lunes, 3 de diciembre de 2012

Camino hacia Lanter Fhin


    
    El alcohol en mi sangre ya me estaba provocando una severa jaqueca. Había bebido demasiado y por razones inconclusas sabía que no podía partir a la carretera y viajar hasta mi paradero final. Intenté levantarme de la banquilla que estaba junto a la barra del bar, pero no tenía estabilidad. Cuando traté de incorporarme, la mesera me tomó de un brazo y me habló.
    -¿Se encuentra bien?-me preguntó, de manera ingenua.
   No le contesté, no podía hablar, todo me daba vueltas era como si la tierra estuviere girando sobre mi cabeza. Las náuseas incrementaban y nada podía hacer para pasar aquella borrachera. Sólo me dispuse a pedir una habitación en el hotel contiguo al bar en el que me hallaba.
  Quité la mano de la mesera con desprecio y esto la hizo sentir mal, pero era algo necesario dado que imposibilitaba mi transitar hacia las afueras de aquel bar de mala muerte. Sabía que debía entregar la carga en tiempo, pero aún me faltaban dos días.
    Por razones que desconozco por completo, tenía alucinaciones en el trayecto hacía el hotel. Veía un perro maltratado y negro, lleno de parásitos exteriores devorando su marchito rostro. Pero lo más extraño era que me miraba fijo y con odio, como indicándome que no era bien recibido en aquel pueblo del averno.

   Mis años como camionero de largas distancias me habían dado mucha experiencia en los viajes. Era consiente que este tipo de apariciones, se producían por el estrés y el alcohol o las drogas, pero aquel perro putrefacto era diferente a cualquier visión que hubiese tenido jamás. Esta era la primera vez en mi vida que me había visto un espectro de tal magnitud, siempre escuchaba historias de los más ancianos, sobre perros negros que se  postraban ante los viajeros para traer aires ominosos cargados de horribles desgracias. Pero en aquellos momentos, pese a haber tenido esas vagas visiones, me consideraba un escéptico en cuanto a los malos augurios.
  
   No recuerdo casi nada de aquella noche después de haber salido del bar. Sólo desperté al día siguiente con un ligero dolor de cabeza. Decidí que el tiempo era oro y me lavé presurosamente el rostro, luego tomé un poco de café, me cambié y me dispuse a retomar el viaje por las carreteras. Mi paradero final era la Lanter Fhin una vieja ciudad marítima que exportaba todo tipo de cosas al resto del país.
   Cuando salí de mi habitación bajé por unas escaleras que por intuición seguramente me llevarían a la salida. Acertando con mis pasos, bajé y encontré al recepcionista me acerqué hasta él y decidí pagarle la noche en aquel hotel.
  -¿Cuánto le debo señor?-le pregunté.
  -¿Durmió bien?
   El recepcionista era un hombre regordete, con bigotes largos como si fuese  un varón de siglos pasados. Su pelo era gris y su rostro no mostraba tantos maltratos como sus manos, que parecían ser las de un obrero. Con un tono de voz chirriante y un carisma mediocre se preocupó por mí en varias ocasiones, pero siempre tenía un tono pícaro en su rostro.
  -Sí-le contesté.
  -Me parecía…
  -Gracias por preguntar.
  -De nada señor. Sólo me debe diez billetes.
  -Me parece perfecto. Aquí tiene algo de cambio.
  -Vaya-me miró detenidamente-Un buen samaritano, primera vez que veo alguien con cambio por aquí.
  -¿En serio?-le pregunté como un tarumba.
  El recepcionista obeso lanzó una carcajada y me contestó.
  -Claro que no. Sólo bromeo.
  Lo miré como indicándole que era un idiota y me marché. Pero cuando estaba a punto de abrir la puerta que me secuestraría de aquel maldito lugar el gordo me habló asustado.
  -¡Espere!
  Volteé para ver que quería.
  -¿Qué sucede?
  -¿Hacia dónde se dirige?-me preguntó.
  -Creo que eso no le importa.
  -Espera, sólo quiero ayudar…
  -¿Ayudar?-repliqué.
  -Sí. No sabe nada de la ruta por la cual se dirige…
  -No.
  -Es un sitio maldito señor. Yo le aconsejaría que desvíe por Han Prislam y luego se dirija por la recta hasta Lanter  Fhin.
   -¿Cómo sabes que me dirijo hasta Lanter Fhin?-le pregunté atónito.
   Me miró nuevamente y esta vez lanzó otra carcajada, pero más grotesca y prolongada. Ahora el miedo ya estaba recorriendo mi cuerpo, aquel gordo inmundo de bigotes anticuarios no era alguien trivial y escondía algo terrible, pero jugaba con mi persona y lo demostraba a leguas.
   Me retiré rápidamente de aquel sitio y llegué hasta el estacionamiento de forma normal, como si nada hubiese sucedido. Una vez allí me subí al camión, lo puse en marcha y comencé con mi viaje-o más bien con mi trabajo-.
    Salí de mañana y casi sin darme cuenta ya era de noche. A medida que viajaba por la desolada carretera, recordaba las cosas que me había dicho el extraño viejo gordo del hotel. Los concejos de que me desviase y la ruta maldita de la que hablaba. En muchas ocasiones no le creería a un extraño que pareciera tener desórdenes mentales, pero este horrendo hombre me había llegado al subconsciente y parecía ser que un escalofrió recorría mi cuello. El sólo hecho de pensar que aquel sitio por el cual transitaba estuviese lleno de iniquidad era aterrador.

   Vagué durante horas y la madrugada ya era un hecho. Aún me faltaban 180 km para llegar hasta mi destino. Pero por jugadas misteriosas del existir vi un cartel que decía, desvío por Han Prislam, este era el sitio que había dicho el gordo del hotel. Mi mente me advertía constantemente que no tomase aquel atajo, puesto que esto era alguna trampa de aquel viejo extraño y de proporciones ominosas.
  Seguí férreamente por la ruta que yo había elegido y cuando quise darme cuenta comencé a virar por una extensa curva. A medida que la seguía, podía notar como poco a poco estaba a punto de aunarme a una recta, pero cuando la curva estaba dando su fin un enorme perro de color negro como la misma noche de aquel día, se cruzó por la ruta. En animal transitó de lado a lado a una distancia lejana, por suerte no causó un accidente en ese instante. Pero cuando pasé por su lado con mi camión me miró fijamente con sus ojos blancos y extraños, y con aspecto deteriorado, podría jurar que aquel perro era el mismo que había visto en mis alucinaciones pasadas.
 
  Tan sólo hice unos metros más y tuve un terrible accidente en la carretera. Volqué y mi carga se  perdió. Me echaron de mi trabajo y además quedé inválido. Ahora me dedico a vender revistas en la calle, no gano demasiado dinero pero al menos me lo gano, no pido limosna ni nada por el estilo. En las gélidas noches de invierno, como la que se llevó mis piernas en aquel accidente, recuerdo al viejo gordo de bigotes, riéndose de mí por no hacer caso a sus malos augurios.
   Ahora soy consciente de que las cosas malas existen y que las advertencias también, y que no se deben tomar a la ligera. Puesto que nos pueden costar alguna parte de nosotros o hasta la misma vida.

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