenadas-df.blogspot.com.

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