viernes, 31 de agosto de 2012

El acólito de la aberración


    
    Todo empezó cuando llegué a aquel lugar de mala muerte, un pueblo donde escaseaba el gentío en las calles y donde los abismos de la soledad gobernaban sin ser derrocados.
    Tenía que atravesar aquel sitio con mi automóvil, para lograr llegar hasta mi destino final. Viajaba solo, hacia casa de mis tíos que se encontraba cruzando el pueblo en el que me hallaba.
    Pero por obras macabras del destino mi auto se estancó en la nieve y no hubo forma alguna de lograr moverlo. Lo único que me quedaba por hacer era hospedarme en algún hotel pueblerino, -que era más que seguro- que no existía ninguno en tal lugar.
    Una vez que bajé del coche, emprendí viaje en busca de refugio. Luchando contra las terribles ventiscas de nieve, que azotaban una y otra vez contra mi rostro, como si se hubiesen puesto en complot para congelarlo.
    Caminado vagamente por el pueblo, logré encontrar una especie de casa para forasteros. Me di cuenta de esto porque su nombre lo decía sin vergüenza. Sin dudas, los habitantes de este pueblo no se gastaban mucho en los nombres para sitios de huéspedes -ni mucho menos-, en promulgar la industria del turismo, puesto que sus anuncios eran realmente vacíos.

“CASA PARA FORASTEROS”

    Sin titubear me adentré en aquella casa,-de proporciones ciclópeas-. Una vez que estaba en el interior, logré avistar a la primera persona en todo aquel pueblo, que se hallaba tras un mostrador de atención al público. Esta persona carecía de vista y no tenía rostro de hacer buenos amigos, era un hombre gordo, sucio y deteriorado. Pero lo que más arrebató mi atención hacia aquel burdo ser fue, un tatuaje que tenía en su cuello, ya que su tamaño era lo bastante grande como para cubrir semejante parte anatómica de aquel grotesco hombre.
    Para hacer notar mi presencia, rompí el vacuo silencio en aquella casa anticuaria de hospedaje.
    -Hola-dije, en un tono lo bastante fuerte como para llamar su atención.
    El hombre no contestaba; como si le hubiesen comido la lengua. Pero no solía rendirme tal fácilmente.
    -¡Hola!-esta vez grité.
    Otra vez, nada. Este hombre, ocultaba algo realmente oscuro y tenebroso. Además cuando le hablé me dio la espalda de una manera tan grosera, que me irrité.
    Al darme cuenta que no podía lograr oírme, me acerqué hacia su posición y cuando estaba a punto de tocar su hombro, este demoniaco ser se me adelantó, mostrándome su verdadero rostro. Era como si en el instante en el que había volteado, su rostro se manifestaba de otra forma.
    Forma que mostraba lo más horrible de un humano. Aquella persona tenía un rostro que remplazaba los dientes comunes, por unos amedrentadores colmillos a los que jamás había visto en mi austera vida. Este hombre tenía cara simiesca, con ojos color blanco como la misma nieve de las afueras y piel tan seca que parecía estar completamente deshidratado.
    Cuando mis ojos presenciaron aquella cosa anti natural, rompí el silencio con un fuerte grito. Y esta bestia, batallando todo límite de espacio, materia y tiempo, desapareció esfumándose en las etéreas sombras de aquel caserón antiguo, -como si de humo se tratase-.
    En aquellos momentos había llegado a comprender que estaba totalmente desquiciado. Pero todo cambió cuando escuché una voz que provenía del segundo piso. Una voz a la que seguí con un cierto grado de hipnotización.
    Subiendo las traicioneras escaleras de aquella casa antigua, logré llegar hasta el segundo piso. Y sin perder el tiempo, seguí la voz tan extraña y a la vez tan apaciguadora.
    -Ven…ven…
    La voz musitaba sin control.
    -Ven, hijo de la luna… Ven hijo del sol…
    Una vez que mis oídos lograron captar los sonidos provenientes de aquella voz. Logré encontrar el cuarto de la discordia. Esta habitación tenía una puerta lo bastante vetusta como para caerse sola, además poseía unas escrituras lo suficientemente ominosas como para que la situación se tornase macabra. Eran escrituras -o más bien-, símbolos que al mirarlos detenidamente mi piel se ponía como la de una gallina, y los eternos escalofríos que surgían desde mis entrañas, no hacían ausencia en la situación.
   Cuando abrí aquella maltratada puerta, pude ver quién era el dueño de la voz. Éste, era un hombre con un tono de piel pálida, ojos color azul y cabellos oscuros como las mismas sombras que danzaban por los rincones de aquel lugar. Pero no estaba solo, a su lado había una mujer que sólo tenía un diente y que hacía notar su cabello lacio de color bermellón; sin olvidar sus exóticos ojos color amarillo. También existía un tercero y éste era un hombre obeso que no podía ponerse en pie, el cual hacía notar una especie de castigo en su cuerpo de la inmundicia. Pero lo que quitó gran parte de mi valentía al ver a aquel hombre de peso pesado era, que tenía su boca desgarrada y tan sólo hacía notar un ojo en su rostro pestilente, -inundado en pelos- parecidos a los de un cerdo.
    Mientras estaba viéndolos pasmadamente casi a punto de que la baba saliese por mi boca, la mujer fue la primera en iniciar la conversación que me traería muchas conveniencias en un futuro o que en vez de eso, traería mi verdadera perdición.
    -Hola, querido-me dijo.
    -Hola-le contesté amablemente.
    -Sabemos, que tienes un altercado.
    -¿En serio?
    -Tu auto se ha quedado inmóvil por las grandes barreras de nieve.
    -¿Eres adivina mujer?-le pregunté, con sarcasmo.
    Gesticuló, dibujando una pequeña risita en su rostro; que indiscutiblemente carecía de belleza.
    -Soy más que eso. Y…  puedo ayudarte mucho más de lo que te imaginas.
    -¿Y cómo podrías?-pregunté.
    -Sólo debes hacer un trabajo, para nosotros tres-me dijo-Y créeme, que serás recompensado.
   -Pues dime…
   -Debes matar a un huésped de este hotel. Una vez que lo hagas, ensarta este objeto en su cuerpo y tráelo de vuelta a nuestras manos.
    -Pero, eso me convertiría en un asesino-le dije, exaltado.
    -No, ese hombre es un violador pedófilo. Matar a una peste de tal calaña no es asesinato-me dijo, tratando de aliviarme.
    -Está bien, todo sea por la recompensa y por la justicia.
   -La habitación es… “la número dos”-me informó.
    -Comprendido.
    Esta mujer me entregó aquel objeto tan extravagante, que tenía forma de una jeringa sólo que ésta era de oro y, con unos signos grabados realmente extraños para la mente de un humano trivial. Mientras que ella me daba el objeto, sus dos compañeros de cuarto permanecían inmóviles, con sus rostros amedrentando los aires del lugar.
   Salí del cuarto e inicié mi búsqueda de la habitación número dos. En un periquete logré dar con ella, y allí estaba durmiendo el maldito condenado, el hombre que no era hombre, el violador pedófilo o al menos así lo etiquetaban los tres seres que me habían prometido la mejor recompensa.
    En aquella habitación había una mesa de luz y sólo por razones que conocía el destino, había un revólver. Sin pensar mucho cual iba a ser el arma del homicidio, tomé el revólver y le disparé tres veces en la cabeza al violador. Este tipo se hallaba boca arriba. Su rostro parecía colador con los huecos que le había hecho. Las tres balas no se dirigieron precisamente al mismo lugar. Una impactó en su ojo derecho haciéndolo estallar por completo. Otra en su nariz, borrándola del mapa anatómico y la última se introdujo por su boca para luego salir despedida creando otro orificio en la parte trasera de su cabeza. La sangre no paraba de fluir por las blancas sabanas de la cama, formando ríos rojizos tras la nuca del condenado.
    Después de matarlo hice lo que me habían pedido los extraños del cuarto. Ensarté aquella especie de jeringa y ésta empezó a succionar la sangre del difunto, como si fuese una sanguijuela que no había bebido durante años.
    Una vez finalizado el trabajo fúnebre, con la herramienta vampírica, en cuestión de segundos volví hasta donde estaban los seres extraños que me habían prometido una colosal recompensa.
    Cuando estaba nuevamente frente a frente con ellos, le dije a la mujer horrenda.
    -Tarea, realizada.
    -Muy bien…
    Le di la jeringa, de la cual desconocía totalmente su uso final y la mujer me dijo:
    -Realmente, has cumplido a la perfección con tu trabajo.
    -Gracias… ¿pero dónde está mi recompensa?-le pregunté, impaciente.
    -Oh… Que descuido, el mío. Sólo cierra tus ojos y la recompensa será infinita.
    Hice a la par de la letra lo que me pidió, cerré mis ojos y en cuestión de segundos noté algo diferente en el aire. Noté como si estuviese flotando y en un intento de abrir mis ojos, no pude.
    Pasaron unos minutos-calculo-Y desperté en un lugar al que jamás había visto en toda mi vida. No estaba en Egipto, no estaba en Grecia, no estaba en Argentina, no estaba en Inglaterra. Me encontraba, en un mundo esotérico y tenebroso.
    Un mundo donde la vegetación estaba compuesta por carne humana. Un sitio donde los seres que lo habitaban carecían de belleza. Un mundo donde el aire era tan turbio que por poco no se podía respirar. Un lugar donde la peste era algo divino. Un mundo donde la imaginación de los humanos era puesta a prueba.
    Sin entender nada sobre la situación, exploré aquel despreciable lugar del cosmos. Y sin encontrar respuestas decidí informarme con alguno de los seres que habitaban el planeta de la putrefacción. Pero por más que lo intentaba, estos engendros no contestaban -era como si yo no existiese-. Como si fuese un espectro vagabundo en un territorio demoniaco.
    En una situación desesperada, arrojé gritos hacia todas las direcciones para lograr dar con los tres malditos que me habían conducido hasta aquel lugar.

    El tiempo pasó, y vagué por toda la eternidad, sin ser escuchado ni comprendido por ninguna de las criaturas de aquel horripilante sitio.
    -A veces-, me preguntaba a mí mismo, si el hombre al que había matado era realmente un pedófilo, o si sólo era un simple mortal. O hasta un elegido del rey de reyes.
    Con el tiempo pude darme cuenta, que mi recompensa era todo lo que estaba viviendo.
     Una recompensa que consistía en vagar por los sinfines del tiempo. Un premio por toda la eternidad, de estar en aquel espacio equivocado, sin respirar, sin sentir, y viviendo sólo con el sufrimiento que me llevaría a la eterna locura o la salvación divina que aguardaba mi alma.
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El acólito de la aberración por Damian Fryderup se encuentra bajo una Licencia Creative Commons Atribución-NoComercial 3.0 Unported.
Basada en una obra en almascondenadas-df.blogspot.com.ar.

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